A veinte años de su participación en la primera edición argentina de “Operación Triunfo”, Guadalupe Álvarez Luchía vuelve al país, en el marco de una gira hispanoamericana, para presentar su tríptico musical: “Guacha”.
“Lo recuerdo como un viaje de egresados”, dice Guada sobre Operación Triunfo, pero aclara: “los caminos musicales a los que te llevaba para mí no eran interesantes”. Foto: Gentileza Prensa
Guadalupe Álvarez Luchía, más conocida por el apócope Guada, volverá a su país natal para presentar el tríptico “Guacha”. Veinte años después de ser finalista en la primera edición nacional de “Operación Triunfo”, la cantante brindará dos conciertos en Argentina (15 de abril en Café Berlín, Buenos Aires; 16 de abril en Casa Unclan, La Plata), en medio de una gira por España, que abre otras ventanitas a Latinoamérica (Chile, Uruguay). Además de las canciones más flamantes, traerá paisajes de “Terraza” -disco que homenajea el refugio donde, por ejemplo, pasó tardes guitarreando junto a su gran amigo, Jorge Drexler- y otras perlas gestadas al calor del Mediterráneo.
Estando lejos
Aunque no lo dice, se nota. Guada está contenta. La alegría no le entra en el cuerpo, se le ramifica por cada articulación y se derrama generosa como gesto. Serán varios asaltos de alegría durante la charla. Guada se entusiasma al contar que se fueron sumando lugares y compañeras a la gira: Santiago de Chile, Valparaíso, Úrsula Partarrieu, Evelyn Cornejo, Cami Ferrari. “Se va ampliando por naturalidad, vas viendo en dónde te reclaman y ahí vas. Es lo que más me gusta hacer: compartir música con otras personas de ese país, que me van a enseñar un montón de cosas”, cuenta a El Litoral.
“Todavía me quedan dos”, dice. Vuelve a reír. La carcajada se le escapa por la boca y llega desordenada a sus manos. Es un árbol, cuyas ramas revolotean al ritmo del viento, como si no tuvieran hojas. De lo que habla Guada es de los metros que la separan de un nuevo cambio de década. “Yo tengo un problema-virtud”, refuerza. Esta vez no necesita del ademán: la vocal final de la primera palabra y la consonante inicial de la siguiente dibujan perfectamente un guión medio. “Vivo muy en el presente. Me resulta ajeno pensar en el futuro. Por eso digo que estos actos fueron un ejercicio de nostalgia. Para los 40 me falta una vida”.
Al momento de la nota, la artista acaba de liberar el tercer acto. Se constituye la fisonomía teatral de “Guacha”. Pero, no solo por su ubicación, el segundo acto anuda la obra. Si para Antonio Birabent la vorágine calma, para Guada la (des)mesura estructura. Enraíza. “Con mi tendencia alocada, voy hacia lo desmesurado. Soy muy entusiasta y termino en un lugar un poquito más estable. Un hogar, una casa, un presente”. Y ese hallazgo se articula -en su paleta de sentidos y sonidos- con los orígenes. “Estando lejos, me fui acercando muchísimo a mi cultura desde lo político-social hasta lo musical. A los ritmos, a los ritos, a las costumbres, a las letras. Cuando te vas poniendo viejo, te volvés más melancólico”.
La huella
Cada productor que intervino en “Guacha” es una muestra de la vigencia de la artista y de su predisposición innata a la heterogeneidad, al cruce. Ellos son: Vincent Huma (Jorge Drexler, Najwa, Dora), Carlos Avatar (El Kanka), Diego Galaz (Fetén Fetén, Rozalén, La M.O.D.A.) y Toni Brunet (Coque Malla, Quique González, Andrés Suárez). Se suman a la travesía como invitadas: Liliana Herrero y Las Migas (ganadoras de un Latin Grammy en 2022).
El primer acto es “La (re)conciliación” y abre con un poema de Guada llamado “Una tiene que ser capaz de reconciliarse con ciertas cosas”. En realidad, es un prólogo. Y lo recita Liliana Herrero, referente musical de la creadora de “Guacha”, a la par de Joni Mitchel y Violeta Parra. La carne crujía en la parrilla de la terraza de Guada. Sonó el celular, audio de WhatsApp. De no creer. Llorar. Para adentro y para afuera. Era Liliana ensayando el texto que nombra a la hija de Guada y a su perro. Lo escucharon todos los asistentes al asado y se largaron a llorar. “Su manera de interpretar es la huella por donde yo quiero caminar”.
El poker se completa con “Todo lo que hemos hecho”, “Padre” y “Tonada a la nostalgia”. El clima de la obra es intimista, una herida que se va cicatrizando entre lágrimas y risas. Llueve con sol. “Cuánto amor para tirar por los techos”, canta resuelta, desgarrada, atenta Guada en la primera de ellas. “Esa canción la escribí para el padre de mi hija, mi ex pareja. Cuando le mandé la canción, hubo una cosa que se terminó de cerrar. Buscaba decirle todo lo hermoso que habíamos hecho, que era nuestra hija. Ni más ni menos. Fue muy sanadora para mí y para nuestra historia en común. Una pequeña curita”.
Cuando la canción ya dice casi todo, se deja ver el último pliegue. Alma de diamante. La tristeza del amor después del amor se vuelve felicidad en pasado, pero felicidad al final. Plural, impar, hija. El Flaco le llegó tarde a Guada, según dice. A los 16. Cada mango ahorrado era un nuevo disco. “Su manera de escribir me iluminaba. Seguí sus pasos. Más torpemente. Experimenté muchísimo con esa manera de escribir. Esas melodías”.
Como un cuento
“Mandarinas”, 2007. “Canciones desde mi casa”, 2016. “Terraza”, 2021. Con el Dúo La Loba: “El disco hermoso”, 2017; “Verbena”, 2019. EP, bandas sonoras, homenajes a Luis Alberto Spinetta y Joni Mitchell. Guacha. “Se fue construyendo un relato mío, de una manera mucho más ordenada. Como un cuento. Los primeros discos tienen una cosa más despegada del suelo. Me da la sensación que la evolución tiende a ir desde lo más barroco a lo más sencillo. Espero irme simplificando más con el tiempo y poder contar las cosas de la manera más clara que me sea posible”.
-Parece que te gustan los paréntesis…
-Me encaaaaantan los paréntesis. Porque aparte de ser un gesto literario hermoso, son los pensamientos reales. Lo que vos dirías directamente. Y en el título del disco no le metí ningún paréntesis, mirá. Podría haber puesto (Gua)cha.
El título, justamente, es una forma de representar la evolución del canto de Guada a lo largo de los años. “Mi manera de cantar se está asalvajando”, explica. Y eso lo empezó a notar en los conciertos: multidimensionales, viscerales, descomedidos. “El grito de guacha es un grito sin amplificación, que viene de las entrañas. Guacha, en realidad, es ser huérfana de madre. Mi madre vive y la amo, pero soy una persona separada de sus afectos hace muchos años. Entonces, hay una especie de orfandad en ese sentido”.
“Si no fuera música, sería escritora”, afirma Álvarez Luchía reconociendo los relieves literarios de su obra artística. Foto: Gentileza Nía Rosas
Viajes
Alguien comenta que se fanatizó con Guadalupe al escuchar la apertura de la novela de la tarde, allá por 2004, “Culpable de este amor”. No mucho antes, Álvarez Luchía había impactado a millones de argentinos a través de la pantalla chica. Cuando participó en “Operación Triunfo”, tenía 18 años. Por eso será que lo recuerda así: como un viaje de egresados. “Fue la celebración del término de esa etapa. Estar en contacto con gente que está en el camino de la música a esa edad es muy efervescente. Éramos 18 personas [vuelve el número] que queríamos vivir de lo mismo. Fue tan insólito, tan llamativo, que nos va a mantener unidos para siempre”.
Si tuviera que organizar su vida en desplazamientos, seguramente Guada le asignaría un lugar en su top five a dos de ellos. El viaje interno, simbólico, es el referido en el párrafo anterior. Pero hubo otro, un par de años a la zaga, “material”, geográfico. Transformando debilidad en oportunidad, la joven argentina le sacó jugo a su falta de planificación y se lanzó en un viaje de mochilera. Tenía un deseo, sí. Estudiar flamenco. “Me agarró esa obsesión. Había visto el documental de Camarón y me vine con una amiga directo a Sevilla”, relata. “La verdad es que lo mío es totalmente literario. Conocí al padre de mi hija, me enamoré y me fui quedando. Fue más eso que una planificación. Fue un acto de amor un poco descabellado, porque yo estaba por sacar un disco en Argentina”.
Fue amor
“A mí lo que más me gustó [de ‘Operación Triunfo’] fueron mis compañeros y compañeras”, rememora Guada. “Luego, los caminos musicales a los que te llevaba ese programa, para mí, no eran interesantes ni atractivos. De ninguna manera. Entonces, simplemente me fui a vivir a otro continente”. Vuelve a reír, con todo el cuerpo.
“Nunca tuve la necesidad de viajar. Siempre quise vivir en Buenos Aires”, introduce. Pero el amor es una fuerza que arrastra y convence. Apenas llegó, se las rebuscó tocando en sitios de cantautores que conocía en el andar, y hoy son de sus mejores amigos. Trabajó durante dos meses pelando papas y cebollas en un restaurante (“¡me quería morir de la angustia!”).
Algo queda picando. Guada cavila; no hay un solo motivo para nada. Porque, ella lo sabe, en el dorso de la huida estuvo el destino. Un destino que te lleva. Últimos días de marzo de 2003. Es la quinta gala de #OT1. Guadalupe y Claudio Basso (ganador del ciclo) se meten con un peso pesado del rock argentino, “Seminare”. Se dividen la letra. A Guada le toca melodizar el drama en la canción, la conciencia del protagonista, el destello, la corteza cerebral del clásico de Serú Girán. “Nunca te encontrarás al escaparte”, “¿Dónde estás?, ¿dónde voy?”. Sin saberlo, está escribiendo en el aire su futuro inmediato.
La flor completa
“Me encantan las palabras que usás. ¡Vamos a escribir una canción!”. Un par de días después, dos argentinos-madrileños daban vida a un souvenir pre-navideño, “Ramo de flores”. Lo que dijo Birabent (invitado al show del 15 de abril) caló hondo en Guada. No asombra. Al igual que Antonio, siempre tuvo una relación muy cercana con la literatura. De chica nomás, empezó a leer “libros grandes”. A sus 10 años, recuerda Guada, llenaba libros de 40 páginas con ideas que su mente imaginativa le dictaba a vuelo de pájaro. Uno de sus primeros textos contaba la historia de un grupo de amigos que busca por el mundo los pétalos de una flor. “Querían encontrar la flor completa, me hiciste acordar”, redescubre. Por eso hoy, cada vez que le lee un cuento a su hija antes de dormir, se ve duplicada: es la madre y la niña, a la vez.
Además de canciones, hoy Guada despunta el vicio escribiendo poesía, pequeños textos. También se vale de las redes para sacarse las ganas de escribir. Pero el fuego literario no se aplaca allí. En sus conciertos vende un libro dividido en tres partes: poesía, prosa y notas. Con esa arcilla, modeló “Extranjera”, libro que contó con la edición de María Folatelli (poeta y artista visual), co-creadora de las propuestas para impulsar la creatividad en la composición de canciones incluidas en la obra. “Últimamente, no puedo concebir la música sin una cercanía total con la literatura. Es una pulsión muy grande. Yo creo que si no fuera música, sería escritora”.
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