Carlos Gorriarena: pintar para ver lo que otros ocultan
Su obra se apartó de los esquemas tradicionales para retratar la verdad cruda de las relaciones humanas y las tensiones sociales. Murió en enero de 2007.
“Sombras” acuarela sobre tela de 2006, del artista Carlos Gorriarena.
FOTO: Archivo / Télam
“No soy un pintor de grandes rupturas. De algún modo, el conjunto de lo que realicé se ha ido ordenando. Después del período abstracto, volví a la figuración, pero de una manera distinta a cómo la concebía antes. Empecé a utilizar un color atonal y a conjugar elementos abstractos y figurativos. Pero, a mí lo que me interesa es la interrelación del color. El color se retroalimenta y así van naciendo las diferentes partes del cuadro, cada una como consecuencia de la otra”. Esta frase, extraída del artículo “Carlos Gorriarena, el pintor que desenmascaró al poder”, publicado por el diario “Hoy en la noticia”, pone de manifiesto la mirada de este pintor, que en 2025 cumpliría 100 años.
Archivo El Litoral
Carlos Gorriarena nació en Buenos Aires el 20 de diciembre de 1925. Su obra, marcada por el uso expresivo del color, supone una búsqueda de la verdad social y política, lejos de los esquemas académicos tradicionales y cerca de la realidad cruda y compleja del mundo. Comenzó su formación en la Escuela de Bellas Artes y continuó perfeccionándose en el Taller de Demetrio Urruchúa, que era uno de los artistas más influyentes de la época. Su primera exposición individual tuvo lugar en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos. Fue también cofundador del Grupo del Plata, un colectivo que organizó numerosas exposiciones hasta su disolución en 1964.
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A lo largo de su trayectoria, participó en más de 40 exposiciones individuales tanto en Argentina como en el exterior. Algunas de las más destacadas se llevaron a cabo en ciudades como Sao Paulo y Montreal. En 1980, su obra fue exhibida en el Festival Internacional de Pintura de Cannes, Francia, lo que le otorgó reconocimiento internacional.
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En 1981, su obra llegó al Museo de Arte Latinoamericano de la OEA, en Washington, y representó a la Argentina en la Bienal de Medellín, Colombia. En el mismo año, realizó exposiciones en galerías como Ática y Arte Nuevo. Posteriormente, en 1989, obtuvo la mención de honor en la II Bienal de Cuenca, Ecuador. En 1986, recibió uno de los máximos reconocimientos para un artista en el país: el Gran Premio de Honor del Salón Nacional. Además, en el año 2001, presentó su muestra antológica “40 años” en el Museo Nacional de Bellas Artes, una retrospectiva que recorre las diferentes etapas de su carrera.
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Más allá de sus trabajos pictóricos, Gorriarena se dedicó hasta el final de su vida a la formación de nuevas generaciones de artistas. Creía que la pintura servía para conocerse a uno mismo, pero también para comprender el mundo. En una entrevista, expresó: “lo principal, a la hora de aprender, es no partir de esquemas académicos. Hay que trabajar, ver mucha pintura, leer todo lo que se escriba sobre el tema y acercarse a un buen maestro que lo guíe por este arduo camino”.
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Murió el 17 de enero de 2007, mientras veraneaba en La Paloma, Uruguay. Su obra sigue vigente y forma parte de colecciones privadas y museos de Argentina, Estados Unidos, México, Venezuela y Canadá. Es un testimonio de los tiempos que vivió, de las luchas sociales y políticas que presenció, y de su convicción de que el arte puede cambiar la forma de ver el mundo. Cómo dato de color: sus obras fueron utilizadas para la película “Mi obra maestra”, con Luis Brandoni y Guillermo Francella, que está ambientada en el mundo del arte.
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Miradas
Laura Feinsilber, en Ámbito, lo definió como “un colorista violento, formas desbordadas, figuras dinámicas que avanzan y, aunque rechazaba el mote de pintor expresionista, no hay otra manera de clasificarlo. Obra vital, intuitiva, gesto violento, se podría decir que se sigue el movimiento de su mano que remata, tanto en líneas que esbozan un contorno como aquellas que se funden en la espesa sombra”.
Museo Nacional de Bellas Artes
Diana B. Wechsler, por su parte, señala que “un variado repertorio de imágenes alimentó la obra de Carlos Gorriarena. La pesquisa en torno a algunas de sus selecciones sobre piezas del pasado y del presente y sobre las formas de la mirada desplegada por este artista es la que da sentido a esta recuperación de sus itinerarios. Entre sus fuentes, las fotos de prensa ocupan un sitio de privilegio. Reunidas en varios cuadernos encontrados en su taller, introducen la diversidad de lo contemporáneo. Sus cuadernos recogen esta complejidad para repensarla, con la convicción de que es necesario reapropiarse de lo real para plantear nuevas e inquietantes miradas”.
Gastón St-Pierre sostiene por su parte que “Gorriarena busca poner en evidencia las relaciones entre personas en las que el aspecto protocolar predomina sobre cualquier otra forma de intercambio, conservando una ambigüedad entre la atracción y la repulsión, entre el amor el odio existente en las relaciones humanas. Ese protocolo gestual permite manipular la violencia latente, inhibiéndola, controlándola, para que resulte socialmente aceptable. Esto no nos impide en lo absoluto entrever a través de esta falsa sociabilidad, la brutalidad de los gestos realizados”.
Museo Nacional de Bellas Artes
Agnaldo Farias asegura a su vez que Gorriarena “trata la violencia modulándola a través de colores abiertos y contrastados, en gestos si no precisos, siempre intensos, que tanto definen cuanto borran a las personas, los muebles, arquitecturas y paisajes; en la materia crispada con que él elabora y ejecuta sus imágenes inconexas, sus composiciones astutamente torpes, toscas, todas ellas emanando vida, la misma vida perturbadora de todos los días, hechas de connivencia y crimen, del comercio de la sensualidad, del lento caminar bajo el sol que empapa la camisa de sudor, de facciones deformadas, de la franca fusión de los cuerpos con la naturaleza, aquella de la cual supuestamente deberíamos diferenciarnos”.
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