Ana Woolf vuelve a presentar en Santa Fe su trabajo seminal sobre la última dictadura, que marcó su primera colaboración artística con Julia Varley del Odin Teatret. En diálogo con El Litoral, la referente del Centro de Antropología Teatral en Argentina reflexionó sobre cómo esta obra creció en el tiempo, mientras recorría diversos continentes.
“Empecé casi siendo “la hija”, una joven actriz que pasaba de su infancia a ponerse los zapatos de una Madre que buscaba a su hijo, y ahora con el paso del tiempo tengo la edad de esa Madre y la experiencia de los años de vida que fueron marcándome y regalándome vida”, cuenta Ana. Foto: Gentileza de la artista
Este domingo 24 de marzo a las 21, en el Centro Cultural y Social El Birri (Gral. López 3698) se presentará, en el marco del 48° aniversario del último golpe de Estado, la obra “Semillas de memoria”, escrita e interpretada por Ana Woolf (referente de Cata, Centro de Antropología Teatral en Argentina), con dirección y dramaturgia de Julia Varley (Odin Teatret, Dinamarca). La obra es para jóvenes y adultos, con entrada libre y salida a la gorra; la capacidad es limitada.
Es un espectáculo sobre la ausencia: la ausencia de un padre, la ausencia de un cuerpo para darle sepultura y la ausencia de personas desaparecidas. Pero la ausencia genera su contracara: resistencia, presencia e identidad. La ausencia es el punto de partida para construir una obra que contenga ambas cosas: un mensaje personal en diálogo con una historia colectiva.
La entrada es libre y la salida a la gorra, con capacidad limitada. Antes de la función, El Litoral conversó con Woolf sobre el origen del espectáculo, su vida escénica, las voces que la habitan, y su conexión con otros trabajos.
Una, muchas madres
-¿Qué se siente hacer esta obra un 24 de marzo?
-Responsabilidad de poder marchar ese día con mi obra, esta vez en el Centro Cultural El Birri. Necesidad de seguir contando una historia personal y de un país. Mariposas en la panza como siempre, el instante antes de salir a escena.
-¿“Semillas...” nació en 1997, otro contexto histórico, posterior a los 20 años del golpe. ¿Cómo fue creciendo y mutando en todos estos años?
-La primera semilla de “Semillas de memoria” nació en noviembre de 1997 en Transit, un Festival y Encuentro de la Red de Mujeres en el arte contemporáneo (Magdalena Project, Gales, Reino Unido) organizado por mi maestra y directora Julia Varley (Odin Teatret, Dinamarca). Tardamos tres años casi en terminar la obra, debido a la distancia geográfica con mi directora, necesidad de juntar el dinero para el viaje y trabajos pendientes.
La estrenamos en el 2000, en Argentina, especialmente para mi familia, para “mi” madre de Plaza de Mayo Isidora Castello, y para mi familia, el hijo de mi hermano de corazón desaparecido Marcelo Castello, (Juan en la obra), para su compañera, hermanas, y otras Madres de Plaza y otras personas también cercanas a mí y que trabajaban y trabajan por los derechos humanos. Luego se estrenó en el exterior y fue recorriendo casi todo el mundo, desde Bolivia, Chile, Perú, Colombia hasta Taiwán, Malasia, Nueva Zelanda, Francia, Italia y más. Empecé casi siendo “la hija”, una joven actriz que pasaba de su infancia a ponerse los zapatos de una Madre que buscaba a su hijo, y ahora con el paso del tiempo tengo la edad de esa Madre y la experiencia de los años de vida que fueron marcándome y regalándome vida.
Tengo también todos los testimonios, lágrimas, abrazos, sonrisas, manos que aprietan mis manos de las personas que fui encontrando en mi camino en los diferentes países y que sé en este plano o en el otro marchan conmigo. Mamá Angélica (Perú), Mujeres de Palestina, de Argelia, de Marruecos, Líbano, les Mères du Samedi de Turquía, Women in Black (Israel, Belgrado/Serbia), las Madres de Soacha (Colombia) y tantas tantas otras. “Semillas de memoria” fue creciendo y lo que empezó como un unipersonal ahora se llenó de otros pasos, otras marchas, otras voces, otros nombres que reclaman justicia.
“‘Semillas de memoria’ fue creciendo y lo que empezó como un unipersonal ahora se llenó de otros pasos, otras marchas, otras voces, otros nombres que reclaman justicia”, afirma Woolf. Foto: Gentileza de la artista
Ojos de niña
-Abordás la temática desde la “generación intermedia” que vivió la dictadura pero siendo chica y comprendiendo después. ¿Cómo fue revisar la historia desde esa cercanía histórica?
-Mi cercanía histórica fue porque había vivido los efectos de una dictadura y experimentado sus agentes y modalidades en muchas noches, muchos días y de muchas formas en mi barrio de Liniers. Falcon verdes, amenazas telefónicas, espías por la ventana, hombres desconocidos en la puerta de casa, la desaparición de Marcelo, de su compañera, quien luego apareció; un nunca más reuniones de jóvenes de pelo largo, barba, minifaldas que formaban parte de un cotidiano de infancia con sus cantos, pintada de banderas, pancartas, guitarreadas y Marcha Peronista.
Los miraba desde abajo, desde mi altura de niña de nueve años, quería ser como ellxs, se lxs veía felices, en una actividad colectiva, comunitaria, dialogando, discutiendo, marchando... Esa era mi mirada inocente y desconocedora por supuesto de todo lo que estaba incubándose por detrás.
No me di cuenta lo que había vivido hasta que fui creciendo. Como cuento en “Semillas de memoria”, mis preguntas de chica quedaron sin respuestas; y después ya crecí y las respuestas las fui encontrando en la medida en que las iba encontrando nuestro país también. Cuando salió todo a la luz, la Conadep, el “Nunca Más”, los espacios clandestinos de detención y tortura, el juicio a la Juntas etc. Lo que no entendí y lo fui entendiendo en la medida en que construíamos el espectáculo era las marcas que la dictadura había dejado en mí, las reacciones de miedo ante ciertas situaciones que luego comprendí evocaban las vividas en mi infancia, la incomprensibilidad de una ausencia...
Tuve la suerte de tener una directora inglesa, que vive en Dinamarca, lugar en donde realizamos el trabajo, en el Odin Teatret, en Holstebro. Julia conocía la historia latinoamericana y viviendo en Italia en los años 70/80 militaba como activista política y a través del teatro. También desde esa época empezó a tejer todas las relaciones con los artistas exiliados que comenzaban a llegar desde Argentina y Chile, relaciones vivas aún hoy. Si bien fue parte de la historia no la había vivido en carne propia, esto le dio la distancia perfecta para poder construir una dramaturgia que entra y sale de los momentos dolorosos sin golpes bajos. Un diálogo entre historia de un país, de un continente diría, e historia personal.
No tomamos partido, no juzgamos ni condenamos ni sacralizamos, solo contamos una historia y pedimos a través de lo que sabemos hacer, el teatro, derecho a juicio justo, derecho como quería y quiere Antígona cada vez que es representada, a una sepultura, a un espacio de memoria para poder llevar una flor. Un saber dónde están.
“Trabajar con Julia es ‘trabajo, trabajo, trabajo’: preparar material de actriz de una hora por ejemplo para que luego quede una imagen de un minuto, con suerte, pero esa imagen es la que tiene que estar y contiene en sí esa hora de material ‘presente en su ausencia’”. Foto: Gentileza de la artista
Generaciones
-¿Cómo fue trabajar con Julia desde la dirección, tanto en el origen como a través de los años?
Un privilegio, un regalo que la vida me dio: encontrar una maestra a quien seguí y que se ocupó en formarme con disciplina (rigor) pero siempre mediada por el amor y el cuidado. Trabajar con Julia es “trabajo, trabajo, trabajo”: preparar material de actriz de una hora por ejemplo para que luego quede una imagen de un minuto, con suerte, pero esa imagen es la que tiene que estar y contiene en sí esa hora de material “presente en su ausencia”.
Es exigencia y excelencia, es no conformismo y búsqueda constante de la acción justa y necesaria. Es aprendizaje constante duela lo que duela, sabiendo que al final del túnel está la luz y la manifestación escénica de lo que quería, necesitaba contar. Al final del túnel la satisfacción de la tarea hecha sabiendo que no fue magia sino comunión, común-unión de una directora-maestra y su actriz.
-¿Volverías sobre este tema en un nuevo espectáculo? ¿Cómo lo abordaría la Ana adulta de 2024?
-No volvería a hacer un espectáculo como actriz con ese tema, “Semillas de memoria” es mi forma de marchar y la marcha ya está en camino. Sí lo haría y de hecho lo hice como directora, no puedo dejar de hablar de lo que me constituye. “Candy Land, tierra de lobos” es una obra que dirigí con la actriz Sofía Monsalve del Teatro de la Memoria de Colombia. Y allí hablamos de la violencia militar y paramilitar a través de una historia personal de una mujer que conocí (sin conocer) en el Museo de la Memoria de Lima, Perú.
Los diálogos se cruzan, los procedimientos de represión dialogan. Las necesidades de mantener vivas las historias que nos quieren hacer olvidar en una cultura que en su acto de asumir un tiempo/ritmo que la superficializa rebaja (exactamente como con el alcohol rebajado con agua) la calidad, profundidad de su contenido.
Ideales e ilusiones
Por Julia Varley
(Texto escrito en lo orígenes de la obra)
“¿Debiera uno cantar en los tiempos de oscuridad?
Sí, uno debiera cantar sobre los tiempos de oscuridad”.
(Bertolt Brecht)
Durante la década del 70 muchos argentinos venían a Italia, donde yo estaba viviendo y estudiando en la Universidad. Compartíamos el lenguaje del activismo político y el de jóvenes militantes que querían cambiar el mundo y creían en el derecho a la justicia y a la felicidad y en un nuevo ser humano. Nos eran familiares las horas y horas de reuniones, la distribución de volantes y la venta de diarios, los debates sindicales y ocupación de escuelas y fábricas. Sentíamos que nuestro compromiso político era extremadamente serio y coincidíamos en que los problemas personales, familiares y de amistad venían en segundo lugar.
Todos nosotros, tanto italianos como argentinos que trabajábamos en teatro, arte y cultura, veíamos a nuestra actividad como parte integrante de la lucha social y de clase. Hablábamos acerca de teatro y política, de solidaridad internacional, de Stanislavski y Grotowski y agit-prop. Nunca hablamos demasiado acerca de lo que estaba pasando en su país de origen. Yo sólo sabía que para ellos era muy peligroso volver y que regresar era su más grande y a la vez imposible deseo. A veces su teatro reflejaba la realidad de la cual ellos habían escapado. Los espectadores italianos reaccionaban en contra de las escenas de tortura cuando éstas eran presentadas en un estilo demasiado directo llegando hasta el punto de interrumpir la representación.
Es muy difícil hoy en los 90, viviendo en la confortable, rica y democrática Dinamarca, dirigir una obra de teatro con el tema de los desaparecidos y leer documentos y libros que revelan los hechos y cifras de los años de la dictadura militar en Argentina. La realidad es demasiado terrible como para asimilarla. Es insoportable oír acerca de torturas psíquicas y físicas a niños, adolescentes, trabajadores, estudiantes, familias, amigos y las que azarosamente involucraban a personas que pasaban por allí. Es insoportable oír acerca de los asesinatos. Y puedo imaginarme que para aquellos que vivieron ese período de terror, la experiencia se vuelve insoportable de narrar.
¿Cómo me puedo permitir presentar esta realidad en teatro? ¿Cómo puedo hablar de esta experiencia que pertenece a otros en el lenguaje de símbolos y signos? ¿Cómo puede el dolor ser puesto en escena y ser “actuado” sin resultar irrespetuoso y desagradable? ¿Cómo puede el teatro ser tan cruel como la vida real? Estas preguntas me obsesionaban durante la primera parte del trabajo con Ana Woolf, mientras las Madres de Plaza de Mayo continuaban diciéndome que no hablara sobre muerte y funerales sino acerca de vida y esperanza futura. Yo las imaginaba diciéndome una y otra vez que aunque se pueden perder las ilusiones, los ideales permanecen y con ellos la necesidad de luchar por la justicia.
Ana Woolf, la actriz argentina que me propuso esta producción, era una niña en aquellos tiempos de dictadura militar y su familia no tuvo la necesidad de dejar su país. Ella experimentó y juzgó los eventos a través de los ojos de una niña de nueve años. No sabía que sus preguntas sin respuestas y sus confusas emociones, que su asombro y miedo eran compartidos por los grandes que estaban a su alrededor.
Las palabras autobiográficas y la pena real causada por la reciente pérdida de su padre fueron la solución dramatúrgica que permitió contar la historia que necesita ser contada. Aunque nunca, ninguna palabra será suficiente para compensar el horror y sufrimiento que ha marcado a varias generaciones de argentinos.
Estaba caminando por las calles de Buenos Aires en 1987. Un amigo me contaba lo extraño que era estar afuera sin tener que pensar una historia acerca de a dónde estaba yendo y por qué, con una agenda en su bolsillo y sin tener que mirar hacia atrás y adelante para ver si la calle era segura. Pero aún el miedo más profundo permanecía. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible para tanta gente torturar y matar a otro ser humano, entre los cuales había madres embarazadas y niños? ¿Cómo es posible para tanta gente haber colaborado y permanecer en silencio? Miras a tu vecino sin saber si es un torturador. Miras a los hijos de tu vecino sin saber si realmente pertenecen a esos padres. Miras las oscuras aguas del Río de la Plata y ves caras jóvenes aparecer entre las olas.
Con Ana he encontrado una joven generación que ha elegido pelear contra el olvido, que quiere tomar la responsabilidad del pasado y saber de dónde vienen. Ana ha convertido a Juan, el protagonista de “Semillas de memoria”, en un miembro de mi familia. Siento la necesidad de decir su nombre y de recordarlo para que él pueda vivir la vida que le fue arrebatada junto con tantos otros.
El teatro puede ayudar a poner semillas de memoria en la tierra para que nueva vida pueda crecer de la ausencia, para que los viejos ideales e ilusiones puedan devenir delicadas flores que colorean nuestro futuro.
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