11 de enero de 1973. La experimentada enfermera del deteriorado Hospital de San Justo hace pasar el primer paciente: un nene de tres años que llora sin parar, con los ojos cerrados. Logro abrirle los párpados y veo sus conjuntivas muy rojas. Al chico lo trajo una vecina quien comentó: "Los padres estaban muy machucados y se los llevó una ambulancia para Santa Fe".
Luego atendemos a niños con diarreas, laringitis, crisis de asma y lesiones oculares. Muchos de ellos tienen hematomas y cortes en distintas partes del cuerpo. Limpio sus heridas y le indico a la enfermera: "¡Vacuna antitetánica para todos!".
En el consultorio vecino están ocupados con un bombero que tiene heridas en los brazos y se queja de un fuerte dolor de cabeza. El hombre, muy pálido, no para de vomitar. Un rato antes, removiendo bloques de cemento, encontró el cadáver de una nena de seis años.
Un escolar vino al hospital por su cuenta, hasta localizar a un familiar lo cuida la enfermera; ella es eficiente y conoce a los vecinos. Llegan más pibes que piden por sus padres; es difícil atajar tanta desesperación.
Pasaron veinticuatro horas del tornado. Mientras realizo curaciones, escucho rezongar a un médico local: "Es al pedo que sigan viniendo cirujanos desde Rosario y Santa Fe… ¡Que ellos se queden en sus ciudades para recibir a nuestros heridos!"
Aunque he explicado a la enfermera que todavía no tengo el título, ella igual me dice "Doctor". No la corrijo, me suena mejor que el socarrón "Doctorcito" con que me bautizaron los que cuando tenga el diploma, llamaré "colegas".
Después de nueve horas trabajando sin parar -solo he comido unos bizcochos acompañados con mate cocido- no comprendo cómo algunos logran atenuar su ansiedad, comiendo. Casi a las 7 de la tarde llegó Abel, más tranquilo, a buscarme. La Chevrolet del 67 arranca para desandar el camino, mientras en LT9 suena "Yo tengo fe", el último éxito de Palito Ortega.
El noticiero interrumpe la canción para informar: "San Justo: los muertos por el tornado ya suman cincuenta y uno. Testigos relatan que durante los dos minutos del meteoro vieron volar vacas, autos y un tractor. El gobierno nacional promete ayudar a reconstruir la ciudad".
Apago la radio y ahora la conversación con Abel surge con facilidad. Recordamos la vez que fuimos a cazar perdices en un campo vecino a la tapera del "Boliche de la Gorda" y aquel sabroso escabeche, con municiones, que comimos días después.
- ¿Te vas a instalar en Ceres? (me pregunta Abel)
- Antes necesito formarme. Intentaré ingresar a una Residencia en Santa Fe. Córdoba me gusta -ahí vive Guadalupe-, pero en La Docta sólo puedo acceder a concurrencias hospitalarias sin paga y, necesito mantenerme. (respondo)
- ¡Che! ¿Y se puede saber en qué te vas a especializar?
- En Pediatría (contesto convencido). Hoy me decidí, quiero ser médico de niños.
A partir de Gobernador Crespo, la camioneta enfila para el oeste, hacia el refulgente sol que besa a las tierras planas. De nuevo encerrados cada uno en sus pensamientos. Miro los ojos húmedos del conductor; también a mí se me empaña la vista. Como no estuvimos expuestos al polvo, lo de la irritación ocular debe ser sólo por esta luz enceguecedora del atardecer…
Perdido en el viento…
Mientras Raúl Bianco recogía revistas y libros, se detuvo ante otras hojas sueltas relacionadas con el tornado que había azotado San Justo:
11 de enero de 2008. Como todos los viernes manejo el Citroën blanco desde el Hospital de Niños hasta el dispensario ubicado en Colastiné Norte, en la periferia de Santa Fe. Me acompañan tres médicas pediatras en formación.
Subimos por el Puente Oroño y para el lado del Puente Colgante se ven grandes nubes oscuras, mientras tanto por la radio LT 10 pronostican para hoy: "Mucho calor y tormentas por la tarde; con vientos moderados del sur (…)"
Imposible no rememorar mi brusco debut en la medicina, treinta y cinco años atrás. Cuento a las residentes sobre el primer paciente que atendí en San Justo. Lo confundido que estuve con aquel niño que sollozaba sin abrir sus párpados. Un caso de inflamación de córneas y conjuntivas causado por el impacto de la tierra empujada por el viento.
En lugar de indicarle lavar sus ojitos con abundante suero fisiológico y luego tapárselos con unas gasas hasta que lo examine un oculista, ignorante, aconsejé: "Dejémoslo llorar para que se desahogue". Por suerte las lágrimas sirven para aliviar angustias y también a los ojos irritados.
Ante médicas novatas que acababan de finalizar una dura guardia de veinticuatro horas, Bianco, inoportuno, insistió en recordar sus errores para dar consejos:
"Si son convocadas para ayudar a las víctimas de una catástrofe, aunque les parezca que pueden aportar poco, no dejen de ir (…)".
"Preparen una mochila que además de los instrumentos básicos, contenga alcohol en gel, linterna, pilas, agua, una muda de ropa y algo de comida (…)".
"Para resolver dudas diagnósticas, es imposible cargar con todos los textos de medicina. Esos libros gordos hoy no son necesarios; basta con tener en el celular un manual y los contactos de los expertos (…)".
"Con otros voluntarios, deben organizar equipos y programar turnos para descansar, pues si comienzan a trabajar todos a igual hora, se van a agotar al mismo tiempo y, justo en ese momento, puede ocurrir una emergencia (…)".
A pesar de que las jóvenes ya no lograban reprimir los bostezos, el doctor Raúl subrayó:
"Por último, anoten todo lo que hacen y no llamen a los pacientes con un número; en una catástrofe es prioritario registrar a la gente. Sobre todo a los bebés (…)"
En el momento del tornado, el viento levantó, con su moisés, a un lactante de seis meses que había quedado a cargo de una familia amiga, mientras su madre cosechaba algodón en el Chaco.
Después de volar cuatro cuadras, el bebé aterrizó ileso sobre una terraza. Hubo una confusión con otro niño de la misma edad que se encontraba en el domicilio de la cuidadora, pero murió aplastado.
El "bebé volador" -sin nombre ni apellido- fue derivado a Santa Fe. Primero al Hospital de Niños y enseguida a la Casa Cuna, desde dónde fue dado en adopción a una familia de Buenos Aires.
En 1993, a través de un programa de televisión ("Gente que busca gente") se gestionó la pesquisa y el estudio genético para que quién se sabía adoptado y sospechaba ser Víctor Sánchez, se enterase que él era Alejandro Cañete, aquel "bebé volador" de San Justo.
Así, veinte años después, Alejandro pudo reencontrase con su mamá.
- ¿Doctor, nos está macaneando? (preguntó con desparpajo la residente más antigua)
- La verdad, suena increíble, como tantas de las historias alrededor del tornado del 73 (rumió el veterano médico).
(*) La primera parte fue publicada el 10 de enero de 2025. El autor agradece a Liliana Ayala, que a los 13 años sobrevivió al tornado, por los datos aportados.
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