Piamonteses, genoveses, sicilianos, napolitanos y calabreses poblaron nuestro territorio argentino, pero muy especialmente los barrios donde nació el tango, cuando todavía no se había inventado el disco, ni el cilindro musical, ni la radio y mucho menos la televisión, facilitando su desarrollo. Sería egoísta restar mérito a la participación del inmigrante y sobre todo, la del italiano que se hizo presente en las letras, títulos, palabras e instrumentos. Y también en poetas y vocalistas que se "escondieron" detrás de un seudónimo, dando crecimiento a un género musical del que muchos dicen ser "propietarios".
Numerosas son las letras de tango inspiradas en el inmigrante italiano y su mundo. Entre ellas está la de "La Violeta", que narra el drama de un largo viaje "encerrado en la panza de un buque". Entre sus versos se puede escuchar: "Con el codo en la mesa mugrienta/ y la vista clavada en el suelo/ piensa el tano Domingo Polenta/ en el drama de su inmigración./ Y en la sucia cantina que canta/ la nostalgia del viejo paese/ desafina su ronca garganta/ ya curtida de vino carlón".
A "La Violeta" le siguieron otros: "Yira, yira", "Atenti pebeta", "Domani". De ellos surgen palabras (pipistrela, faravute), aflorando esa sangre gringa que se plasmó también en el instrumento que llora la melodía desde los mismos orígenes del tango, como el violín. Y qué decir de sus ejecutantes e intérpretes, muchos de ellos con ascendencia italiana o directamente italianos: Amleto Vergiati (Julián Centeya), Piero Bruno Hugo Fontana (Hugo del Carril), Alfredo Mazzochi (Roberto Chanel), Inocencio Troncone (Enrique Campos) y Vicente "Tito" Falivene (Héctor Mauré), cantante y boxeador.
Esos italianos y todos los inmigrantes que una vez llegaron en busca de otros horizontes, no llegaron y se fueron al día siguiente; fueron los que se quedaron y engrandecieron a nuestro país. ¿Fue la hambruna, fue la guerra, fueron ambas circunstancias? Probablemente. Lo cierto es que fue ese extranjero, el gringo, el que llegó a la Argentina trayendo tal vez como único equipaje sus ganas de trabajar y edificar un futuro, tanto familiar como social, el que cimentó nuestra historia.
Pero volvamos al tango, aunque nunca nos fuimos del todo de él. En 1930, Guillermo Del Ciancio le presentó a Carlos Gardel un tema de su autoría, titulado "Giuseppe el zapatero", donde describe en unos pocos versos el ascenso social de uno de los tantos inmigrantes que, con dedicación y esfuerzo, resultaron triunfadores, constituyéndose en unos de los tantos testimonios de la época.
Todo estaba dicho en la casa de Giuseppe Galoppo y Herminia Franchinella. La idea estaba cerrada. La angustiante situación económica de Italia en general y Macerata en particular no daba para más. El matrimonio y su pequeño Bartolino fueron despedidos por familiares y amigos en el puerto de Genova. Y el Principessa Mafalda, una lluviosa tarde de julio, haciendo más triste aún la despedida, comenzó a devorar los kilómetros que los depositarían en suelo de un futuro mejor.
"Vado fare l'America" era la ilusión de Giuseppe, que llegó con su esposa y un hijo. De oficio zapatero, apuntó los cañones y todo su empeño a labrar un futuro para su pequeño, para plasmar su aspiración a que sea médico y así pueda lograr el ascenso social y la salida de un mundo de pobreza: "He tique, taque, tuque se pasa todo el día/ Giuseppe el zapatero alegre remendón/ masticando el toscano per far la economía/ pues quiere que su hijo estudie de doctor (…)".
La pobreza no es sólo una condición de clase social sino una forma de identidad que se acredita moralmente a través del trabajo. Es este el signo de la honradez e integridad del hombre pobre. Por ello cualquier forma de ascenso social que esté por fuera de la lógica laboral debería ser reprobada y vista como producto de una aspiración desmedida.
Giuseppe enviudó, pero aún dentro de esa tristeza fue un guerrero en su lucha, asumiendo el compromiso de asegurar los estudios de Bartolino, porque con esfuerzo y sacrificio sus sueños podrían cristalizarse. Ejemplo del inmigrante que vino sin dinero y sin idioma, con ganas de crecer y hacer: "El hombre en su alegría, no teme al sacrificio/ así pasa la vida contento y bonachón/ Ay, si estuviera hijo, tu madrecita buena/ el recuerdo lo apena y rueda un lagrimón".
En esa alegría desbordante, don Giuseppe está invadido por la tristeza, la soledad por no tener a su compañera de ruta, doña Herminia, quien al poco tiempo de arribar al continente y cuando su hijo estaba a punto de concretar su anhelado sueño, falleció: "Tarareando La Violeta, don Giuseppe está contento/ ha dejado la trincheta, el hijo se recibió/ con el dinero juntado, ha puesto chapa en la puerta/ el vestíbulo arreglado, consultorio con confort".
El hijo de Giuseppe logra su cometido, comienza a transitar un círculo social extraño, diferente, que le permitió conocer a la hija de un estanciero con una posición económica acomodada, envidiable. Contrae matrimonio y su vida cambia por completo, pero la vida de Giuseppe no, sigue con su oficio de zapatero, el que traía desde la cuna y por herencia de su padre: "He tique, taque, tuque, don Giuseppe trabaja/ hace ya una semana el hijo se casó/ la novia tiene estancia y dicen que es muy rica/ el hijo necesita hacerse posición".
El tique-taque-tuque del martillo no deja de golpear y estirar la suela apoyada en el pie de hierro fundido, pero la tristeza no lo abandona, lo invade por completo y la pena lo arrebata porque el crecimiento de su hijo insertado en otro nivel social, lo deja fuera de la nueva vida del joven: "He tique, taque, tuque, ha vuelto don Giuseppe/ otra vez todo el día trabaja sin parar/ y dicen los paisanos vecinos de su tierra/ Giuseppe tiene pena y la quiere ocultar".
Es la vida don Giuseppe, dele rienda suelta a su alegría, usted cumplió y el muchacho se lo merece. Nos vemos en la próxima.
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