Quienes se empeñan con fe de cruzados probar que estas elecciones para convencionales constituyentes tuvo a Maximiliano Pullaro como exclusivo derrotado, recurren a varios argumentos tramoyeros, pero el más distinguido es el que sostiene que medio millón de santafesinos no fueron a votar o que Pullaro perdió medio millón de votos con respecto a las elecciones que lo consagraron gobernador hace dieciséis meses. En números redondos los santafesinos en condiciones de votar eran 2.800.000 y los que efectivamente votaron fueron 1.400.000. Esto quiere decir que la mitad de los santafesinos no fue a votar porque evidentemente la reforma constitucional no les interesó. Las razones de ese desinterés fueron diversas, pero alguna pregunta deben hacerse todos los dirigentes políticos, todos, cuando la mitad de la población no asiste a una convocatoria electoral.
En diferentes ocasiones y a lo largo de muchos años escribí que los problemas que nos afligen a los argentinos no provienen de la Constitución de 1962. También dije que desde 1983 a la fecha la mayoría de las constituciones provinciales se reformaron, además de la nacional, y en todos los casos la habilitación para la reelección del gobernador fue la causa principal. No la única, pero sí la principal. Al respecto no hay que sonrojarse o ponerse incómodos o en balbucear justificativos retóricos. La política disputa el poder, dispone de sus propias necesidades y, por lo tanto, no debería sorprendernos que quienes pelean el poder se esfuercen por habilitar condiciones propicias para ejercerlo con la exclusiva exigencia de respetar los procedimientos institucionales. Pullaro no hizo nada diferente a lo que hicieron los gobernadores de Córdoba, Buenos Aires, Santa Cruz, Córdoba, Tucumán y Formosa, por mencionar algunas provincias, en las que la exclusiva diferencia reside alrededor de la reelección indefinida o reelección por un solo período. Los procedimientos para la convocatoria reformista fueron impecables. Yo podré estar a favor o en contra, pero lo cierto es que los representantes del poder político acordaron por mayoría especial reformar la Constitución. Por lo tanto, que yo esté de acuerdo o en desacuerdo con la reforma no importa a nadie, no importa nada o no importa mucho.
Se dice que la gente no fue a votar porque no se informó. No es cierto. Me consta que hubo información e incluso debates. Yo por ejemplo, quise informarme hasta de los detalles y encontré en los diarios, en las redes, en los programas de radio todas las respuestas del caso. ¿Qué es eso de que no se brindó información adecuada? ¿Qué pretendían, o qué entienden por información; una asamblea en la cancha de Colón o Unión, o en la cancha de Rosario Central para debatir acerca de los prodigios de una reforma constitucional? Si mucha gente no estuvo informada es por la sencilla razón de que no se interesaron por informarse. Así como leen. Por los motivos que sean, muchas personas decidieron no votar en estas elecciones y esa decisión es tan legítima como votar por algunos de los partidos o votar en blanco o anular el voto. Son las reglas de juego. Hubo elecciones constituyentes y lo que sí es cierto es que previamente las multitudes santafesinas no estaban en las calles de las ciudades y los pueblos, en las rutas o en las soledades de la cuña boscosa, a las salidas de misa y en los boliches bailables, en las puertas de los supermercados y en los recitales de rock, cumbia y chamamé, con pancartas y redoblantes, con matracas, bombos y trompetas, exigiendo "¡Reforma constitucional ya!". Por buenas y malas razones, un cincuenta por ciento de los santafesinos no se interesó por esta reforma. Sencillamente no fueron a votar, a pesar de que la ley asegura que el voto es obligatorio sabiendo de antemano que a nadie se lo va a sancionar si no vota. Las explicaciones a estas decisiones son previsibles: la crisis de representación, el recelo de la gente a los candidatos y la certeza en una mayoría de esos votantes de que una constitución será importante, pero lo que se aprobará no cambiará su vida cotidiana porque, repito, ninguno de los problemas que nos preocupan a los santafesinos -pobreza, narcotráfico, crisis de las economías regionales, carencias en los hospitales, sueldos de las maestras y profesores-, ocurren por culpa de la Constitución de 1962.
Pero así como se debe prestar atención a los que no votaron, hay que atender también a los que fueron a votar, al millón y medio de ciudadanos que el domingo a la mañana o a la tarde fueron hasta su mesa electoral para emitir el voto, para "constituir" con su voto la representación que reformará la Constitución. Pero -insisten- 1.400.000 votantes no fueron a votar. Pero no fueron a votar a nadie. Es decir, los votos que no fueron para Pullaro no se trasladaron para los candidatos peronistas o los candidatos de La Libertad Avanza. Fueron a "nadie", son una ausencia que no sé si alcanza al testimonio, virtud que habría que reconocerle al voto en blanco que sí da cuenta de un votante que se tomó el trabajo de ir a votar y expresar en la urna su punto de vista. Pues bien, ese voto en blanco supera apenas los setenta mil votos, una absoluta minoría, tan respetable como absoluta. Con tono dramático podría decir que todos los candidatos fueron "víctimas" de la indiferencia de un porcentaje importante de los votantes. De todos modos la ausencia de estos votantes no le quita legitimidad a los convencionales elegidos y a la reforma constitucional en ciernes. Esto quiere decir que vamos a tener una nueva Constitución, que será redactada por 69 convencionales debidamente legalizados y de los cuales casi la mitad pertenecen a la lista que encabezó Pullaro.
Cada elección merece ser analizada atendiendo el contexto histórico, incluso coyuntural. No es lo mismo una elección para reformar una constitución que una elección a legisladores o a intendentes y gobernador. Las expectativas, las convocatorias, son diferentes. Es verdad que Pullaro perdió medio millón de votos e imagino que esa pérdida debe afligirlo, pero no es menos cierto que duplicó en votos al segundo, ganó en todas las ciudades de la provincia y obtuvo casi el 49 por ciento de los convencionales. Por otro lado, insisto, está visto que ese medio millón de votos que "perdió" Pullaro no fueron para Juan Monteverde, Nicolás Mayoraz o Amalia Granata. Si Pullaro y la coalición que lo candidatea deben interrogarse por esta ausencia de votantes y pérdida de votos, mucho más deben hacerlo los que perdieron, los que obtuvieron veinte puntos menos que la coalición de radicales, PRO y socialistas. La derrota de los opositores a Pullaro fue en toda la línea. Incluso si los peronistas se hubieran unido, o si Granata hubiese acordado con Javier Milei, ambos habrían perdido por diez puntos, diferencia que en todos los casos es contundente.
Estimo que no es necesario insistir en la importancia de las constituciones para "constituir" una nación, aunque no está de más advertir que países muy democráticos y civilizados no tienen una Constitución en el sentido clásico de la palabra. Sabemos que una Constitución define reglas de juego, garantiza libertades, asegura derechos y deberes, crea el poder político de una nación y una provincia, pero no hay que perder de vista que esa ley de leyes no sustituye la interacción social, la lucha política, los objetivos de mayor o peor distribución. La Constitución nacional se sancionó en 1853 y algunos historiadores califican a ese período con el título algo candoroso de "Organización Nacional". No fue así ni por cerca. Entre 1853 y 1900 hubo innumerables guerras civiles, una guerra internacional que duró cinco años, asonadas e incluso un magnicidio. Fue la creación del Estado lo que terminó por otorgarle legitimidad efectiva a la Constitución, por lo que importa saber que una Constitución, nacional o provincial, hay que convocarla, escribirla y después merecerla, estar a la altura de sus disposiciones y entender que toda Constitución es siempre un límite al poder y un equilibrio entre los desafíos del futuro y las moderaciones del pasado.
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