La semana pasada la Corte Suprema de Justicia le tomó juramento a Manuel García Mansilla, un acto que lo legitima como juez en comisión por un año legislativo por lo menos. Apenas se acomodó en el sillón, al flamante cortesano le tocó decidir si aceptaba la licencia de Ariel Lijo otorgada por la Cámara Federal. Como se sabe, la licencia de Lijo fue rechazada por tres votos contra uno. Entre esos tres votos estaba el de García Mansilla, que de este modo debutó en su flamante cargo. No sabemos qué habrá pensado Lijo de la decisión de su compañero de causa, no lo sabemos pero lo imaginamos. Lo que sí se conoce es la reacción de los principales dirigentes de La Libertad Avanza. Seguramente en voz baja no se deben de haber acordado muy bien de la madre de García Mansila, pero no faltó un dirigente que expresara su desagrado y estupor en voz alta: "No lo pusimos donde está para que nos vote en contra o vote como se le de la gana". Y enseguida la expresión típica del caso: "Traición". Todo previsible en estos pagos. Típicas frases de la política criolla que supone que los jueces están para ser agradecidos y obedientes con el oficialismo de turno. A no llamarse a engaño: los políticos en ejercicio del poder -hay honorables excepciones- están íntimamente convencidos de que el Poder Judicial debe comportarse como una oficina del presidente. De la boca para afuera podrán desbordarse con palabras sabias y cálidas a favor de la independencia de los poderes, pero en la intimidad del poder la lógica es la subordinación de un poder a otro.
En este punto el gobierno de Javier Milei participa como socio pleno del club de la casta que alguna vez dijo que se proponía combatir. Su criterio para seleccionar jueces, garantizar una Corte Suprema independiente que controle al poder y lo justifique es exactamente opuesto a lo que exige la Constitución Nacional, el mismo texto -dicho sea al pasar- que desde su banca de diputado le mostraba Facundo Manes a Milei cuando leía su discurso en el Congreso, gesto que provocó las iras iracundas de Santiaguito Caputo. A mi criterio la escena se magnificó más allá de lo que realmente sucedió; se magnificó de tal manera que esas inofensivas arremetidas verbales adquirieron más importancia que el discurso del presidente. Discurso que, dicho sea de paso, no incluyó novedades importantes o no dijo nada que ya no supiéramos, por ejemplo, que Milei es el presidente más exitoso de la historia argentina, con los doscientos años de la colonia y el virreinato incluidos; es decir, desde los tiempos de Pedro de Mendoza y Juan de Garay, pasando por los virreyes Juan José de Vértiz y Rafael de Sobremonte. Reitero que el incidente de Manes con Santiaguito fue una riña menor comparado, por ejemplo, con los desplantes discretos y no tan discretos del presidente a la vicepresidente. Sin exageraciones digo que desde los tiempos de Julio Cobos y Cristina que no presenciamos un duelo semejante. Mi memoria histórica me dice que para eso hay que remontarse a los tiempos de Miguel Juárez Celman y sus diferencias con Carlos Pellegrini para presenciar un duelo de titanes en la cumbre del poder. Pero el ejemplo tampoco es acertado porque cuando Juárez Celman se enteró que Pellegrini conspiraba en su contra, no le quedó otra alternativa que armar la valija y volverse calladito a Córdoba a pasar su jubilación política acompañado de su abnegada esposa, Elisa Funes, hermana de Clara -dicho sea de paso-, la mujer de Julio Argentino Roca, parentesco que al Zorro no le impidió conspirar contra su concuñado después de haber intrigado para que Juárez Celman sea presidente, es decir, para que lo suceda en 1886. A esa relación de parentesco político, Domingo Sarmiento la sintetizaba con su habitual ingenio. "El candidato será el marido de la hermana de la mujer del presidente". No nombra a nadie, pero todos los que importan están nombrados Eso se llama manejar las palabras con la destreza de un artista y el humor de un discípulo de Voltaire.
Por su lado, la situación de Ariel Lijo sigue siendo incómoda. Quiero que me entiendan: incómoda políticamente, porque desde el punto de vista económico Lijo, su hermano y su familia han acumulado una más que modesta fortuna que les permitirá vivir con comodidad ellos, sus hijos y posiblemente sus nietos. Lo que le correspondería hacer a Lijo es renunciar a su cargo de juez federal, pero pedirle eso es obligar al juez más ligero, voraz y camandulero de la justicia argentina a que asuma el riesgo de quedarse sin el pan y sin la torta. Y ya se sabe que Lijo no se entreveró en estas lides para terminar en medio de la calle haciendo señas como el Penado 14. El hombre considera que sumándose a la Suprema Corte de Justicia ampliará su poder, es decir, tiene mucho para ganar, mucho más de lo que ya ganaron él y su hermano, su operador a todo terreno y que casualmente en estos días vende un haras como para disponer de contado efectivo atendiendo las peripecias que se anuncian para el futuro inmediato. Caballos de pura sangre, algunos tasados a un millón de dólares, pesos más pesos menos. Ese es un juez. Por su parte, García Mansilla se ha tomado en serio su condición de cortesano y le dio el esquinazo a Lijo, a Ricardo Lorenzetti y, por elevación, al presidente Milei. Un avión a chorro. Y todos decían que era un inofensivo católico de misa y hostia diaria. Veremos lo que pasa en estos días; veremos si los senadores deciden de una santa buena vez rechazar los pliegos de Milei y, en principio, sacarle tarjeta roja a Lijo, de quien no puedo menos que manifestar mi asombro por su temple para hacerse el distraído, por su talento para simular que no oye los piropos de todos los tonos y colores que le han prodigado políticos, jueces, fiscales, abogados y hasta, creo, el vendedor de ballenitas instalado en la puerta de Comodoro Py. García Mansilla tampoco dispone de una situación cómoda. Si bien comparado con Lijo es el "chico bueno" de la película, todos tienen presente que alguna vez declaró que jamás aceptaría asumir de cortesano por decreto, pero llegada la hora de la verdad fue lo primero que hizo. Importa decir que no son pocos los senadores a los que les fastidia sus posiciones religiosas conservadoras y también su manifiesta oposición al aborto. Moraleja hacia el futuro: suponer que un cristiano practicante es inocente, ingenuo o distraído en temas políticos es desconocer quiénes fueron, por ejemplo, los cardenales Richelieu y Mazarino, Rodrigo Borgia, Giulio Andreotti, G.K. Chesterton y el propio Leonardo Castellani. Con autoridad religiosa y moral, García Mansilla muy bien podría decirles a Santiaguito, Karina y Javier, el triángulo equilátero del poder, que él pertenece a un linaje que viene haciendo política desde hace dos mil años, y en camino pueden haber pecado por una cosa o por otra, pero nunca por ingenuos y nunca por negarse a ejercer una de las artes más afiladas de la política y que el Espíritu Santo les suele perdonar a sus amigos: la traición.
También para la semana que viene está previsto el bendito crédito del FMI que, según parece, saldrá a través de un vigoroso DNU, el talismán preferido por los gobiernos para salirse con la suya. Se habla de unos 20.000 millones de dólares y se dice que con esa plata, supuestamente obtenida gracias a las relaciones carnales de Milei con Donald Trump, pasamos al frente, es decir, llegarán las inversiones, los empleos, los buenos salarios y los buenos negocios. La gestión del crédito y sus beneficios está pintada con colores tan luminosos que hasta dan ganas de creerles, si no fuera que desde que tengo memoria política, es decir, desde hace más de medio siglo, a esa cantinela sobre los milagros del FMI la escuché muchas veces, demasiadas, con resultados que no hace falta mencionarlos porque todos los veteranos los hemos conocido y, en más de un caso, padecido. Pero bueno. Quién dice, quizás esta vez la taba cae del lado bueno, el sortilegio se rompe y el FMI -más la muñeca del mejor presidente de la historia argentina, "desde Garay a la fecha"- logra sacarnos de pobres.
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