I
I
El peronismo fue derrotado en las urnas de San Juan. No es la primera derrota que sufre y seguramente no será la última. Santa Fe, Entre Ríos, Chaco, son las nuevas citas. No se pueden ni se deben anticipar los resultados, pero los propios peronistas saben que sus posibilidades de perder son altas. En la ciudad de Buenos Aires se discute si el nuevo jefe de gobierno es Martín Lousteau o Jorge Macri. Los peronistas llevan de candidato perdedor a un tránsfuga de la UCR porque no tienen otro candidato para presentar. En provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof dispone de condiciones objetivas para ganar, pero si el clima nacional es decepcionante esa victoria no está segura. O sea, que tal como se presentan los hechos, el clima nacional para el peronismo es decepcionante. El candidato que llevan para presidente, Sergio Massa, fue definido con adjetivos aleccionadores por el propio Juan Grabois: "Cagador, malandra y vendepatria". No se puede ser más claro. En su momento, tampoco se anduvo con sutilezas la señora Cristina: "Es el candidato del círculo rojo, pero mucho más graves son sus relaciones con el narcotráfico". Buenos muchachos. Habría que preguntarse si esas "virtudes" -cagador, vendepatria, narco- son reprobables para la cultura peronista o, por el contrario, son evaluadas como dones de "conducción", de liderazgo o de picardía criolla. Detalles más, detalles menos, no deja de ser maravillosa la emboscada histórica que el peronismo le tiende a los argentinos: votar por un cagador, porque si no lo hacen le incendiamos el país. La pregunta a hacerse en este caso es cómo es posible que un político como Massa, que reúne todas las condiciones que en una sociedad normal se reprobarían, sea el candidato "lógico" del peronismo. Puede haber varias respuestas a este interrogante, pero desde una perspectiva política hay buenos motivos para decir que esto ocurre cuando una fuerza política ha perdido perspectiva histórica o ha agotado sus posibilidades históricas. El peronismo podrá ganar elecciones en algunas provincias, los Insfran o los Zamora continuarán por un tiempo siendo sus modelos ideales de político, pero el peronismo cada vez representa más el pasado, mientras que al futuro no tiene nada que decirle.
II
Las próximas elecciones nacionales son una prueba para la democracia. Se trata de saber si el voto puede ser un punto de partida decisivo para hacer posible los cambios que necesita la Argentina. No es un desafío menor para los argentinos y para la democracia. Las señales de abstención en los últimos comicios son alarmantes. Las causas pueden ser diversas, pero en un primer plano está el escepticismo, cuando no el desencanto, acerca de las posibilidades de la democracia para lograr mejores condiciones de vida para toda la sociedad. Se ha dicho y se dice que la democracia es un orden político cuyas virtudes no se extienden a cuestiones económicas, sociales, educativas o sanitarias. Se ha dicho y se dice que Alfonsín estaba equivocado cuando alguna vez aseveró que con la democracia se come, se educa y se cura. Pues bien, los datos rigurosos y a veces dolorosos de la realidad nos dicen que una democracia que merece ese nombre necesita resolver los problemas sociales y económicos de la sociedad. Si hay hambre, si hay inseguridad, si los enfermos no tienen hospitales y las escuelas están cerradas, la democracia como sistema fundado en las libertades no puede sobrevivir en un territorio social donde las necesidades básicas de la persona no son atendidas o son mal atendidas. El desafío político, por lo tanto, es que con la democracia se coma, se eduque y se cure, una consigna que este gobierno más allá de su retórica populista ha olvidado, pero no estoy del todo seguro que la oposición haya decidido asumirla.
III
Me resisto a admitir que el escepticismo y el desencanto sean nuestra única posibilidad política. Me resisto a admitir que el aeropuerto de Ezeiza sea la alternativa para los jóvenes y no tan jóvenes. No pretendo el Paraíso y mucho menos milagros, pero la Argentina se merece algo diferente a este panorama desolador, ruinoso, decadente y corrupto que nos ha asignado el peronismo, entre otras cosas porque a muchos de sus dirigentes esa realidad deplorable los cuenta a ellos como sus principales beneficiarios. Importa decirlo: este orden con escandalosos índices de pobreza, indigencia, inseguridad y corrupción no los perjudica a todos. Muchos medran con este estado de cosas. Y muchos se han hecho millonarios dirigiendo empresas "protegidas" por el estado, sindicatos mafiosos, regímenes de coparticipación que les permiten a capangas disfrazados de gobernadores someter a sus pueblos, reduciéndolos al mundo inmisericorde de la necesidad.
IV
Massa ha sido definido como la "derecha" del peronismo. Afirmación verdadera pero demasiado general. Es verdad que de Massa pueden decirse muchas cosas, menos que sea de izquierda. Ni por pasado, ni por presente, ni por expectativas de futuro lo es. Que nadie se ponga mal. Néstor y Cristina tampoco lo fueron; como tampoco lo fue Menem y mucho menos "El primer trabajador". Pero así como sería un error calificar a Massa de izquierda, también sería un error suponer que es un político partidario de un capitalismo democrático. Massa cree en la propiedad privada, pero en los mismos términos que lo creen Vila y Manzano. Cree en las empresas, pero prefiere a esas empresas haciendo negocios con el estado. Massa es el clásico exponente del denominado "capitalismo de amigos", el mismo que nos ha conducido al actual fracaso. Sin embargo, con sonrisa más amplia o estrecha, su concepto del poder responde a la ortodoxia peronista más clásica. Quiere el poder, lo cual en política no es un pecado, pero lo quiere con voracidad de peronista, ansiedad que no sé si será pecaminosa, pero seguro que democrática no es. La personalidad política de Massa está forjada entre los perfiles morbosos de Menem y Kirchner: un liberalismo falsario y un populismo de negocios con los amigos del poder. Tampoco le es ajeno el concepto cortesano del poder. Massa presidente incluye la presencia de Malena Galmarini. Massa intentará hacer realidad lo que intentó hacer Kirchner con Cristina o Zamora con su esposa o, por qué no decirlo, Perón con Evita e Isabel. Definido el esquema de poder le resulta indiferente si la economía es más abierta o cerrada; si las relaciones con la iglesia son más o menos piadosas; si las sociedades con las empresas son más o menos corruptas. En estos temas, Massa es un peronista en el sentido más clásico y ortodoxo de la palabra. Su apuesta a la presidencia es arriesgada, pero a los peronistas de paladar negro les gusta correr esos riesgos. Si la diosa Fortuna lo beneficiara se esforzará por afinar su olfato y percibir los vientos que corren. Dado ese paso, el siguiente será ganar todos los aliados que importen y traicionar a todos los amigos que molesten.
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