Se me comunica formalmente que estoy viejo; de los cinco edificios que Diario El Litoral (incluyendo este, flamante y hermoso, que se inauguró el martes 17 de diciembre de 2024 –escribo la fecha completa: es histórica-), ocupó en sus más de cien años de vida, pues, he estado en cuatro de ellos. El de calle San Martín al 2600; el de 25 de Mayo; el de calle Belgrano y el que ahora, orgulloso, como una suerte de nave insignia, se enseñorea en el Puerto, mirando a la ciudad y al río. Y al pasado y al futuro, por igual.
Y se me comunica también que somos dos o tres los viejos en cuestión, quienes podremos exhibir ese logro de haber trabajado en cuatro de los cinco edificios que tuvo el diario en toda su historia: el Panchi Enrique Cruz (jefe de Deportes, “nacido y criado” en el diario); Carlos Alonghi, Sergio Ortiz de Zárate… De la redacción, periodistas, sólo dos “quedamos” de la vieja sede de calle San Martín: Cruz y yo.
Y si me concentro en la Redacción es porque de verdad creo que es el corazón del diario. El sitio donde las noticias cobran forma; donde un aviso oportuno se transforma en noticia, donde un chisme al paso, es una punta para trabajar; donde un dato comienza a ser cotejado para ver si tiene entidad…
La Redacción del diario, la Redacción de la web, la Redacción de la radio o la de un canal de televisión: ese lugar. Cumplo cuarenta años de Redacción, de rutinas y de súbitas prisas; de oficio pero también de adrenalina, siempre nueva y atropelladora, cuando la realidad manda…
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Era muy joven cuando caí a la Redacción de San Martín al 2600: un nene, que fue puntual y exactamente el apodo que recibí entonces y que hoy aún me acompaña: el “Nene” Fenoglio; o “elnene” –así, todo junto y de una-; aunque ni en mis momentos de mayor optimismo pueda sostener el apodo con mis sesenta años y sumando.
Era una Redacción muy particular (todas son distintas, todas tienen su carácter, su ritmo, su clima, sus historias y sus personajes): tenía habitaciones y no estábamos todos juntos como ahora, en que se usa esto de las redacciones integradas. No. La Redacción propiamente dicha, la “seria” (política, ciudad, educación, salud, gremiales…), entraba en una habitación “normal”, no muy grande. Un puñado de escritorios individuales, con esas máquinas de escribir imponentes. Hojas en que cabían exactas 30 líneas.
La Redacción tenía un momento, digamos una hora antes del cierre de edición, en que todos tecleábamos ruidosamente y uno podía sentir el peso de las neuronas, y todo era como una enorme máquina trabajando y empujando para adelante…
Los de Deportes tenían otra pieza; Sociales, otra. La diagramación en otra pieza contigua… Recuerdo que había cuatro mujeres (quizás alguna más, que ahora mi memoria no retiene): María Alejandrina Argüelles –Pimpi-, Graciela Daneri, Alicia de las Casas, Teresa Pandolfo. Pimpi y Graciela, de alguna manera me adoptaron: yo era un estudiante de Letras venido de un pueblo del interior, casi sin familia. Ellas me bautizaron: el Nene. Y ahí estoy con mi cara de nene en alguna foto (¿1985, 1986?) en esa redacción, donde había grandes periodistas y, la mayoría, periodistas grandes…
El diario tenía mucho de familia. Y había incluso gente de afuera, que no trabajaba allí, que venía, saludaba, charlaba y luego se iba. Recuerdo uno (como en El Quijote), “de cuyo nombre no quiero acordarme”, que venía todas las mañanas, se sentaba en algún asiento libre y hojeaba todos los diarios que estaban en la Redacción. Y a veces, el colmo, doblaba, ponía debajo de la axila y se llevaba, sin pudor, el que no había terminado de leer.
La Marinoni, esa temeraria imprenta que estaba ahí, a 30 metros de la Iglesia del Carmen, en San Martín y La Rioja, ya no trepidaba más, reemplazada por una máquina nueva que ya imprimía en el edificio de 25 de Mayo, unos metros al norte de Bulevar, y que terminó arrastrando hacia allá a todo ese viejo y querido diario, a mediados del ’86, si la memoria no me falla…
Enrique Cruz (h) y Néstor Fenoglio, en la redacción de calle 25 de Mayo.
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La Redacción de 25 de Mayo ya era distinta, porque el espacio, bastante más grande y vidriado (y, por lo mismo, rápidamente fue rebautizado como “la pecera”), fue planificado ya para albergar a buena parte de los periodistas…
Solamente Sociales y Espectáculos (la pecera chica), Corrección, Armado y “Cables” no estaban en la sala común. La pecera grande: redacción general, incluidos esta vez Deportes, Interior, Policiales. La redacción “seria” de un lado, con los secretarios de Redacción de entonces –Valdez y Barone Daneri, luego Pandolfo, luego Crespo, luego Dozo, luego Agretti, luego...- y del otro extremo de la sala, justamente los díscolos de Deportes, Policiales (había que escuchar el tecleo del “Flaco” Pagés: una suerte de granizo fuerte sobre techo de chapa…) e Interior. Ese sector recibía el mote de “Barrio Chino”. Todavía se fumaba en esas redacciones.
También aquí podían llegar algunos “externos” hasta la redacción o la más descontracturada pecera chica de Sociales, pero ya había en el ingreso encargados de recibir, frenar o llamar a algún periodista en particular. Había, dentro del edificio, una cafetería, La Calandra, que permitía algún descanso o una charla diferente. Hasta allí venían los jefes a buscar a los que “se entretenían” más de la cuenta y no volvían a sus puestos de trabajo.
Por 25 de Mayo estaba la parte administrativa y comercial; también la Gerencia.
En el medio de la manzana, la King, desplegada como una nave azul. Arrancaba a las 15, minutos más o menos (mejor que fueran menos…) y era la coronación del trabajo de los periodistas, que habían terminado un rato antes. La Redacción, Archivo, Biblioteca y la Dirección del Diario, por calle Pedro Vittori.
Allí comenzaron a producirse los cambios más vertiginosos. Pasar de las viejas máquinas, una suerte de dromedarios ruidosos, a las computadoras, fue un desafío enorme…e insalvable para algunos, que apuraron su retiro. También el cambio de formato, de sábana a tabloide, y el progresivo reemplazo de tecnología.
Durante un buen tiempo, yo viví en esa misma manzana, a la vuelta, por Cándido Pujato. Y a veces, los “abonados” más cargosos, no se contentaban con que no estabas ya en el diario y llegaban a la siesta hasta mi casa, donde los mal atendía por la ventana entreabierta… Recuerdo que, con picardía, riéndose y haciendo señas, pasaban mis compañeros de trabajo, mientras yo trataba de despachar al ocasional y ansioso lector… Hasta los ´90, no había ningún edificio en esa manzana. Hoy hay seis o siete.
Año 2011, en la redacción de 25 de Mayo.
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La Redacción de calle Belgrano, en la que estuvimos hasta ahora, continuó con la integración de la redacción: todos, o casi todos, en una misma planta.
El desafío mayor fue y es la traslación a web y todos los nuevos formatos, algo natural para los nativos digitales, pero desafiante para quienes nos criamos sin Internet.
En el último brindis en el edificio de calle Belgrano, cuando El Litoral cumplió 106 años.
En paralelo, El Litoral ocupó el territorio a pleno y diversificó sus productos, constituyéndose en lo que es: la mayor y más importante generadora de contenido periodístico de una vasta región. Y con “plumas” (una antigüedad, pero todavía se decía “buena pluma”, admirativamente, para señalar a alguien que escribía bien) respetadas en todas partes.
En Belgrano empezamos a comprender de verdad lo que es un trabajo en equipo, integrando todas las áreas, capacidades, saberes: periodistas, publicistas, diseñadores, encargados de redes, camarógrafos… Administración, Comercial, Redacción, Cable y Diario: todos juntos.
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Hoy, en el nuevo edificio (que es, en sí mismo, un agregado de valor para la ciudad y al entorno del Puerto), “la Redacción” es un músculo vivo que bombea energía nueva, desde un lugar que, además de soñado, fue hecho “a diseño”, pensando justamente en el modo en que trabajan las redacciones modernas del mundo. Una sola planta donde convivimos todos y donde participamos del mismo ecosistema. El corazón está fuerte y sano.
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