Un santafesino trabaja en Médicos Sin Fronteras y coordina la operación en Ucrania
Paulo Milanesio nació en Rosario, es ingeniero civil y se dedica hace 10 años a brindar ayuda humanitaria. "En este mundo de los equilibrios, si no empiezas a dejar de lado tener más, hay otra gente que nunca va a tener algo".
Paulo Milanesio es rosarino pero hace varios años decidió "salir de su zona de confort" y se sumó a Médicos Sin Fronteras. En la actualidad dirige la operación de la organización humanitaria en Ucrania. Crédito: Gentileza MSF.
Hace 10 años, Paulo Milanesio eligió poner su vida al servicio de las comunidades que más sufren en el mundo. Nació en Rosario hace 38 años, una ciudad que visitará por estos días, luego de pasar una buena temporada en Ucrania, en medio de la guerra que tiene en vilo a este país de Europa Oriental tras la invasión rusa.
No es médico, pero trabaja para la organización internacional Médicos Sin Fronteras desde el año 2020. Tras pasar por Yemen, Camerún, Etiopía, Mozambique, Senegal y Mauritania, ahora es el director general de la organización en Ucrania, donde hay desplegadas en territorio 800 personas porque su especialidad es garantizar seguridad a los equipos que están en zonas de conflicto.
Viktoria, de 24 años, huyó de Kramatorsk (este de Ucrania) junto con sus dos hijos y se hospeda en un albergue con decenas de otros desplazados. En la imagen, el coordinador de MSF en Ucrania, Paulo Milanesio, juega con sus hijos.
Con su título reciente de ingeniero civil, y trabajo en varias obras viales importantes de la provincia de Santa Fe, se dio cuenta que su vocación estaba en otra parte: "Necesitaba otros estímulos", relata hoy a más de 13 mil kilómetros de distancia de su provincia natal. "Me iba bien y tenía una vida por demás de acomodada; lo mio fue una inquietud y una búsqueda personal".
Aterrizó en Barcelona, donde hizo un poco de todo para pagar un Máster en Tecnologías para el Desarrollo Humano y Cooperación Internacional. "Entendí que podía aplicar la ingeniería en áreas sociales para el desarrollo humano y empecé a colaborar con ONGs". Y su primera experiencia fue llevar agua y saneamiento a zonas rurales, "muy en lo profundo de las áreas áridas de Mozambique", donde trabajó y vivió tres años".
De la asistencia a la emergencia
En el mundo, la ayuda humanitaria se puede brindar en dos contextos bien diferentes: desarrollo humano, con proyectos de largo plazo para atender problemas sistemáticos de una comunidad (la falta de acceso al agua, por ejemplo) o emergencias, situaciones imprevistas, que ocurren de repente y ocasionan muchas muertes y afectados (una guerra, un desastre natural, etc.).
Tras enfocar su trabajo en el primer eje durante los primeros años, Paulo sintió que debía hacer un cambio, y salir nuevamente de su zona de confort: "Cuando ya llevaba cierto tiempo trabajando en lo más tranquilo, me quise pasar a lo que da más adrenalina, a contextos donde el día a día es más complicado, el nivel de intensidad de trabajo es más alto y los niveles de seguridad son mucho más complejos". Y, tras un tiempo en la guerra civil de Camerún, ingresó a Médicos Sin Fronteras.
- Saliste de tu zona de confort varias veces ¿lo recomendás?
- Completamente, sí, sí y sí: es lo que te hace como persona. El crecimiento profesional se va dando porque vas teniendo mayores desafíos, pero lo que viene incluido y realmente no te lo esperas, es el crecimiento personal. Hace 11 años que viajo por el mundo y he pasado por situaciones completamente ajenas a lo que es el confort que me hubiese dado continuar mi carrera como ingeniero en Argentina o en España. Pero el crecimiento personal no lo hubiese conseguido, sin dudas, porque vivís infinita cantidad de desafíos que te hacen ver otras realidades, hablás con personas que tienen vidas completamente diferentes, ves que las necesidades dependen del lugar en donde estés… Son los valores que te puede dar una persona que ves que está haciendo tremendos esfuerzos para buscar un balde de agua o conseguir un ibuprofeno para la hija que le duele la muela... Y eso me moviliza mucho más que lo que tenía en mi zona de confort.
- Y también hay cosas que tuviste que dejar de lado, me imagino…
- Por supuesto, pero uno va eligiendo caminos siendo consciente de que no puede tener todo. Lo mío no fue forzado y fue distinto a quien tiene que salir a buscar el mango, gracias al esfuerzo de mis padres y de mis abuelos, nunca me faltó nada, y no hablo de lujos. Mi búsqueda no era por tener más sino que iba por un descubrir. No lo pondría en términos de pérdidas y ganancias… en realidad, estás ganando lo que fuiste a buscar y lo que te hace feliz.
Paulo Milanesio en medio de un conjunto de edificios residenciales destruidos en una ciudad de Ucrania. Crédito: Gentileza MSF.
- Pero hay personas o situaciones que debés extrañar…
- Sí, claro. Y me encantaría ahora estar ahí, en Santa Fe, a dos horas de distancia de mis amigos para ir al río Paraná a comer un asado, pero bueno, todo no se puede. Me toca estar acá siendo protagonista de la ayuda humanitaria de una de las guerras más grandes de los últimos tiempos. Y eso, a mí, me llena.
- ¿Por dónde pasan las ambiciones en un trabajo como el tuyo?
- Creo que los que nos dedicamos a esto tenemos ambiciones que no van solo por lo material, sino que van también por un lado humano, de dar o de devolver, ¿viste?. Llegué a un punto en que entendí que tenía un cierto estado de confort que me era suficiente. Esto es un trabajo profesional, ganás un salario y a medida que vas ganando experiencia, mejora. Entonces hay una ambición profesional de ser mejor en lo que haces y tener desafíos mayores. Pero evidentemente está complementada con una parte humana que otros trabajos no te dan. La ambición tiene que ver más con lo humano que con lo material. En este mundo de los equilibrios, si tú no empiezas a querer dejar de lado el tener más, hay otra gente que nunca va a tener algo. Esto para mí es la clave: hay que saber decir basta para que realmente otra persona pueda tener más.
- Y tiene una parte muy grande de vocación también.
- Claro. Por ejemplo, a veces hay que dormir en cualquier lado, aquí en Ucrania las últimas semanas dormí más en trenes que en una cama normal viajando de una punta del país a otra. La vez anterior estuve en Mauritania durmiendo en cualquier tipo de rancho donde me podían ubicar para poder estar cerca de los migrantes que llegaban antes de subirse a las pateras con las que intentan llegar a Europa. Si realmente no hay vocación, no lo haces por mucho tiempo.
- ¿Cuándo llegaste a Ucrania y cuál es tu función?
- Estuve el año pasado cuatro meses y ahora volví por otro cuatro. Sobre mí recae la representación institucional, organizar la estrategia de respuesta junto con los equipos médicos y una de mis principales responsabilidades es garantizar seguridad de nuestros equipos, desarrollando los protocolos de seguridad, y ante cualquier incidente que pueda haber, que de hecho los hay, liderar los equipos para resolverlo. Y aunque el 24 de febrero del año pasado tomó una dimensión muchísimo mayor, Médicos Sin Fronteras está aquí desde antes del 2014, cuando comenzó la guerra. Aquí hay gente que ha sido desplazada de sus casas o en lugares donde el acceso a salud no está garantizado desde hace más de nueve años.
Hospital destruido en Lyman, Óblast de Donetsk. Crédito: Colin Delfosse, MSF.
- ¿Qué desafíos afrontan hoy?
- En Ucrania hoy hay seis millones de personas que están internamente desplazadasy otras ocho millones que son refugiadas, que ya están fuera del país y todavía no han regresado. A los desplazados internos buscamos darle desde apoyo psicológico a donaciones de cualquier elemento para cubrir necesidades básicas. Esta gente vive en albergues comunitarios donde garantizamos que tengan agua, comida, abrigo, y calefacción porque en el invierno hay temperaturas bajo cero y está nevando desde anoche. Es una logística enorme para repartir generadores y leña. En cierto modo, es como un juego de estrategia...hay que desarrollar estrategias constantemente y ser muy reactivo. Una de las grandes características de Médicos Sin Fronteras es tener capacidad de reacción y de adaptación a las necesidades de manera prácticamente instantánea. Por eso hay mucha gente trabajando acá y por eso también no tenemos ni lunes ni domingo, ni mañanas ni tardes,
- ¿Han estado cerca de zonas de bombardeos?
- Acá nunca no se sabe, disparan un misil y puede caer en cualquier lado. Hace unas semanas estuve a 30 kilómetros de la línea de frente con uno de los equipos y nos tocó pasar toda la noche en el bunker porque atacaron una ciudad y, bueno, tenemos muchísimos protocolos de seguridad que vamos siguiendo y eso es súper importante.
- Mi mamá falleció hace 12 años. Es muy curioso porque cuando ella falleció yo era ingeniero civil y trabajaba en Rosario. O sea que de todas estas locuras se habrá enterado desde ahí donde esté. Y tengo a mi padre en Rosario, el Beto, que está siempre ahí presente y me está bancando a la distancia. Y cada vez que vuelvo a Rosario tengo esas ganas de llegar a casa a tomar mates con mi viejo. Mi viejo estudió en Santa Fe y ama la ciudad, para él no existen la humedad ni los mosquitos. Y después tengo a mi hermano Bruno y mi cuñada mi cuñada Julieta que viven en Barcelona. Y la familia te apoya, te aguanta y te banca todas estas locuras porque entienden que esto es un trabajo, no un voluntariado. Sin dudas debe haber muchas noches que no duerme, pero por lo menos a mi no me lo cuentan.
- ¿Qué es Ucrania para vos hoy?
- Es una escuela de vida, un lugar en donde te haces más humano al ver la injusticia del mundo en persona, vas teniendo más empatía con el sufrimiento de quienes no lo merecen. A mí una de las cosas que más me impacta de estos contextos donde trabajo, podemos hablar específicamente de Ucrania, ¿no?
El otro día estaba viajando hacia una ciudad que está al lado de la línea de frontera con Rusia, y en el tren iban muchos soldados que habían ido a descansar a sus casas y volvían a luchar. Y había un soldado a punto de subirse al tren que estaba abrazado con su mujer y su hijita, que no le llegaba más de la cintura, y esa familia no hablaba, sólo se abrazaban. Y claro, acá no paran de reclutar soldados, te enganchan en la calle, te ponen el traje militar y te mandan. Y yo estaba mirando esa imagen y una de las cosas que más me duele ver en este mundo es que por distintos motivos hay mucha gente que no tiene capacidad de elegir su futuro, le toca la que le toca. Entonces, empatizar con ese sufrimiento humano y trabajar como trabajamos con Médicos Sin Fronteras para aliviar ese sufrimiento y garantizar que por lo menos ese día sea menos duro, te hace más humano. Por eso Ucrania es una escuela de vida, en medio de la muerte. Y los que no están aquí y están lejos, solo les pido que no se olviden de que hay gente que la está pasando muy mal porque tener empatía con el sufrimiento humano es una manera de hacer un trabajo humanitario día a día.
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