El sábado pasado se produjo uno de los eventos, de la internet, para habla hispana más importante de la historia desde que el planeta está conectado digital y masivamente.
“Siglo veinte, cambalache problemático y febril". "El que no llora no mama y el que no afana es un gil”.
El sábado pasado se produjo uno de los eventos, de la internet, para habla hispana más importante de la historia desde que el planeta está conectado digital y masivamente.
Organizado por el influencer español, Ibai Llanos, se realizó ‘La Velada del Año 3′, que reunió a diversos streamers y youtubers de España y Latinoamérica en un ring de boxeo, ubicado el estadio Cívitas Metropolitano de Madrid que se vio colmado por la presencia de 65.000 espectadores, en el lugar y llegó a un encendido de 3,5 millones de seguidores en twich.
Quien suscribe, un habitante del mundo que araña las 5 décadas y es testigo de los vertiginosos cambios tecnológicos en la comunicación y los efectos post-pandemia que ratificaron ciertos fenómenos, las 6,30 hs. de dicho evento fue mediatizado por la absorta mirada de un niño de 9 años. Mi propio hijo.
Lejos de hacer un juicio de valor de lo visto, no por apertura mental, sino por desconcierto, la sensación de que jóvenes, no niños, montaron un espectáculo en donde el número de “folowers” y “views” era el contenido.
Millenials, de no más de 30 años, se convocan a golpearse entre ellos para dejar de ser, por un momento, creadores de contenidos – muchos de ellos brillantes- para ser el propio contenido de golpear y ser golpeados – no es casual la ausencia de la palabra “boxeo” en esta editorial.
Muchachos y muchachas que se ganaron la empatía de dos generaciones, explotando su ira, con movimientos torpes, antiestéticos cual bufones de un rey de lo masivo.
Si había que defecar en el ring, podría ocurrir, si eso servía para un millón más de visualizaciones, bienvenido sea.
Surge, para un periodista, de la “nueva” vieja escuela, preguntarse por la línea de tiempo que hace que un producto, comunicacional, sea trascendente. ¿Hablamos de días? ¿De horas? de Semana años o décadas.
¿Cuánto durará el empuje del límite metros más allá de lo habitual? ¿Qué hay después? ¿Los juegos del Calamar?
Algunos rasgos psicópatas asoman en esta “propuesta” de “masivo como sea”, una brutal carrera hacia la nada. Jóvenes fagocitados por la idea de cuanto más vergonzoso, mejor y mayor audiencia, se espera hayan llegado el “top” exponiéndose a la payasada de ser golpeados y golpear con la intención de “eliminar al otro” que no es un boxeador sino un generador de contenidos que, sin verlo, se transformaron en generadores de continentes, publicitados.
Ciertamente no se trata de vaso medio lleno o medio vacío, se trata del vaso.
La última pelea, de dos pibes “buenos” referentes de muchos chicos y chicas por el atributo de “ser” parecidos a ellos sin más virtud que la de llegar a la fama por ser el reflejo de una “generación de cristal”, promedio. Terminó con uno de ellos en el suelo, muchos seguidores viendo a su “seguido” tambalearse e intentar recuperarse para suministrarle golpes al “oponente”, German Garmendia, un chileno conocido por “Soy Germán” y otro, Coscu, un pibe de barrio que de pronto, como “gamer” y reaccionador a productos ajenos, se hizo un pibe querible.
Ambos a los golpes en un “circo romano”, en el que el circo viene sin pan bajo el brazo.
No hay moraleja, aquí ni condena, siquiera crítica. Hay un “padres miren” y también un “hijos, estoy mirando”.
No entender que ocurre entre ese griterío y chicos y chicas golpeándose y sufriendo en nombre del “continente” que se impone, masivo, a cualquier costo, no es más que una editorial humildemente difícil de vender.
Se supone que un periodista debe tener una postura clara y contundente, pues no. No este caso, pose no es postura en este caso. Desconcierto es la palabra y seguir observando para comprender el “qué” para recién ahí preguntarse si es necesario oponer alternativa al golpe.
Está pasando, guste o no guste, el cambalache se renueva, con streamers, cantantes, Dj.s, etc. Se revuelcan en el mismo lodo
¿Por qué debería ser distinto?
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