Gustavo J. Vittori
Los arqueólogos rescataron restos de cerámica, tinajas y vajilla de familias santafesinas de los siglos XVII y XIX.
Gustavo J. Vittori
El descubrimiento de un antiguo pozo de basura implica el hallazgo de una cantera de información sobre las sociedades que nos precedieron. Por eso, es la gloria de la arqueología, principalmente cuando se lo encuentra en una secular planta urbana.
Es lo que acaba de ocurrir en la zona sur de la ciudad, durante la excavación de la media manzana contigua a los Tribunales, sitio donde se construyen las estructuras de sostén del nuevo edificio que ampliará la agotada capacidad del actual palacio de Justicia.
Durante esos trabajos, quedaron a la vista vestigios cerámicos que llamaron la atención del Área de Arqueología del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, señales que llevaron a seguir las pistas con mayor detenimiento hasta encontrar dos pozos de basura de épocas diferentes, que ahora permiten ampliar la información disponible sobre la evolución urbana de Santa Fe.
Desandar la historia
El descubrimiento más impactante es el pozo de fines del siglo XVII e inicios del XVIII, tiempo próximo a la conclusión del traslado de la ciudad desde su asiento originario. Y lo es porque se trata del primero de época colonial que se excava en Santa Fe de la Vera Cruz, continuidad histórica de Santa Fe la Vieja, afirmación corroborada por los elementos colectados en un lugar donde antiguos moradores volcaban sus desperdicios.
El registro es inédito, y lo expresan con alegría, durante una entrevista realizada en el Etnográfico, Gabriel Cocco, jefe del Área de Arqueología, y Leticia Campagnolo, integrante del sector, quienes muestran en sus ropas embarradas el postrer esfuerzo por recuperar materiales en la última mañana concedida a ese fin, mañana lluviosa por añadidura.
Le pedimos a Cocco, licenciado en Antropología y arqueólogo, con muchas excavaciones en su haber, que explique en pocas palabras la importancia de un pozo de basura, figura que para el no conocedor puede tener connotaciones poco estimulantes, y que sin embargo representa un tesoro para la arqueología. Contesta: “Es un lugar donde se pueden encontrar huellas materiales de la vida cotidiana de otras épocas a través de los elementos descartados por las familias. Y a partir de ellos, registrar usos y consumos, lugares de procedencia, pistas comerciales, composiciones de los objetos (por ejemplo, de las pastas empleadas para la elaboración de lozas) y mediante su análisis, determinar su origen, utensilios de cocina, vajillas para la mesa, huesos relacionados con la dieta alimentaria. En fin, un gran cúmulo de información que permite efectuar asociaciones, verificar o corregir atribuciones anteriores, y ajustar la información sobre el período que se investiga”.
Un pasado de barro cocido
A través de los fragmentos de artefactos se pueden rastrear diversos grupos étnicos que compartían el espacio, como lo revelan los restos de cerámica hispano-indígena de ascendencia guaraní que se han rescatado del pozo más antiguo. Y verificar la continuidad de técnicas cerámicas y usos habituales entre los habitantes de una y otra ciudad.
Asimismo se producen sorpresas, como la arrojada por el estudio moderno de los elementos químicos que integran pastas de mayólicas, constancias que atribuyen a Portugal el origen de muchas piezas azules y blancas que por décadas se cargaron a la cuenta de la hispana Talavera de la Reina. También hablan los diseños y los sellos pintados en los culotes de los objetos.
Otras piezas esmaltadas provienen de España, y algunas de sitios tales como Savona, antigua ciudad italiana ubicada en el golfo de Génova. En cambio, muchas otras proceden de Panamá, reconocibles por la pasta rojiza del soporte y la preponderancia de los esmaltes verdes.
Respecto de los fragmentos de tinajas de barro cocido (que se usaban para transportar vino y aceite, y luego solían reutilizarse para agua), son ilustrativos del comercio existente entre Santa Fe y Mendoza, corroborado por actas capitulares de la misma época. De manera que el testimonio físico obtenido en el pozo se corresponde con el documento escrito.
En rigor, en Mendoza se hacía el vino y, también, las tinajas para enviarlo a los diferentes destinos comerciales, ya que en ese momento la ciudad andina y su jurisdicción se habían convertido en el principal centro de producción y comercio de vinos y aguardientes dentro del actual territorio argentino.
Ese proceso, favorecido por la heliofanía cordillerana, su gran amplitud térmica, y un clima seco que favorece la concentración de azúcares y minerales, había desplazado a los primeros vinos hechos en Asunción del Paraguay, Santa Fe la Vieja, y la segunda Buenos Aires, contra los que conspiraban los excesos de humedad en el ambiente.
Otros materiales
Del pozo colonial de 0,90 cm de diámetro y unos 3 metros de profundidad, cuya boca se ocultaba a 1,50 m debajo de la superficie de estos días, se extrajeron 70 bolsas de materiales que ahora están en proceso de limpieza y estudio. Los arqueólogos explican que el pozo en sí mismo es el único registro de esa época, ya que no quedan resabios de contexto.
También cabe decir que este pozo cargado de información se salvó por un pelo de la destrucción, ya que junto a él se encontró una cisterna de aljibe de época posterior que lo rozaba.
Algo que llama la atención de los investigadores es la cantidad de restos de tejas con adherencias de una mezcla de cal y arena, dato para analizar porque puede comportar alguna variante técnica en la construcción de viviendas. También sorprendió la abundante cantidad de huesos de vacunos, aves y peces, elementos que ofrecen información sobre la dieta de la sociedad de entonces.
Lozas y porcelanas que hablan
El otro pozo, ubicado a escasa distancia, corresponde a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Más grande que el anterior (1,50 m de diámetro y profundidad no verificada, aunque estimada en unos 5 metros), ha entregado una gran cantidad de material, con piezas de loza casi enteras. En origen, fue un pozo negro que luego se fue rellenando con elementos que, por sus deterioros, se transformaban en basura.
El material recuperado habla de una casa de holgados recursos, no sólo por la calidad de las piezas, sino por la velocidad de descarte de elementos con pequeñas roturas o cachaduras. Aquí se obtuvieron restos de juegos completos de loza y porcelana (platos, fuentes, soperas, etc.), en general blancos, con algún moldeado, una guarda sutil y, excepcionalmente, una imagen galante, como la de un hombre y una mujer rodeados de naturaleza, que ocupa el centro de una fuente en buen estado de conservación. Asimismo, varias tazas de noche o bacinillas.
De esta excavación, también se obtuvo una gran cantidad de vidrios pertenecientes a vasos, copas, frascos y botellas de bebida, evidencias de un consumo relacionado con un significativo nivel de vida. A simple vista, el contraste con los objetos exhumados en el pozo colonial permite seguir la evolución experimentada en los dos siglos que median entre ambos basureros. Otro tanto puede decirse del cambio de dieta, ya que en el registro finisecular predominan los huesos de extremidades de vacunos, dato que se corresponde con la revolución ganadera operada en las últimas décadas del siglo XIX.
Un ejemplo a seguir
A diferencia de casos anteriores, donde se impuso el veloz cegamiento de registros seculares para evitar demoras en la construcción, esta vez se logró una ventana de tiempo que permitió excavar los dos pozos y obtener abundante información. Es un mensaje para el futuro.
Las culturas avanzadas se caracterizan por la preservación de sus patrimonios o, cuando menos, por la adecuada documentación de evidencia física condenada a desaparecer por el desarrollo de las ciudades. Es un rasgo de inteligencia y civilización, porque esos registros son vetas informativas que amplían el conocimiento de quienes nos precedieron y, por tanto, nos aportan elementos para entender procesos históricos y aprender más sobre nosotros mismos.