"Todas las cosas están sujetas a interpretación, la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad". Friedrich Nietzsche
"Todas las cosas están sujetas a interpretación, la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad". Friedrich Nietzsche
Si la política argentina fuera un género cinematográfico, sería una tragicomedia grotesca, con guion de realismo mágico y personajes sacados de una obra de Armando Discépolo, creador del teatro grotesco criollo. "Feos, sucios y malos" sería el título perfecto para esta película, un guiño a la icónica obra de Ettore Scola, pero adaptada a una versión criolla donde la corrupción, la hipocresía, el incómodo silencio culpable y el insulto son los protagonistas. ¿Está la corrupción enquistada dentro del ADN político argentino? ¿Existe cierto rol cómplice de los medios ante el fenómeno de Javier Milei, feliz en su primer aniversario de vida como presidente de la Nación, con el impacto del lenguaje agresivo en el debate público?
Los feos: la corrupción no es nueva en Argentina, pero en las últimas décadas ha alcanzado niveles tan monumentales que bien podría merecer su propia exposición en el mítico Luna Park. Sin la fiebre del dólar, Bernardino Rivadavia es considerado el primer gran corrupto de la política argentina, que se aprovechó de los dineros del Estado, socio de la banca inglesa, inventó y abusó de los bienes de la deuda externa siendo responsable del primer default de la historia argentina… recién corría el año 1824.
Doscientos años pasaron y muchos siguieron haciendo escuela. Repuestos Rivadavia… Desde los dólares de José López caídos como maná del cielo en un convento de General Rodríguez, los prolijamente empaquetados dólares de "La Rosadita", pasando por los "Panamá Papers", el perdón de la deuda histórica de tan solo 70 millones de dólares de la familia Macri, las coimas en obra pública y las mil y una causas judiciales que se diluyen como la espuma de cerveza, el espectáculo de la corruptela que mancha a la política nacional es estigmatizador, ante la atónita mirada de una población que descree y sufre, a veces en silencio, otras veces, silenciada.
Lamentablemente, lo verdaderamente feo, no es el acto corrupto en sí, sino su normalización: naturalizar el daño como parte de la cosa misma. ¿Quién se indigna realmente? Tan acostumbrados estamos a los negocios espurios de la política que se ha convertido en un producto mediático más, prolijamente preparado; embellecido; empaquetado y vendido según la línea editorial del medio amigo de turno. El político corrupto, en cambio, casi siempre sobrevive, del "que se vayan todos" a "son siempre los mismos" pasaron poco más de dos décadas. Los escándalos son tratados como "cajas chinas" esas que dentro de cada caja existe otra más pequeña y así infinitamente. Directamente proporcional a: escandalízate con el nuevo, y olvida el anterior. Ah, pero con…
Los sucios. Si hablamos de suciedad, los medios tienen un papel central. Y aquí llegamos a la actualidad, el ascenso de Javier Milei y la omertá mediática que lo acompaña es, por lo menos, preocupante. Porque, seamos sinceros, no todos los días llega a la presidencia un candidato que propuso dolarizar la economía, privatizar hasta el aire, "ponerle una bomba al Banco Central" y eliminar derechos empuñando una motosierra, o valerse del Estado para destrozarlo por dentro con llamativo placer cruel. Pero lo hizo, y los grandes medios callaron o miraron para otro lado, al menos durante buena parte de su ascenso. Hasta ahora hay grandes logros que mediante su ejército de comunicadores, con Manuel Adorni a la cabeza (ahora con pelos) que dispone sólo en su Secretaría de 208 empleados, más un gran puñado de periodistas acólitos, han logrado imponer verdades parciales y cierta tranquilidad en la población. Pero también en ese proceso comunicativo unilateral, fueron allanando el camino en base a daños colaterales a las industrias, las Pymes, los trabajadores, los jubilados y gran parte de la población afectada o agobiada por impuestos y servicios impagables.
Los malos: ¿Por qué tanta sumisión al mensaje presidencial? Algo ya practicado por el kirchnerismo y el macrismo a base de carpetazos y/o amenazas. ¿Miedo? Quizás es puro y lógico miedo. Miedo a un Milei que enarbola el insulto como bandera, que no duda en llamar "zurdos de mierda", "chorros", "ensobrados" y "ratas" a periodistas, así como a referentes de la política y la economía. A veces en vivo, otras en las redes, mientras su audiencia lo ovaciona como si estuviera en un recital de rock. Pero son solamente formas, lo que debería preocuparnos en realidad, es el contenido.
En cualquier democracia sana, el insulto y la agresión deberían ser anomalías, no estrategias. Sin embargo, Milei ha transformado el insulto en una herramienta política eficaz. Prácticas aprehendidas de la historia pasada contemporánea, y de las maneras más recientes como las formas de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, entre otros. Ya no se trata de refutar ideas; se trata de destruir al adversario a base de gritos, descalificaciones y un show mediático diseñado para viralizarse y mostrar cuan larga y poderosa la tienen. Es la nueva política como stand-up de mala calidad, donde el objetivo no solamente es convencer, sino, como objetivo intrínseco, humillar.
El insulto tiene, como valor agregado, un efecto contagioso. Aquellos usuarios de redes sociales son testigos directos del campo de batalla en el que se han convertido, donde trolls y bots refuerzan el discurso agresivo en donde el debate real es suplantado por memes y eslóganes vacíos de contenido, fakes news y discursos de odio. La política argentina, en su versión 2.0, parece más un reality show que un espacio de deliberación.
La corrupción, la complicidad mediática y el insulto como estrategia política no son fenómenos nuevos, ni tampoco un fenómeno local, pero actualmente alcanzan una intensidad inédita en todo el mundo. Y el gran desafío es encontrar las herramientas para romper con esta dinámica. Quizás el primer paso sea reconocer nuestra propia complicidad como ciudadanos. Porque, al fin y al cabo, los políticos corruptos, los medios cómplices y los líderes que tienen por norma insultar, no son más que un reflejo de nuestras propias miserias. En palabras del filósofo francés Joseph de Maistre: "Cada pueblo tiene el gobierno que se merece".
Y así seguimos,... atrapados en esta tragicomedia grotesca y repetitiva. Tal vez sea hora de reescribir el guion. ¿O seguiremos aplaudiendo mientras los feos, sucios y malos se llevan la última palabra, las últimas ilusiones y la última esperanza? Porque los dólares, se sabe, van a Paraguay o a los paraísos fiscales. En fin.
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