Tamara Tenenbaum, tras las huellas del teatro idish
En su segunda novela, la autora nacida en Buenos Aires ausculta el deseo y el oficio de una joven becaria (Sabrina) que se ve espejada, asombrosamente, en la memoria epistolar de una artista judeo-argentina de los ‘60.
“Tiene que leerse como un policial”, recomienda Tenenbaum sobre su más reciente producción literaria. Foto: Gentileza Planeta
Tamara Tenenbaum publicó su segunda novela, “La última actriz” (Seix Barral, 2024). La obra explora “la identidad femenina a través del tiempo y la memoria”, según dice la sinopsis del libro. Lo curioso es el modo que adopta la periodista y docente en Filosofía: una investigación, tramada por la ficción, de un rincón de la cultura argentina poco visitado como es el teatro idish.
Papeles
Paula Ansaldo es Doctora en Historia y Teoría de las Artes por la UBA, y becaria postdoctoral del Conicet con el proyecto “Representaciones de lo judío en la dramaturgia argentina de la postdictadura (1983-2002): tópicos, poéticas y memoria”. Tamara Tenenbaum se inspiró en su tesis de Doctorado, “Teatro judío en Buenos Aires (1930-1966): cartografía, desarrollo y productividad en el campo teatral argentino”, para insuflar el personaje de Sabrina, central en la primera columna de la novela. “Lo que me llamó la atención, cuando ella me contó, es la dificultad para reconstruir esta historia, porque parte del archivo había volado en la Amia”, explica la entrevistada.
Naum Javier Tenenbaum es una de las 85 víctimas del atentado fraguado el 18 de julio de 1994. El abogado de 30 años, padre de Tamara, falleció cuando fue a hacer el trámite para enterrar a su padre. Ella lo contó en “El poema”. Igualmente, “yo nunca había pensado en el tema de los papeles”, dice hoy la hija colocando a la poesía en ese intersticio que no se reduce a la razón ni a la sensibilidad, pero las contiene. “Es lógico, la gente habla de los muertos”, agrega. “A mí me gusta mucho cuando me cuentan historias en las que algo no se sabe. Entonces, podría inventar cualquier cosa y hasta casi podría ser verdad, no hay manera de comprobar que es ficción”.
Montaje
“La última actriz” exhibe a una Tamara Tenenbaum solvente en el arco narrativo. Alguien que elige cuándo y dónde espolvorear cada acción. Que, amparada en su estrategia, decide la suerte de los fragmentos: deslizarse como hábiles jugadoras de hockey sobre la pista de hielo. Con ese timing se paladean los mails formales y urgentes arrebujados en el diario de Sabrina, antesala-espejo de la vida de Jana, actriz de teatro idish de los ‘60.
“La novela tiene que leerse como un policial”, recomienda “Doble T”. La autora de “El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI” es consciente de que el género o etiqueta no niega rótulos como el de novela epistolar -en el canon argentino, heredera indiscutible de Manuel Puig-. La cadena de voces y texturas es el combustible del misterio. “Justo cuando estás por enterarte de algo, te cambian el punto de vista y tenés que ver cómo juntás una información”, detalla. “Y lleva a que el espectador, perdón el lector, se ponga en el lugar de Sabrina; que arme el misterio igual que lo arma ella. Como un rompecabezas en un sentido muy clásico”.
-Dijiste espectador, ¿lo imaginaste representado o escenificado?
-Lo pensé como una película. A la hora de armarlo, el lector tiene algo de montaje. Puede decidir dónde se intercalan las partes, si la escena corta en ese lugar. La historia se arma en los cortes. Podría empezar con Jana en lugar de hacerlo con Sabrina. Todas esas versiones existen, algunas las probé, cortándolas y pegándolas, otras las imaginé en mi cabeza.
“Me gustan las entrevistas, hacen entrar otras voces en la novela”, apunta la escritora sobre el oficio practicado por el personaje de Sabrina. Foto: Gentileza Planeta
Sueños
Policial y epistolar son dos claves de lectura que proporciona Tenenbaum. Dos géneros, dice, que tienen “a la vista los agujeros”. También habla de “una novela muy realista”. En ese continente, advierte, juegan un papel fundamental las composiciones oníricas: los sueños de Sabrina, las pesadillas de Jana. Tales materiales, devela la autora, “habilitan que aparezcan imágenes más raras, como el teatro que se derrumba”. En una novela muy prosaica, “llena de lugares recontra grises”, permite “sacar al lector de la oficina y la computadora”.
Al mismo tiempo, los sueños operan como una llave maestra. “Son una puerta de entrada a las mentes de estas chicas que hablan de sí mismas. Pero tiene que haber una parte de sí mismas que no entienden. En el caso de Jana, es el deseo -tanto sexual como de vivir del teatro-. Para Sabrina, las cosas que no puede decir vienen por el lado de la enfermedad con la que no se quiere meter, pretendiendo que no existe. Además, hay algo que no puede terminar de decir sobre su relación con Gabriel. No se entiende si ella lo quiere o ya no”.
No frena
Oír a Sabrina. Leer a Jana con los ojos de Sabrina. Descubrir a Silvia. Hacemos estos movimientos guiados por la autora del libro. En el devenir, la becaria asiste al desarrollo y ejerce el hábito de la entrevista como catalizadora del deseo. Su deseo.
Al respecto, Tamara dice: “Las entrevistas pueden hacer entrar otras voces por un rato. Como las de estos viejos judíos que le cuentan historias de obras que vieron hace 70 años. Desentierran recuerdos que no sabían que tenían. Aunque a veces no se den cuenta, tanto los investigadores como los periodistas están haciendo eso”.
La protagonista no es ajena a la oleada de información que acumula. Su cuerpo toma nota de las vidas prestadas que porta. En el trayecto, se le va formando una ética profesional: resistir y escuchar. En otras palabras, una entrega a la escucha desde el interés. Una forma de metabolizar el mundo. Todo ello configura un desafío: “Sabrina tiene un discurso interno que no frena, que le cuesta escuchar sin interrumpir”. Eppur si muove.
Pasiones
Las cartas de Jana son como un oráculo para Sabrina, trastabillando como venía entre el teatro y la academia. “Se me ocurrió que la investigadora también tenía que ser una persona relacionada con la actuación. Son dos narradoras mujeres, se tienen que dibujar uno o muchos espejos entre ellas. Las dos están enamoradas de su director (Sabrina de su director de tesis), las dos quieren ser actrices”.
A la vez, continúa perforando el tejido de la estrategia autoral, “había que construir voces suficientemente diferentes, que no sean la misma del presente y del pasado”. Sabrina, añade Tenenbaum, “está en un lugar mucho más resentido e inactivo; abandona a la primera”. Jana, en cambio, “persiste mucho más, incluso en condiciones más complicadas. Las dos tienen la misma suerte (ni muy buena ni muy mala), el mismo talento (que no es demasiado). Pero una persiste y otra no”. Hasta que aparecen las cartas de Jana...
Tamara cree que, además, se juegan las pasiones que uno tiene y las que se inventan. “Uno es lo que eligió. Si no fuiste pianista es porque no te importaba tanto el piano. Por eso, cuando aparece Jana, Sabrina se da cuenta que, en realidad, su pasión es investigar. No es su segunda mano. O sí, pero a veces las segundas manos son las verdaderas pasiones. Tenemos muy idealizado el primer amor o la primera pasión, como si fuera la única. A veces, haciendo algo que pensabas que no te gustaba, encontrás algo que sí te gustaba”.
Tamara Tenenbaum, en la presentación de “La última actriz” en el marco de la Feria del Libro 2024 Foto: Gentileza Maxi Failla
Obstáculos
“Ser actriz es ser mujer al cuadrado”, piensa Sabrina en la página 40. Situada en el pasado, Jana emboca esa espera constante del llamado en una noción de doble entrada: la de actriz-espectadora. Mientras transita la vida, Sabrina se anota millas de empoderamiento, va posicionándose con mayor firmeza. “Va encontrando el camino peleándose con ellos”, analiza Tenenbaum aludiendo a los personajes de Gabriel y Jaim. “Pero también se los agradece. En el fondo, pelearse le da una fuerza y una certeza que no hubiera tenido”.
Sobre este punto, la autora establece un parangón con su entorno: “Lo veo con amigos varones que siento que están medio perdidos. Pienso en mis compañeros de universidad, en los varones que tienen la misma clase social y la misma formación que yo. Claro, es más difícil cuando uno no tiene nada con lo que pelear, cuando desde chico te la regalan. A veces, pienso en la suerte que tuve de encontrar eso sola porque se te forma el carácter”.
Volviendo a Sabrina, Tamara admite que a ella “le sirven esos obstáculos”. Para elegir lo que quiere y para entender qué clase de investigadora quiere ser. “Ve a Gabriel muy jugado en la burocracia, en ese micropoder, en la rosca. A ella le importa otra cosa: quiere desentrañar un misterio”.
También
Al interior del diario de Jana también se teje una red discursiva heterogénea. Corresponde a su amiga Hinde aclarar el objeto de estudio (Sabrina, agradece), es decir, el teatro idish, al que define como “una lengua muerta para un teatro muerto” (2024:82). Otras acepciones, solidarias para el entendimiento, encontraremos a lo largo de la trama: disolución, errancia.
A Tamara -también guionista de teatro y televisión- le hacía ruido un interrogante: ¿Qué sería representar la idea que otros tienen de lo que es ser judío? “En el mundo se habla de política de la identidad. Identidad mujer, identidad latinoamericana, identidad negra, identidad indígena, lo que sea. Muchas veces, nuestra comprensión es muy limitada, como si una persona tuviera que ser lo mismo siempre”.
En el judaísmo, continúa, “esto está problematizado desde muy temprano por el miedo permanente a la asimilación. Hace varios años, el judío es percibido como blanco (por supuesto, no lo era en los años ‘30), ya nadie se cambia el apellido. Hay algo del judío que, incluso en un contexto antisemita, puede lograr que no se note que es judío (no es lo mismo que siendo negro, mujer o travesti). Eso hace que haya algo peligroso en el judío porque se puede infiltrar. Por otro lado, es un peligro también para él mismo que piensa que, si se infiltra, puede terminar creyendo que no es judío”.
A partir de ello, Tenenbaum comenzó a empaparse del tema con la tesis de la Dra. Ansaldo. “Nosotros no conocemos a los actores del teatro de los años ‘60. Conocemos a los que además hicieron televisión y cine. Pero el actor del teatro pertenece al presente”, introduce. “El teatro judío fue una bocanada de aire para nuestro teatro nacionalista o costumbrista. Fue una de las formas en que las vanguardias europeas ingresaron, convirtiéndolo en el teatro mucho más diverso que es hoy”, desarrolla. Para concluir diciendo: “Conservar una cultura no es dejarla intacta, sino dejar que se mezcle. Un teatro no se muere si entregó todo a otro que antes no existía. Lo que sucedió ahí es un cruce inesperado: el teatro argentino también es el teatro judío”.
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