El 24 de abril de 2025, Cazzu sorprendió con el lanzamiento de Latinaje, un álbum que representa un giro inesperado en su carrera y, al mismo tiempo, un acto profundamente necesario en el panorama de la música urbana latinoamericana.
Con su nueva producción, Cazzu se aleja del trap y abraza los géneros tradicionales latinoamericanos en un álbum íntimo y valiente que revaloriza la identidad cultural en tiempos de algoritmos globales.
El 24 de abril de 2025, Cazzu sorprendió con el lanzamiento de Latinaje, un álbum que representa un giro inesperado en su carrera y, al mismo tiempo, un acto profundamente necesario en el panorama de la música urbana latinoamericana.
Lejos de los beats de trap y las líricas del reggaeton, la jujeña decide mirar hacia atrás, hacia sus raíces, y ofrecer un recorrido por los géneros tradicionales del continente. En un mercado saturado de tendencias globales, esta apuesta por lo identitario, lo local, y lo emotivo, no solo es valiente, sino también política.
Latinaje se compone de 14 canciones que transitan desde el tango hasta el merengue, del folklore argentino al corrido tumbado. La producción de Nico Cotton amalgama con equilibrio lo acústico y lo digital, sin disfrazar lo tradicional pero tampoco replicándolo de forma purista.
Cada tema parece más una reinterpretación que una recreación, como si Cazzu se tomara la libertad de bailar con el pasado sin pedir permiso. Las letras, escritas por ella misma, refuerzan esta lectura íntima: no estamos ante un experimento estilístico, sino ante un álbum personal, dedicado a su hija Inti, que funciona también como legado y testimonio.
Dentro del repertorio, Me tocó perder se destaca como uno de los momentos más logrados. Se trata de una chacarera que no respeta la forma tradicional: no hay estructura binaria ni repeticiones exactas, sino una narrativa más cercana a la canción pop actual. El puente aparece, pero desplazado; la armonía se vuelve más audaz en las modulaciones; la letra, sin embargo, conserva el tono poético y resignado del folklore.
Vocalmente, Cazzu se muestra en una versión trabajada y honesta: su timbre susurrado y melódico encuentra en este género una nueva dimensión expresiva. El final en seco, abrupto, refuerza la sensación de pérdida que recorre toda la obra.
Cazzu no está sola en esta decisión de volver a las raíces. Bad Bunny ya lo había anticipado en DeBÍ TiRAR MáS FOToS, con guiños a la música puertorriqueña tradicional. Rauw Alejandro hizo lo propio con Carita Linda, rescatando la bomba puertorriqueña — específicamente los ritmos yuba y cuembe— y colaborando con músicos de su tierra.
Se trata, quizá, de una respuesta artística a la homogeneización cultural que propone el algoritmo: si todo suena igual, ¿cómo volvemos a ser alguien?
Latinaje no es una moda pasajera ni una maniobra de rebranding: es una obra profundamente anclada en la memoria colectiva, que habla desde el presente utilizando los lenguajes musicales del pasado.
Lejos de adoptar una postura decorativa o superficial, Cazzu asume con valentía el desafío de convertirse en una voz de su tierra, sin artificios ni mediaciones. Esta decisión no solo la posiciona como una artista comprometida con su identidad, sino que también eleva el estándar de la conversación musical en América Latina.
En un contexto donde lo latino muchas veces se presenta como una marca comercial destinada a la exportación, Latinaje nos recuerda que, antes que eso, lo latino fue —y sigue siendo— una forma de vivir, de cantar y de resistir.
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