Cada región de Marruecos tiene su propio estilo de alfombra, reflejando un conocimiento transmitido por generaciones y destacando el papel central de la mujer.
Las alfombras vuelan. Esto nos lo enseñó hace ya siglos la literatura. Hechas a manos y de tiempo extenso, la alfombra amazigh implica un trabajo artístico único. Cada región de Marruecos tiene diversas maneras de construir estas alfombras que transmiten un saber acumulado por generaciones y que le da a la mujer un papel central. Recuerdo que hace unos años en las montañas del Atlas una señora mayor que me dio una alfombra y con ella el relato que la acompañaba. Me mostró cómo, escondida entre diversos motivos geométricos y símbolos, había un bordado que era su firma y a través del cual se podía identificar la tribu a la que pertenecía la alfombra. Tocar una alfombra amazigh es tocar un mundo dilatado que nos permite volar en el tiempo o en el espacio estando inmóviles. Utilizo la palabra amazigh para referirme a los pueblos de Marruecos, aunque muchas crónicas utilizan la denominación beréber, palabra esta última que es una derivación del griego bárbaro. En cambio, amazigh significa personas libres, como lo demuestran sus alfombras. Sin embargo, es verdad que muchas veces se utiliza la expresión beréber sin la intención de significar bárbaro, y, se sabe, el signo es sincrónico.
Desde el fondo de los tiempos, hubo alfombras hechas por nómades porque eran fáciles de transportar. Y con estas alfombras se transportaba una memoria y una especie de biblioteca contenida en sus motivos y símbolos. Estas alfombras tenían una función específica como podía ser proteger del frío, pero a la vez eran depositaria de una historia, de mensajes ocultos encerrados dentro de sus límites, de diseños con muchas evocaciones, de un lenguaje hecho de silencio y de trazos con pliegues encapsulados para siempre en su gesto de nacimiento. Hay una experiencia difícil de transmitir porque no está hecha de argumentos, de silogismos y explicaciones. Es anterior a su explicación lógica. Frente a una alfombra marroquí se siente un bienestar, algo benéfico que nos rodea. Beber un té en la cima de una duna sentado en una alfombra amazigh mientras cae el sol y la luz se desintegra es una forma directa, sin mediación de las palabras, de rozar su misterio.
Bouchil nos habla del oficio de su madre, una tejedora de alfombras del Medio Atlas, perteneciente a la tribu de Bni Mtir, especialistas en dos alfombras, hanbel y handira, hechas de lana virgen y pura del cordero de la raza Timahdit. Nos cuenta que su madre heredó el don de la alfombra de su abuela y su abuela de su bisabuela (entre ellas hablan en tamazight). Clasifica las alfombras en rurales y urbanas. Las rurales reflejan el entorno natural marroquí: animales y naturaleza bordados en la alfombra. Patrones geométricos que remiten al pasado de la cultura amazigh. Se hace en telares de madera, con nudos particulares y tintes de la vegetación de los alrededores. En algunas tribus predomina el blanco, pero otras se especializan en colores fuertes. Hay un lenguaje que hay que aprender a oír con los ojos detenidos en los rombos, en los cuadrados, en las líneas rectas, en las líneas rotas o en los dientes en zigzag donde pervive el universo amazigh. Por su parte, las alfombras urbanas suelen tener mas influencia oriental con elementos florales. Alguien dijo que la alfombra es una memoria anudada a mano. Los motivos suelen contar las vidas secretas de las mujeres y su vida familiar que conviven con símbolos sociales, religiosos y étnicos. Antes de iniciar una nueva alfombra, la madre de Bouchil invita a vecinas como si se bautizara a un recién nacido. Se trata de una ceremonia para dar la bienvenida a la nueva alfombra. Se canta, se baila y se manifiesta alegría con el sonido de las albórbolas (tagharit). Algunas familias incluso sacrifican una cabra o un cordero en honor de la nueva alfombra. Al terminar la fiesta, o para terminar la fiesta, la madre de Bouchil se pone a tejer los primeros anudados. Luego se lleva la alfombra a una habitación-taller lejos de las miradas ajenas para evitar el mal de ojo. La alfombra es una vida más en la familia: nacen, crecen y mueren. En el lenguaje de las tejedoras se anuncia la muerte cuando se termina un objeto. Esto sucede cuando la alfombra sale a la venta. Mientras están en la casa requieren un mantenimiento -sacudirla y cepillarla- y el respeto de algo como sagrado que las habita -por eso no hay que pisarlas calzados-. A la alfombra se le atribuye poderes sobrenaturales y motivos como mensajes encriptados. Pero las tejedoras no lo revelan y rechazan explicar su trabajo. A través de un hechizo se anuda a las ayudantes de la tejedora, que tampoco hablarán de sus secretos. Este hechizo consiste en invitar a las chicas, cuando se suman al trabajo de ayudantes de la tejedora, a saltar por encima de una alfombra en proceso de preparación, cuando todavía está en el telar de madera. Luego, cuando quieren casarse o ser libres, se rompe el hechizo volviendo a saltar por encima de la alfombra y a dar vueltas a su alrededor recitando unas fórmulas. A las alfombras en Marruecos las suelen hacer las mujeres, y los hombres, en cambio, intervienen en el proceso de venta. Por esta razón las alfombras suelen contar historias de las mujeres y con su lenguaje secreto se refiere a sus sueños.
Las líneas de las alfombras pueden ser la forma de nuestro destino. Habrá que desarrollar el hábito de recorrerlas una y otra vez en silencio, hasta que algo en nuestro interior despegue el vuelo invocado en la alfombra que nos está destinada. Se sabe, una alfombra puede ser una forma de volar.
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