Palma, el Italo, Vesco, Vanrell, Chaparro y aquellas historias
Las hinchadas son acérrimas rivales, pero hay una ligazón muy grande entre los dos clubes desde aquélla venta de “Tapón” Funes que sirvió para rellenar el lugar en el que luego se levantó el hoy imponente estadio Brigadier López.
Las hinchadas de Colón y Rosario Central “no se pueden ni ver”. Esta rivalidad ha sido eterna, pero no viene de la mano de las buenas relaciones que supieron tejer sus dirigentes en distintos tiempos de la historia. Un primer ejemplo se dio en la época de don Francisco Ghiano como presidente sabalero (uno de los más trascedentes e importantes). En Colón jugaba Saturnino Funes, más conocido como “Tapón”, y con el dinero de su pase a Rosario Central se hizo el relleno al terreno donde está actualmente el Brigadier López. Y después, con otras tres ventas se colocaron los postes perimetrales, el alambrado y el primer tapial que tuvo el flamante predio. Fueron las de Tenuta, Yebra y Marracino, que también se fueron a jugar a Central, que por aquél entonces iniciaba su participación profesional en Afa. Años después, la estructura de hierro y las maderas que se compraron, también a Rosario Central, sirvieron para que ese estadio sabalero que llevó la denominación de Eva Perón, cuando se inauguró en 1946, tuviese sus primeras tribunas.
Bastante más acá en el tiempo, Rosario Central había descendido en 1984 y produjo una notable actuación en el 85, ganando el torneo casi de punta a punta el torneo de la B y sacando 13 puntos de ventaja sobre el segundo. El presidente era el escribano Víctor Vesco, muy amigo de Italo Giménez, quien en aquél momento estaba afuera del club pero que siempre estuvo predispuesto a colaborar.
Alguna vez, Pedro Marchetta –el entrenador de ese equipo- contó que en ese momento le pidió 60.000 dólares por mes a Vesco, presidente de Rosario Central. Y que Vesco le dijo: “ascendé al equipo y te lo pago todo junto”, a lo que el Negro le contestó: “páguemelo por adelantado ya y le prometo que si no lo asciendo le devuelvo toda la plata”.
Raúl de la Cruz Chaparro junto a dos productos genuinos sabaleros: el Zurdo Verdirame y Daniel Mozas.
El mejor jugador de ese equipo era el Negro Omar Palma. Al final de ese 1985 se decidieron dos cosas en el fútbol argentino: el final del torneo Nacional, la disputa de un torneo corto en la primera mitad del 86 y el inicio de la temporada “de julio a junio” para “adaptarlo al calendario europeo”, suponiendo que los clubes iban a recibir invitaciones masivas a jugar en el Viejo Continente. Fue, esta última, una de las tantas cosas que pensaron los dirigentes y que nunca ocurrió.
¿Qué pasó con aquellos jugadores de Rosario Central?, quedaron “en banda” a finales del 85. Entonces, Central los prestó a los equipos de la B para que jueguen en un mini torneo que se armó con el objetivo de que Huracán vuelva a Primera, pero resulta que el campeón terminó siendo Deportivo Italiano. Lo que buscaba Central, era que los jugadores sigan en actividad pero retornen después para jugar en Primera con la camiseta canalla, algo que pasó y lograron lo que muy pocos pudieron: ¡salieron campeones en el primer año de su vuelta a la A, en la temporada 86-87!
-Víctor, ¿cómo estás?, te habla Italo. Necesito que le des una mano a mi querido Colón. Prestámelo al Negro Palma. Tenemos un buen equipo. Está Bachino, Di Gregorio, tenemos un pibe Balbuena que la mueve, el Negro López que jugó en San Lorenzo, lo trajimos a Gugnali de Estudiantes, ataja Carnevali que fue de ustedes…
-¡Italo querido…! Por vos, cualquier cosa… Ya te lo mando para allá… Pero no va a ir solo, te lo mando con Eduardo Emilio Delgado, el delantero, y además también va el Camello Di Leo y Erasmo Doroni, que está lesionado, pero llevátelo igual…
Y así se dio. Colón armó un muy buen equipo y con un jugador (Palma) que estaba a la altura de los mejores mediocampistas del país, al punto tal que después de salir campeón con Rosario Central en Primera, el Flaco Menotti se lo llevó a River cuando lo contraron para dirigir.
Ese equipo, dirigido por Tarabini, no tuvo suerte. En la última fecha, goleó 3 a 0 a El Porvenir, pero Lanús le convirtió seis a Almirante Brown y lo dejó afuera del octogonal final por diferencia de goles. Una pena, porque ese equipo estaba para ascender.
Pasaron pocos años y otra historia bastante similar. Fue en el 88, cuando Antonio Vanrell (en ese entonces vicegobernador y con “filiación” canalla) colaboró en el armado de un equipo que, en principio, iba a tener como entrenador al Negro Marchetta, pero, al final, el que llegó fue Horacio Harguindeguy, un amigo de Marchetta. Se cambió gran parte del equipo, que había cumplido una notable actuación de la mano del inolvidable Oscar Aguirre. De la mano de Marchetta, llegaron jugadores importantes, entre ellos el Chino Wolheim, Raúl de la Cruz Chaparro y Pedro Argota, nombres trascendentes en la historia canalla y con nivel de Primera División, que quizás nunca habrían llegado en ese momento a Colón, de no haber sido por las buenas relaciones que se tejían afuera de la cancha.
Las hinchadas decidieron en su momento convertirse en enemigas, pero la historia de Colón y Rosario Central también se destaca por esas “gauchadas” que fueron construyendo otro tipo de vínculos entre dos clubes que despiertan y arrastran tanta pasión.
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