La sabiduría de nuestros poetas del tango tenía todo a su merced y no dudaron en utilizar esos argumentos para dar forma a verdaderas obras del cancionero del 2 x 4: la vida dura y la lucha por sobrevivir de las clases más olvidadas de los barios bajos, la vida nocturna y los prostíbulos, la mujer esclava de la necesidad, el amor, el desamor, el abandono en una palabra, un abanico que la vida real les permitió capturar la esencia de la genuina identidad argentina.
Fue la calle la verdadera fuente de inspiración y el diario trajinar lo que les permitió frecuentar los bares y cafetines donde se nutrieron de historias y anécdotas que se convirtieron en canciones autenticas y significativas en concordancia con los sentimientos del pueblo.
Precisamente en esos cafetines, típico centro de reunión de trabajadores inmigrantes, fue, salvando las distancias, un verdadero centro de observación social en este caso, central de estudios de vida e historias de gente común en su lucha en la pasión y en su sufrimiento. Más auténtico, imposible.
A todo eso, el toque de distinción, la frutilla del postre; lo brindo el ambiente bohemio, la noche y el alcohol por un lado y la creatividad y la libertad sin tapujos para estudiar la condición humana, por otro, mas el agregado de burdeles, piringundines, cabaret, noches, fasos y minas fue el resultado auténtico y emocionantes de verdaderas joyas del tango: "Café de los Angelitos", "Cafetín de Buenos Aires", "Boliches de cinco esquinas", pasando por "Nostalgias", "Abandono", "Tomo y obligo", "Destellos", o "Garufa", "Niño bien" y "Dandy", entre otros.
El cafetín fue el escenario por excelencia donde quedaron retractadas letras significativas de nuestro acervo tanguero. Con estos ingredientes, Enrique Santos Discépolo, el búmeran de la calle en sus idas y vueltas -como él mismo se autodefinió-, elaboró sus más exquisitos platos que el tanguero consumió y consume, porque el tango existe.
El lugar inalcanzable y lleno de misterio desde la infancia, un refugio para el alma que se convierte en un espacio de aprendizaje y de sabiduría que abre las puertas al enfrentamiento con la vida.
Ese lugar fue el cafetín, el boliche, la pulpería, distintas denominaciones para un mismo lugar. Fue el ámbito elegido por los poetas y parada obligada de los bohemios donde encontraron la fábrica de elaboración. Hoy refinadamente es el café y es parte de la vida urbana:
"De chiquilín te miraba de afuera/ Como esas cosas que nunca se alcanzan/ La ñata contra el vidrio en un azul de frío/ Que solo fue después viviendo, igual al mío"
Amigo lector, con absoluta sinceridad,… ¿no se ve reflejado en estos versos?
Hemos transitado en una etapa donde nuestro mundo era ínfimo, limitado a nuestra edad, pero con ansias tremendas de acelerar el crecimiento para hacer las cosas que estaban reservadas a los mayores. El paso hacia la adultez tenía su tiempo, era lento y la ansiedad nos devoraba, nos invitaba a apurar el "tranco", calzarnos los "largos", "fumar", "timbear" y "buscarnos una nami"… ¿O no?:
"Como una escuela de todas las cosas/ ya de purrete me diste entre asombros/ el cigarrillo/ la fe en mis sueños/ y una esperanza de amor// Cómo olvidarte en esta queja/ Cafetín de Buenos Aires/ si sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja// En tu mezcla milagrosa de sabiondos y suicidas/ Yo aprendí filosofía … dados…timba y la poesía cruel/ de no pensar más en mí"
La miseria del conventillo; la explotación del patrón en las fábricas; el desencuentro con la comprensión y el respeto en sus hogares avasalló al hombre que no dudó en descubrir su espacio, su zona de confort donde se cultive la amistad y se interprete la soledad. No caben dudas que se trata el inicio de un mundo donde la filosofía, los dados y la timba es hablar de la misma cosa.
Se conversa, se prende, se desahogan las penas, se ríe, se llora, se comparte la vida, se atesoran consejos y se los hace carne…..y se acusa el impacto y penetración en el terreno de la "filosofía pura". Comparo a ese cafetín con un ring de box donde se acusan las trompadas y maduran los nocaut, las peleas ganadas sin cinturón y en la mayoría de las veces, las dolorosas derrotas.
El cafetín abre las puertas a la amistad, a la soledad, al fracaso, al reencuentro y al sufrimiento. Todos motivos más que valederos que amerita una "sentada" en una mesa del lugar:
"Me diste en oro un puñado de amigos/ que son los mismos que alientan mis horas/ José el de la quimera,/ Marcial que aún cree y espera,/ y el flaco Abel que se nos fue, pero aún me guía// Sobre tus mesas que nunca preguntan/ lloré una tarde el primer desengaño/ Me hice a las penas/ Bebí mis años/ y me entregué sin luchar.(…) En tu mezcla milagrosa/ de sabiondos y suicidas/ yo aprendí filosofía, dados, timbas/ y la poesía cruel/ de no pensar más en mí"
La importancia de encontrar un lugar de consuelo y aprendizaje, la evocación melancólica de amigos que ya no están y de aquellos que fijaron su domicilio exclusivo para dictar su singular cátedra de vida y que, por no encontrarle sentido y sin impedimentos algunos cometen el arrebato de expresarse con total crudeza y de manera reaccionaria, a la entrega "sin luchar".
La cultura viva de los cafetines de antaño, la mezcla de personajes y sus historias, amigos, amor, desamor, alegrías, tristeza y lecciones de vida configuran la esencia de la maduración y formación como individuos y encontrar el rumbo al aprendizaje.
Historias escondidas
El Bar Pinon es un minúsculo local pegado al edificio de la Sociedad Hebraica Argentina (SHA), en Sarmiento 2227, en pleno barrio de Once. Es uno de los tantos barcitos de Buenos Aires que pertenece a la tipología de cafeterías con puerta de entrada hecha en carpinterías de aluminio. Su interior está revestido con azulejos de color miel.
Tiene una barra con banquetas todo a su largo y mesas contra la otra pared. La capacidad del lugar con suerte alcance para unos cuarenta parroquianos.
El Bar Pinon abrió el 1 de julio de 1950. A poco de ser inaugurado, los socios de la SHA se lo apropiaron, en el buen sentido, y lo convirtieron en "el café de al lado". Pero… ¿qué hace que este bar tenga algo distintivo por sobre otros que hay en Buenos Aires? En principio es un bar de gallegos, atendido por un correntino en pleno Once Sur (como lo conocen algunos vecinos porque está ubicado al sur de la avenida Corrientes), que desde hace tiempo está "ganado" por las comunidades peruanas y coreanas.
Sin embargo, con mirada tanguera y haciéndole honor a este ciclo, el hecho que hizo diferente al Bar Pinón del resto de los cafetines porteños es que allí me enseñaron la historia de Jevel Katz, "El Gardel Judío". Una historia quizás escondida u olvidada, que dejo para la próxima.
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