"Cada mañana cuando me levanto experimento una exquisita alegría: la alegría de ser Salvador Dalí. Y entonces me pregunto entusiasmado '¿Qué cosas maravillosas logrará hoy este Salvador Dalí?'".
"Daaaaaalí!", dirigida por Quentin Dupieux, llega a los cines con una nueva mirada sobre el artista. Entre el mito, la locura y la genialidad, ¿qué queda por descubrir?
"Cada mañana cuando me levanto experimento una exquisita alegría: la alegría de ser Salvador Dalí. Y entonces me pregunto entusiasmado '¿Qué cosas maravillosas logrará hoy este Salvador Dalí?'".
Pasaron más de 36 años desde la muerte de Dalí, en enero de 1989. Sin embargo, los que aman el arte se valen de su nombre para hablar de "provocación", "delirio" o, directamente, de "genialidad".
Cada aproximación a su figura, compleja, inasible, parece confirmar la misma premisa, obvia a estas alturas: Dalí fue más que un artista, una "construcción artística" en sí misma.
Con su bigote llamativo y su afán de exhibirse a la manera de un pavo real, fue alguien que, mucho antes de las aparición de las redes sociales, pudo atisbar la noción de "influencer".
El 20 de marzo se producirá el estreno en Argentina de "Daaaaaalí!". Es una película que lo retrata desde la mirada de una joven periodista francesa (Anaïs Demoustier), que encara con el pintor un documental que nunca llega a realizarse.
El film reabre el enigma. ¿Cómo interpretar a Dalí en el siglo XXI? ¿Qué hay detrás de su teatralidad y sus extravagancias? ¿Hasta qué punto su arte sigue siendo una transgresión?
Dalí no creó el surrealismo, ese movimiento basado en lo irracional y onírico. Lo llevó sin embargo a un nivel de maestría visual con escasos precedentes.
Si André Breton veía en lo surrealista una pulsión poética, Dalí lo convirtió en una técnica depurada, basada en escenarios ilusorios, donde el tiempo se licúa y las figuras se retuercen en una pesadilla lúcida.
Desde "La persistencia de la memoria", con sus relojes derretidos, hasta "El sueño", con esa cara sostenida por muletas, su obra busca desentrañar los mecanismos de la mente humana.
Su método ("paranoico-crítico"), buscaba vínculos absurdos entre elementos dispares. Él mismo afirmó: "Deme dos horas al día de actividad y seguiré las otras veintidós en sueños".
En "Construcción blanda con judías hervidas", por ejemplo, un cuerpo deforme y retorcido anticipa el horror de la Guerra Civil Española con una crudeza premonitoria.
Dalí fue un artista en el sentido más radical. Sus trabajos no pueden separarse del personaje: paseaba hormigas en el bolsillo, hablaba de sí mismo en tercera persona (como Diego Maradona) y diseñaba muebles con labios de Mae West.
Todo estaba calculado. "Para comprar mis cuadros hay que ser criminalmente rico como los norteamericanos", dijo una vez.
Esa teatralidad lo enfrentó con los surrealistas ortodoxos quienes lo cuestionaron por mercantilista. Dalí se proclamó "más surrealista que el surrealismo" y siguió su camino.
"La modestia no es mi especialidad. Dalí solo es bueno porque el resto de pintores son muy malos", afirmó en su arrogancia.
Más tarde, se adentró en la física cuántica, el misticismo y el catolicismo. Obras como "Corpus Hypercubus", con Cristo crucificado en un hipercubo flotante, muestran esa arista.
Más allá de su desaparición física, Dalí no murió en 1989. Sigue vivo en la moda, en la publicidad, en el cine. Su estética influenció a artistas como el recientemente fallecido David Lynch y a diseñadores como Alexander McQueen.
Su rostro, de ojos siempre desorbitados, es un ícono pop igual de potente que los de Andy Warhol y Marilyn Monroe. Presente en grafitis, remeras y series como "La casa de papel".
La pregunta es: ¿qué más nos queda por descubrir en Dalí? ¿Cómo reinterpretarlo sin caer en el cliché del genio excéntrico? ¿Cómo revisar su obra bajo el prisma de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías?
"Daaaaaalí!" permite ver al pintor más humano y fragmentado. No es la caricatura de siempre, sino un personaje que se jugó a su propia inmortalidad y que, tal vez, lo haya logrado.
"Yo soy en todo lo contrario de las fábulas. Especialmente de la del lobo y el cordero. Cuando amenazo con un proyecto se me cree por absurdo que sea", dijo.
En definitiva, Dalí no necesita ser redescubierto porque nunca estuvo oculto. Su obra está ahí, esperando ser descifrada por nuevas generaciones que quieran entrar en su laberinto. A riesgo de no poder (o no querer) salir de allí.
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