I
I
Cristina y sus amigos se quejan de que el fallo ya estaba escrito. A decir verdad, y desde el sentido común de un ciudadano, creo que algo de razón les asiste: la inmensa mayoría de los argentinos sabe que las causas que imputan a Cristina son verdaderas y evidentes. Lo son desde 2005, cuando jueces amigos los liberaron a Néstor y a ella de la imputación de enriquecimiento ilícito. Favor parecido le deben a Norberto Oyarbide, quien antes de morir dijo que para firmar la absolución "me agarraron del cogote". En 2008, Elisa Carrió, Patricia Bullrich y Fernando Iglesias, entre otros, ya dijeron todo lo que nosotros ahora sabemos. Javier Iguacel hace cinco o seis años ventiló los trapos sucios de la obra pública. Claro que fue un fallo previsible. Lázaro Baez y Cristina Kirchner no pueden justificar su fortuna ni con la ayuda de Midas ni Mammón. Conclusión: los jueces fallaron con pruebas y argumentos jurídicos, pero más o menos en sintonía con lo que piensan millones de argentinos decentes. A veces ocurre. A veces el sentido común de la gente coincide con las mediaciones y complejidades de la ley. Ocurre que cuando las evidencias son de una contundencia demoledora, no queda otro camino que darle su lugar a la verdad. Nadie se debería sorprender en este mundo si los jueces condenan a Nerón por incendiario o a Drácula por practicar el vampirismo.
II
La Señora se enteró de la condena y se puso furiosa. Estaba enojada y no es para menos. Se cansó de decir que su sentencia ya estaba firmada, pero cuando la escuchó reaccionó como si el fallo la hubiera sorprendido, como si en el fondo confiara en su poder y en la impunidad que le brinda ese poder. Habló de más y recurrió a todas las tretas que nos tiene acostumbrados: histrionismo, falsedad, sobreactuaciones, bravuconadas. Prometió no ser candidata a nada, promesa que por supuesto mañana o pasado mañana puede romper sin que se le mueva un pelo. Le dijo a Magnetto que la meta presa, porque sabe que no va a ir presa. Importa de todos modos el detalle: su interlocutor sigue siendo Magnetto, porque para la Señora ningún político de la argentina -peronista o no- tiene entidad ante su señorío. Los peronistas de corazón tierno y lágrima fácil la comparan con Evita. Con todo respeto (y adelantando que para mí Evita está muy lejos de ser la heroína que la mitología populista ha creado) digo que comparar a Cristina con Evita es faltarle el respeto a la "abanderada de los humildes". Tampoco creo que sea justo compararla con Lula. Ni tiene el pasado de lucha de Lula, ni sus gestiones presidenciales pueden equipararse a las del líder del PT y, además, no posee ni por cerca esa adhesión popular. Lula no es un santo y mucho menos un político de manos limpias y uñas cortas, pero comparado con los Kirchner está más cerca de la virtud que del vicio. Obligado a trazar vidas paralelas, yo a la Señora no la compararía ni con Lula ni con Evita. Creo que Cristina es incomparable, pero si con alguien se asemeja es con Imelda Marcos.
III
Si bien el "métanme presa" tuvo efectos sonoros inquietantes, admitamos que efectivamente merece estar presa. Desde hace años la Señora ha hecho méritos para ganarse su celda. Y la prisión en este caso carecería de los tonos heroicos que intentan exhibir, para confundirse con una sórdida noticia policial. Cristina merece estar presa, como merece estar presa Milagros Sala, por ejemplo. Es más, resulta hasta injusto que Sala esté presa y ella libre. No porque la dirigente de la Tupac sea inocente, sino porque sus delitos, comparados con los de la abogada exitosa, son menores. Cristina puede interpretar el rol de víctima reclamando que la metan presa, pero más allá de sus dotes de actriz admitamos que este país sería más justo si alguien que desde la máxima autoridad política del país procedió a fundar con su marido una cleptocracia, estuviera entre rejas. Recordemos. La Argentina fue más justa cuando Videla y Massera fueron a la cárcel; la Argentina fue más justa cuando Menem estuvo detenido; y la Argentina sería más justa si la cleptócrata fuera a la cárcel y no precisamente por parecerse a Rosa Luxemburgo.
IV
"El misterio del lago escondido". Podría ser el título de una serie de Netflix o de una novela escrita por Leonardo Sciascia, por ejemplo. Los componentes para una novela de espionaje, misterio y poder están presentes. Millonarios, jueces, fiscales, funcionarios y soplones (en la Argentina no hay espías, hay soplones). El lugar es fascinante: provincia de Río Negro, a pocos kilómetros de El Bolsón. Súmele una mansión de 2.500 metros cuadrados y el tintineo de las copas y el cascabeleo de las risas y estamos en el mejor de los mundos para una versión serie B del Gran Gatsby, escenario al que muy bien podría sumarse Agatha Christie con un Hércules Poirot que, como en "Asesinato en el Orient Express", arriba a la certeza que todos los personajes de la novela son culpables.
V
El problemita que se nos presenta es que de lo que estamos hablando en la ocasión no es de una película ni de una novela, sino de datos consistentes de la vida real y del poder real. La estancia en el lago Escondido tiene dueño: se llama Joe Lewis, uno de esos magnates que figuran en la revista Forbes y que para no irnos tan lejos, en 1996, en plena gestión menemista compró su estancia. Estimo que las tierras deben ser buenas, pero a juzgar por su extensión, unas doce mil hectáreas, comparada con las que posee Lázaro Báez, lo de Lewis pareciera ser una modesta chacrita. De todos modos, lo que importa destacar es que la estancia allí está. El dueño es inglés para jolgorio de nuestros nacionalistas que se encuentran con la escenografía ideal: la pérfida Albión, los jueces del lawfare y el diario Clarín. Cartón lleno. En mis archivos registro que algunos protestaron porque Joe Lewis se negaba a autorizar un camino de acceso al lago, pero las protestas terminaron cuando la gobernadora Arabela Carreras se las ingenió para apoyar a mister Lewis. Siempre hay una cipaya que asegura el triunfo del neocolonialismo. Detalles literarios al margen, lo cierto es que en el simbólico mes de octubre un puñado de jueces, fiscales, empresarios y funcionarios políticos decidieron pasar un fin de semana en el Lago Escondido. Alguien "botoneó" y el escándalo ganó la calle dos meses después, justo cuando la iban a condenar a la Señora. Por supuesto que habrá que investigar a fondo. Habrá que indagar qué hacían estos distinguidos caballeros tan lejos de su casa. Una respuesta previsible podría ser: en la Argentina no está prohibido que un grupo de amigos se junten a comer un asado. Una buena respuesta, aunque me temo que a muchos los dejará disconformes. Calculo que Horacio Rodríguez Larreta algunas preguntas debe tener ganas de hacerle a los muchachos de su gestión que decidieron volar tan lejos para tomarse un vaso de vino y comer un choripán. Habrá que averiguar quién pagó la fiesta y de dónde salió la plata. Habrá que averiguar eso y mucho más, porque, entre otras cosas, el week end está muy lejos de ser una fiesta exclusiva del PRO y de los amigos de Macri con la colaboración burbujeante del inefable Magnetto. En la lista de festejantes hay varios personajes a los que los kirchneristas también deberían preguntarle qué andaban haciendo por esos pagos. Julián Leunda, por ejemplo. O Carlos Mahiques, tan amigo de Wado de Pedro y de su medio hermano Gerónimo Utarraz. ¿Y no vamos a decir ni una palabra del publicista Tomás Reinke, tan creativo para las labores que le encarga Kicillof? ¿Y nadie se animará a hacerle una discreta pregunta a Leonardo Bergroth? Como podrán apreciar, la novela, la serie o el culebrón promete ser entretenida. Tan entretenida que lo más prudente sería acordar que los muchachos se juntaron a la orilla del lago para comer un asado, tomarse un vino y recitar poemas de Bécquer.
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