¿Qué decir del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 que ya no se haya dicho? Por lo menos, en mi caso, debo de haber escrito más de veinte columnas refiriéndome a ese momento histórico. Solo durante dos años no escribí contra la dictadura militar por la sencilla razón de que en esos años estaba preso en Coronda. Alrededor de los años ochenta, con otros amigos y amigas, constituimos en Santa Fe la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos y hasta que se fue la dictadura escribimos manifiestos, firmamos solicitadas, organizamos actos públicos en plazas y en locales públicos. Hablo por lo tanto en mi condición de víctima de la dictadura militar y de resistente a su poder. Por supuesto, compartí la decisión política de Alfonsín de constituir la Conadep y su iniciativa política de juzgar a las juntas militares. No me gustó el punto final y la obediencia debida, pero entendí que la presión militar era insostenible, aunque repudié con desconsuelo la decisión política de Menem de indultarlos. Hablo de acontecimientos que ocurrieron hace casi cuarenta años. Un tiempo que de alguna manera constituye mi vida y por lo tanto es inolvidable. ¿Cómo olvidarlo? Amigos, compañeros, conocidos fueron secuestrados, torturados y asesinados. Imposible olvidarlo.
Los años también otorgan perspectiva y constituyen otros escenarios políticos. Haber sido un testigo presencial, y de alguna manera una víctima, de ese tiempo, no habilita una verdad exclusiva. Estar en el centro del campo de batalla puede ser muy valiente, muy dramático, pero está claro que la mirada más amplia la tiene el general que desde una loma contempla el panorama completo. O, años después, un historiador que puede evaluar con más precisión los antecedentes y las consecuencias de un proceso histórico que quienes lo vivieron en tiempo presente. El 24 de marzo fue una tragedia nacional, pero esa tragedia incluye matices variaciones, puntos de vista, incluso entre quienes condenan a la dictadura. Por lo pronto, importa saber que amplios sectores sociales de una manera activa o pasiva consideraban que la presidencia de Isabel era indigerible. A ese repudio contra ella se sumaban, por sus propios motivos, Montoneros y el ERP, quienes estimaban que la caída de la esposa de Perón crearía magníficas condiciones para lanzarse a la guerra popular. A no confundirse: los militares no dieron el golpe solo apoyados en las armas. Dispusieron de un consenso alto y ese consenso los acompañó durante unos cuantos años. En 1976 la economía nacional estaba en las orillas de la catástrofe; la impotencia del peronismo para hallar una salida era patética. La decisión más audaz que tomaron fue otorgarle a los militares un decreto que los habilitaba a aniquilar la subversión. No solo dictaron ese decreto, sino que lo festejaron. Para decirlo de una manera directa: Perón y el peronismo ortodoxo fue el antecedente más descarnado del terrorismo de estado. Después, los militares lo ampliaron y sistematizaron, pero al monstruo lo acunó el peronismo, un monstruo que no tuvo escrúpulos en devorar a sus propios hijos. ¿O es acaso una ironía decir que el peronismo en esos años fue el partido de los torturados y los torturadores, de los verdugos y las víctimas, de los desaparecidos y los desaparecedores?
El 24 de marzo es una fecha incorporada definitivamente a la historia. La memoria puede ser falible, a veces ambigua, a veces una sombra fantasmagórica, pero la verdad de la historia dispone de una certeza más elevada. En el mismo tono digo que los problemas actuales del país no tienen nada que ver con lo que padecimos en 1976. El mundo es otro, la política es otra, la disponibilidad de tecnología es otra, los actores sociales y políticos son otros y los desafíos que nos presenta la vida todos los días son otros. Una mujer que hoy está a punto de jubilarse, en 1976 estaba terminando la escuela primaria; un militar con aspiraciones a general, en 1976 estaba en la cuna. Algunos nombres ayudan: Macri en 1976 era un adolescente; Milei, un pibe; Kicillof, un bebé. Es verdad, Cristina era entonces una mujer mayor, pero ella y su marido estaban haciendo plata en Río Gallegos. Desde la perspectiva del poder, los principales protagonistas de 1976 están muertos. Por supuesto que hay problemas de larga duración que persisten: la pobreza, la concentración de la riqueza, una crisis que en el mundo y en particular, en la Argentina, se inicia a mediados de los setenta y aún hace sentir sus efectos: el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones que aún hoy no fue superado. Un dato importa registrar: entre 1930 y 1983 hubo un acto político decisivo y nefasto que se lo denominó "militarismo", es decir, la certeza de que las fuerzas armadas eran la última reserva moral de la Nación y que en el contexto de la guerra fría se constituían en el garante contra la posible invasión comunista. Hoy el comunismo, tal como se lo conocimos en la guerra fría, está derrotado; y los militares no son los dioses habilitados por Zeus para decidir lo permitido y prohibido. Tal vez uno de los logros consistentes de la democracia recuperada en 1983 haya sido la derrota concluyente del militarismo. Y me importa insistir al respecto, porque hay que advertir acerca de la iniciativa temeraria de quienes pretenden disimular la gravedad del militarismo imponiendo la figura "cívico militar", tal vez porque muchos de ellos siguen creyendo en la alianza salvífica de militares, iglesia y sindicatos. Claro que importa transmitir a las nuevas generaciones las experiencias que vivimos. "Nunca más" es una consigna justa, las dos palabras empleadas por el fiscal Strassera para repudiar y condenar a las juntas militares. No olvidar, también, en homenaje a la historia, que el peronismo y la izquierda, por diferentes motivos, se opusieron a la Conadep y al juicio a las Juntas, con el mismo entusiasmo con que pregonaban la amnistía militar, y con la misma convicción con que pocos años después firmaron los indultos.
Quiero insistir, una vez más, en que la fecha debe ser recordada. No estoy del todo convencido que uno de los días más funestos de nuestra historia sea declarado feriado, pero si la industria turística se beneficia con los fines de semanas largos, no voy a ser yo el que se oponga. Respecto de las consignas, advierto sobre la manipulación y la falsedad. Las atrocidades del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 no han quedado impunes, Los responsables del terrorismo de estado fueron condenados y están o estuvieron presos porque todos o casi todos murieron o en prisión domiciliaria o en la cárcel. ¿De qué impunidad hablan? Dirán que hay que advertir acerca de intentonas parecidas en el futuro. Al respecto digo, que si alguna vez en la Argentina se crearan condiciones parecidas a las de 1976, condiciones en la que el vacío de poder se confunda con la violencia social, la iniciativa autoritaria o despótica regresará como regresan los vampiros con sus colmillos manchados de sangre y sus garras filosas. Todo muy emotivo, gallardo y festivo. La presencia de murgas y tamboriles en la calle para insultar a verdugos que ya no están en este mundo pueden ser muy emotivas, pero no son las murgas callejeras las que impedirán el retorno de los monstruos, sino un país con una economía que funcione, con logros óptimos en materia de educación, salud y seguridad. Diviértanse, agítense, coreen consignas alegres, festivas o insultantes, y si es posible hagan el amor, pero nunca más olviden que esa fiesta es posible porque hay libertades y a esas libertades no se las defiende en un corso sino con prácticas sociales alrededor de un orden político y una economía que hagan posible aproximarnos a los ideales de libertad y justicia. P/D: "Genocidio", es una catástrofe humanitaria demasiado dolorosa como para bastardearla asignando ese nombre al terrorismo de estado. Ocho mil desaparecidos, el número aproximado real de muertos por la dictadura, es una tragedia enorme; no es necesario mentir o multiplicar por cuatro los muertos para proteger a quienes en otros tiempos exageraron las cifras con el objetivo de obtener recursos económicos en el extranjero.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.