Salomé Crespo
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En lo que va del año, ingresaron al Hospital de Niños Dr. Orlando Alassia 30 niños con heridas de armas de fuego, según datos proporcionados por el efector a El Litoral. Una cifra que alarma si se compara con las de años anteriores. En el último semestre de 2010 fue hospitalizado un menor baleado cada 23 días (8 casos de junio a diciembre). Mientras que en los primeros seis meses de 2014, en promedio, llegaron a la guardia del nosocomio un niño herido de bala cada 5 días.
Si se comparan los ingresos de este año con los totales de 2011, 2012 y 2013, el incremento y una proyección de los hechos enciende la luz roja: 41, 51 y 53 fueron los casos registrados en cada año respectivamente. Ahora, en cambio, en sólo cinco meses ya se registraron 30 menores baleados.
Si bien en el Orlando Alassia los datos estadísticos no son discriminados en base a las circunstancias en que se producen los hechos, el director del hospital, Dr. Osvaldo González Carrillo, reconoció que son más frecuentes los casos de niños que son heridos tras quedar en el fuego cruzado de bandas o por estar presentes cuando particulares arreglan diferencias a los tiros.
La última víctima en la ciudad capital se llama Teo, tiene apenas un año y seis meses. Anoche, el pequeño estaba en los brazos de su madre —de 16 años— en la puerta de una vivienda de calle Larrea al 3700, en barrio Nueva Pompeya, cuando se escucharon varias detonaciones. Uno de los proyectiles dio en la pierna de Teo por lo que fue trasladado con urgencia al hospital. Allí fue revisado por varios especialistas, recibió curaciones superficiales y fue dado de alta ya que la herida no revestía gravedad.
“Sin dudas que aumentó el número de ingresos por hechos de inseguridad. Es un problema que tiene causas profundas y que va a llevar mucho tiempo revertir”, explicó el director del hospital, a la vez que aclaró que también se dan los casos de pequeños heridos por accidentes domésticos con armas de fuego.
El caso de Teo no representa un hecho aislado u ocasional en Nueva Pompeya. Ésa es “zona roja”, signada también por la inseguridad que provoca la pobreza y la lejanía de la planificación de la gestión de turno a cualquier nivel. Los conflictos entre personas se dirimen a los tiros y en el medio —lamentablemente— quedan como blanco niños indefensos.
"Muchos padres que vienen al hospital tienen miedo a la escalada de violencia, pero muchos otros son parte de esos hechos, de esa violencia y los niños quedan en el medio, involucrados. Después de indagar un poco, uno se da cuenta de que los niños no estuvieron casualmente en el lugar del tiroteo”, indicó González Carrillo, según los testimonios que pueden recabar los especialistas en la guardia. Y recalcó: “Hay que ver cuáles son las razones que originan esas realidades porque la violencia no le llega de casualidad y los niños no viven así porque quieren. El contexto que los rodea los deja en ese lugar de inseguridad y vulnerabilidad total. Son víctimas siempre”.
Baleado en el potrero
La semana pasada le tocó a Guillermo. Un niño de 11 años de Alto Verde que resultó herido mientras jugaba a la pelota en una plaza ubicada entre la Manzana 2 y la 3.
¿Cómo es vivir entre el fuego cruzado de armas que se empuñan impunemente? Así: “Estaba jugando al bolo, pasaron unos pibes encapuchados, empezaron a tirar y me pegaron a mi”, le contó el pequeño a El Litoral, mientras aguardaba que le dieran el alta. Lo dijo como quien cuenta un hecho cotidiano, común.
Afortunadamente, la bala atravesó el hombro y no tocó órganos vitales. “Sino estaríamos al lado de un cajón”, dijo Guillermo Cabrera, papá del pequeño. El hombre todavía estaba asustado, no se podía borrar la imagen de aquel desconocido que levantó a su hijo ensangrentado del piso y lo llevó hasta su casa.
“Vivimos mal, estas cosas pasan todos los días. Se tiran entre pibes del barrio que se tienen bronca y cuando se cruzan buscan un arma. Donde estaba él había muchos chicos, era una plaza y estaban jugando”, comentó el hombre oriundo de Alto Verde. Hoy, le cuesta entender cómo su querido barrio se convirtió en un lugar inseguro. “No sé si es la sociedad podrida, no podemos seguir así. Los tiros en el barrio son cotidianos, salías a la mañana a trabajar y no sabés si vas a volver porque capaz que te bajás del colectivo y te pegan un tiro a vos”, dijo Cabrera, mientras seguía, inútilmente, buscando explicaciones.
Karina, la mamá de Guillermo, habló “por todos los pibes de Alto Verde”: “No podemos ni queremos seguir viviendo así. Nosotros tuvimos un Dios aparte. Ya no pueden ni salir a jugar a la pelota”.
Dos casos
El 6 de diciembre del año pasado falleció Serena Martínez, una pequeña de 6 años que recibió un impacto de bala en la cabeza cuando participaba de la fiesta de despedida del Jardín Deportivo del Club Regatas. Agonizó una semana en el hospital de Niños. El disparo provino de Alto Verde.
En tanto, Tiziano (3) fue baleado en Santa Rosa de Lima en abril de este año mientras estaba en la vereda de su casa con sus hermanos. El proyectil causó daños a nivel pulmonar y medular. Hoy, está realizando la rehabilitación motora y respiratoria en el hospital Alassia y si bien está fuera de peligro, pueden quedarle secuelas.