El policial que interpeló al poder en plena dictadura
“Tiempo de revancha” de Adolfo Aristarain se estrenó el 30 de julio de 1981, hace 40 años. Logró manifestar, bajo la forma de un policial negro, la atmósfera opresiva de los últimos años del gobierno militar. Fue el inicio de la sintonía creativa entre Aristarain y Luppi, que llegó a su cumbre con “Un lugar en el mundo”.
Aries Cinematográfica Argentina Federico Luppi encarna a un ex-sindicalista que consigue trabajo en las minas de la empresa Tulsaco. Allí se reencuentra con un viejo amigo que le propone simular un accidente y hacerse pasar por mudo para cobrar una indemnización.
Analizar una película es también reflexionar sobre el contexto en el que surge. Para 1981 (en un rasgo que se ha convertido casi en parte del ADN colectivo de los argentinos) el país estaba sumido en una grave crisis económica. El programa de José Alfredo Martínez de Hoz empezaba a caerse a pedazos producto de la inflación desbocada y la devaluación, que le asestaron un golpe mortal a la etapa previa de la “plata dulce”. La cruenta dictadura, que había tomado el poder por la fuerza en 1976, languidecía pero todavía conservaba su fuerza represiva. No faltaba mucho para la fallida y fatídica incursión en las islas Malvinas, que terminaría por liquidar todas las expectativas de los militares para perpetuarse en el gobierno.
En ese contexto oscuro, el 30 de julio de 1981, se estrenó en los cines argentinos “Tiempo de revancha”, dirigida por Adolfo Aristarain y protagonizada por Federico Luppi. Bajo el formato de un policial negrísimo (el uso del superlativo no es caprichoso, basta revisar el film) cuenta cómo un antiguo sindicalista que ha “limpiado” su pasado junto a un turbio abogado ejecutan un plan para estafar a la multinacional Tulsaco, que explota canteras de cobre. Pero eso es apenas un recurso que utiliza el director para desgranar, de manera implícita, varios diagnósticos sobre la Argentina de principios de los ‘80. Es que la tercera parte de la trilogía policial de Aristarain, que arranca con “La parte del león” (1978) y finaliza con “Últimos días de la víctima” (1982), igual que “Relatos salvajes” de Damián Szifrón muchos años después, fue capaz de capturar el clima de violencia, saturación social, corrupción generalizada y sobre todo de miedo de la etapa de la dictadura militar pre Malvinas.
Aries Cinematográfica Argentina
Foto: Aries Cinematográfica Argentina
Personajes llenos de matices
Aristaran interpela fuertemente al poder económico y político, que está representado en su film por la empresa Tulsaco y sus principales referentes, don Guido y el abogado García Brown. Y aunque sus simpatías están del lado de Pedro Bengoa (el ex sindicalista que finge quedarse mudo después de un fraguado accidente laboral, para cobrar una indemnización) y el abogado Larsen, que se suma al plan, no lo hace desde la demagogia, sino que los presenta (y en esto es consecuente con el género negro, al cual rinde homenaje) como seres llenos de contradicciones. La diferencia está, centralmente, en que estos últimos, que representan al ciudadano de pie, en algún momento se reencuentran con sus ideales. Sin embargo, como dice García Brown (interpretado por Arturo Maly) “Don Guido siempre gana. Un vasco cabeza dura no puede cambiar la historia”. En este sentido, el plano final de la película es especialmente revelador, cuando Luppi asediado por un poder aplastante finalmente toma una decisión drástica.
Básicamente, el mensaje del director se basa en la confrontación con el poder, sobre todo económico, por parte de un hombre común y corriente, que en este caso es Pedro Bengoa. Se trata de una cuestión abordada en forma recurrente por el director, quien retomó el tema diez años después en “Un lugar en el mundo”. Una cinta mucho menos oscura en la definición de los personajes (aunque se mueve con códigos análogos Mario Dominicci no tiene los conflictos morales de Pedro Bengoa) pero tan crítica como “Tiempo de revancha” respecto a la conformación del orden social.
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Foto: Aries Cinematográfica Argentina
Cinefilia y relación artística
El valor de “Tiempo de revancha” va mucho más allá de los simbolismos y del acertado diagnóstico que hace de la atmósfera de su tiempo. Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, es una narración precisa, que pone siempre hincapié en la fuerza de las imágenes por sobre los diálogos. Podría decirse que, obligado por el argumento (Luppi finge que se ha quedado mudo) Aristarain exprime todo lo posible las posibilidades del medio.
Es también una vía que utiliza el director para expresar su cinefilia, que aparece tanto en el tono general de la película, que recicla en forma soberbia los códigos del noir, como en pequeños detalles que están insertados como al pasar pero son muy expresivos. Además, “Tiempo de revancha” marcó el inicio de la relación artística entre Aristarain y Luppi, que estaba prohibido por la dictadura, exiliado en España y regresó para este proyecto. En los años que siguieron, rodaron juntos “Últimos días de la víctima” (1982), “Un lugar en el mundo” (1992), “La ley de la frontera” (1995), “Martín (Hache)” (1997) y “Lugares comunes” (2002).
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Foto: Aries Cinematográfica Argentina
El resto de los méritos los sintetizó bien el director en una entrevista que concedió en 2011 al portal de noticias “El barrio”. “La historia aguanta bien y no ha perdido actualidad. Abrió el mercado extranjero y los festivales para el cine argentino, que hasta ese momento era considerado un cine de la dictadura. Las copias a los festivales salían en secreto por valija diplomática sin apoyo del Instituto Nacional de Cinematografía. Y ganamos Montreal, San Sebastián, La Habana, Cartagena, Biarritz, etcétera. Se estrenó en Europa y en Estados Unidos con muy buena crítica y una página en el New York Times en la que yo decía que lo de las Malvinas era un intento de los milicos de quedarse cuarenta años más y otras cosas por el estilo. La Nueva Provincia pidió que me expulsaran del país. Los exiliados me abrazaban y me daban las gracias y llorábamos. ¿Qué más podía pedir?”.
A través del uso inteligente de recursos del cine, Aristarain logró en “Tiempo de revancha” algo difícil: una interpelación capaz de atravesar el paso del tiempo y resignificarse en cada visionado.