Alberto Vaccarezza, en una de sus obras, dice: "Un patio, un italiano encargao, un yoyega retobao, una percanta, un vivillo, un chamuyo, una pasión. Choques, celos, discusión, desafío, puñalada, espanto y disparada".
Alberto Vaccarezza, en una de sus obras, dice: "Un patio, un italiano encargao, un yoyega retobao, una percanta, un vivillo, un chamuyo, una pasión. Choques, celos, discusión, desafío, puñalada, espanto y disparada".
Ese fue el lenguaje, y santo y seña, que imponía la vida en el "conventillo". Ya en el 1900 comenzó a manifestarse la gran afluencia de inmigrantes europeos que llegaban en busca de una mejor vida y fundamentalmente de futuro.
Obviamente, Buenos Aires, la gran ciudad, no disponía de espacio suficiente como para albergar semejante aluvión poblacional. Los asentamientos de esta clase, los llamados "conventillos", no demoraron en aparecer, ubicándose los principales en La Boca, San Telmo, Barracas y Avellaneda.
Sus ocupantes vivían hacinados, sin servicios y con alto porcentaje de enfermedades contagiosas contraídas en los burdeles. Este fue el lugar de nacimiento y consolidación del tango.
Está dicho, la superpoblación no se hizo esperar, tampoco la tensión entre los extranjeros y los porteños nativos.
Arturo De la Torre y Fernando Rolón baten la posta en 1965 con la letra de la milonga "El conventillo", grabada al año siguiente por Edmundo Rivero: "Yo nací en un conventillo de la calle Olavarría/ y me acuno la armonía un concierto de cuchillos/ viejos patios de ladrillos/ donde quedaron grabadas sensacionales payadas/ y al final del contrapunto/ amasijaban a un punto p'amenizar la velada".
Ya estamos sumergidos en un ambiente donde la vida estaba marcada por profundos contrastes sociales y la identidad barrial. Nostalgias, crudeza y pobreza nos empujan a ser un habitante más de esas viviendas colectivas populares y típicas de la gran aldea porteña donde los conflictos sociales no demoraron en llegar.
El conventillo por lo general era un gran edificio en condiciones precarias, donde las chapas, las maderas y los cartones se utilizaban como materiales de construcción. Subdivididos en pequeñas piezas, que cumplían la doble función de dormitorio y cocina con baño a compartir, fue el domicilio que permitía, a veces, albergar hasta diez personas.
El protagonista no solo se sitúa en ese lugar sino que aporta autenticidad de los verdaderos conflictos sociales. El chirriar de cuchillos fue su canción de cuna para conciliar el sueño o la melodía que marcaba la vida del barrio, más allá de las rencillas cotidianas y la resolución de conflictos con el "amasijo".
¿Cómo entender entonces que la armonía se lograra a través de la violencia pura y en estado natural?: "Cuando quise alzar el vuelo/ piante del barro al asfalto/ pretendí volar tan alto/ que casi me vengo al suelo/ Como el zorro perdí el pelo/ pero agarre la manía de elogiar a la gilería/ y al primer punto boliao/ con algún fato estudiao/ dejarlo en pampa y la vía".
Era muy difícil para aquellos que vinieron a lograr un ascenso social conseguirlo en ese ambiente de decepción y degradación.
El paso por el conventillo, si bien necesario, para muchos fue someterse a una mínima adaptación y en la oportunidad propicia intentar una mejora en todos los aspectos. El Plan B, como quien dice, o morir con lo puesto.
Pero pretender ganar altura, lo enfrenta con otras realidades probablemente a desafíos inciertos en la lucha por la supervivencia: adaptarse a la ciudad, integrarse a la sociedad y lo más importante: desterrar la discriminación y hostilidad de los nativos: "Una noche un tal Loyola/ me embrocó en un guay fulero/ batida, bronca, taquero, celular, biaba y gayola/ di concierto de pianola manyando minga y solfeo/ y aunque me tengan por feo/ colgué mi fotografía, ahí/ donde está la galería de los ases del choreo".
¡Lo dicho! Esas ansias de ser distinto, de ser alguien en la vida, lo obliga al "codeo" con gente del hampa, traicioneros, mentirosos, en una palabra... "garcas", para englobar dentro de esa denominación a estos personajes abonados por caminar por la cornisa, al margen de la ley, que le hicieron pisar el palito. Y no solo le pintaron los dedos (pianola), sino que lo sometieron al trabajo voluntario.
Y por darse el dique de ser un compadrito, y utilizar zapatos con taco contrario a las costumbres, el jefe policial se los cortó con un sable como se acostumbraba (taquero), terminó entre rejas y su rostro impreso en la galería de los que se apoderan de lo ajeno: "Hoy que estoy en los cuarenta/ en el debe de la vida/ chapé una mina raída/ que tiene más de la cuenta/ ando en un auto polenta/ diqueándome noche y día/ sin saber la gilería/ que me está estudiando el brillo/ que nací en un conventillo/ de la calle Olavarría".
Si bien estuvo en cafúa, al muchacho no le fue mal, del chirriar de cuchillos como canción de cuna, elogiar y copiar a la gilería, a un auto polenta gracias a la minona que lo sedujo, pinta el retrato de la sociedad de aquella época.
Sucedió en agosto de 1907. El gobierno porteño anunció un incremento del impuesto municipal que comenzaría a regir a partir del año siguiente. Los dueños de los conventillos se apuraron a aumentar los alquileres sin esperar el inicio de la aplicación de la medida.
Los inquilinos organizaron una protesta que resulto ser la más curiosa de la historia ya que las cabecillas de la protesta fueron la mujeres pues los hombres debían salir a trabajar. Y ellas se manifestaron usando como emblema "las escobas", para "barrer la injusticia", tal cual fue definida su protesta.
En San Telmo, La Boca, Once y Constitución tuvieron su máxima expresión estos asentamientos, muchos de ellos famosos, como "Los cuatro duques", "Las 14 provincias", "La cueva negra" y "La paloma".
Eran viejas mansiones, que los propietarios de la alta sociedad porteña habían abandonado para afincarse al norte de la ciudad, corridos por la epidemia de la fiebre amarilla.
Se aventaban tiempos difíciles, la necesidad de viviendas producto de la inmigración con el consiguiente hacinamiento crecía vertiginosamente al igual que las enfermedades por lo que el estallido social era previsible y tuvo como epicentro, precisamente, el conventillo "Los cuatro duques".
Allí, las mujeres con los niños se manifestaron bajo el lema "Viva el hombre libre, en el conventillo libre".
Las marchas se sucedían, siempre con las mujeres con sus escobas como emblema visible de la singular protesta. Llegaron a reunir a los residentes de unos 500 conventillos, logrando que los propietarios de estas construcciones se avinieran a reducir el monto de los alquileres en porcentajes superiores a los pretendidos.
Incluso muchos de los dueños nunca cobraron los alquileres por los meses que duró la inusual movida, pero sí replantearon las condiciones de alquiler para que en el futuro no los volviese a correr con la escoba.
Hasta la próxima.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.