Cuando no quería salir de casa, Fortunato Lacámera usaba como modelo una lata de querosene. Al verlo, un amigo le pidió que la tire, ofreciéndole a cambio traer unos jarrones”. El pintor contestó: “Esa lata no se tira. Esa lata soy yo”.
Nació y murió en el barrio porteño de La Boca. Lejos del bullicio del puerto, su obra mostró la belleza de los interiores boquenses y la calidez de sus objetos.
Cuando no quería salir de casa, Fortunato Lacámera usaba como modelo una lata de querosene. Al verlo, un amigo le pidió que la tire, ofreciéndole a cambio traer unos jarrones”. El pintor contestó: “Esa lata no se tira. Esa lata soy yo”.
Lacámera fue un artista ligado a La Boca, el paisaje urbano que lo vio nacer en 1887 y morir el 26 de febrero de 1951. Su obra construyó una mirada sobre el barrio desde la interioridad de sus espacios y la quietud de sus naturalezas muertas.
A diferencia de la visión portuaria y dinámica de Benito Quinquela Martín, Lacámera (hijo de inmigrantes genoveses), abordó la intimidad de las viviendas, los objetos cotidianos y los gestos que definen una atmósfera.
Como señaló Talía Bermejo, Lacámera “vivió y nutrió su pintura en los avatares del suburbio boquense, donde compartió la misma casa que sirvió de taller a Victorica y Quinquela Martín. Entre las diversas miradas que compusieron el paisaje del barrio, aquel privilegió naturalezas muertas e interiores”.
Lacámera trabajó con óleos sobre cartón o madera, usando una paleta en la que predominan ocres, tierras y verdes. Su técnica (pinceladas contenidas, capas sutiles) derivó en una sensación de profundidad sin contrastes extremos.
Las naturalezas muertas fueron un eje en su producción. Frutas, botellas, jarras y floreros aparecen en composiciones equilibradas, sin excesos.
En sus interiores, la figura humana aparece en ocasiones, pero sin protagonismo narrativo. No hay grandes gestos ni dramatismos; son personajes inmersos en su rutina.
El barrio porteño de La Boca fue su núcleo. Mientras Quinquela Martín retrató la actividad del puerto, Lacámera se centró en escenas puertas adentro.
Aun así, ambos compartieron algo: La Boca fue un espacio de representación y de pertenencia. Lacámera fue parte activa de su comunidad, en su labor docente y en su participación en instituciones locales.
María Gainza indicó que el pintor “adoraba su barrio de la Boca, esa zona de inmigrantes italianos que habían construido sus casas alrededor del Riachuelo, y, además, quería convertirse en artista”.
“Pintó el río, las calles y el interior de su taller, pero, para ganarse la vida, trabajó como pintor de paredes. No le interesaban los grandes paisajes, esos que quitan el aliento, lo que le gustaba era captar la magia de la luz”, agregó la especialista.
Walter Caporicci Miraglia, por su parte, lo describió como un “superlativo creador de interiores de rincones de la intimidad casera, de marcado carácter, donde la quietud es la principal protagonista en líricas visiones de atmósfera metafísica y potente claroscuro”.
Su obra forma parte de colecciones públicas y privadas, con piezas integradas al acervo de distintos museos, entre ellos el Nacional de Bellas Artes y el Rosa Galisteo de Rodríguez.
Como escribió Santiago Iturralde en Página 12: “Fortunato Lacámera nunca salió de la Boca. Incluso, si pensamos en su obra, el viaje que hizo fue siempre hacia adentro”.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.