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Miguel Ángel Reguera
Fue un espectáculo único en la historia. Cualquiera que hubiera visto el África desde el cielo se hubiera sorprendido con una cicatriz cruzando la sabana y el desierto. Una hilera infinita de más de 60 mil hombres y 12 mil mujeres con vestidos de seda, precedidos de lujosos estandartes.
Cada uno llevando en sus alforjas y bolsas, pepas y polvo de oro. Cientos de caballos y camellos portando también su dorado cargamento, junto con las tiendas para cuando anocheciera y los alimentos y el agua para soportar el viaje.
Rodeado de su guardia personal de 500 hombres, se destacaba "El León de Mali", su nombre: Musa I (1280-1337), para todos "Mansa Musa" (el "Rey de Reyes", en lengua mandinga o manden) emperador del África occidental. Era el año 1324 cuando Musa, cumpliendo los preceptos del Islam, decidió que él y su séquito, debían hacer la obligada peregrinación a La Meca.
A lo largo del camino, se les acercaban los habitantes de pueblos y aldeas, les vendían comida y también recibían regalos y donaciones de oro. Todo lo sabemos por la tradición oral y los diarios de viaje, recogidos en muchos manuscritos árabes. Mansa Musa, visitó al Sultán en El Cairo, regalando oro en su paso por la ciudad. Después se dirigió a Medina y La Meca, cumplió con devoción los ritos y emprendió el viaje de regreso.
Fue entonces cuando el Sultán lo anotició del fenómeno inflacionario que se vivía en El Cairo. Los bienes de consumo habían multiplicado su precio por la excesiva circulación del oro generosamente repartido por Musa, el hijo de Kantou de Mali. Mansa Musa decidió entonces lo que hoy llamaríamos "secar la plaza" y ordenó a sus funcionarios pedir prestado a elevado interés todo el oro que pudieran conseguir.
Un año tardó en regresar, pero los efectos de su viaje en los precios duraron casi una década. Los efectos sociales y culturales en cambio, llegan hasta hoy, pues trajo en su regreso arquitectos y académicos árabes.
Construyó caminos, urbanizó 400 aldeas, fundó mezquitas y madrazas (escuelas del Islam) y tres Universidades, en la capital Tombuctú, en Djenné y Ségou.
Más allá de lo que digan las escuelas económicas, la experiencia histórica había enseñado hace cientos de años las consecuencias inflacionarias de expandir el metálico circulante (como también lo comprobaría España y sus vecinos cuando empezó a llegar el oro y la plata americana, luego de la conquista del "nuevo" continente, para demostrar que la Inflación no era solo cosa de Mandinga o Mandenka como se llamaba al pueblo Manden).
Hoy en todas las Universidades del mundo se enseñan los efectos inflacionarios de una oferta monetaria sin control. Y también se enseñan los remedios técnicos para solucionar el problema.
Pero la economía es una ciencia social y ¿Qué medidas aplicar? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿En qué contexto social? ¿A qué velocidad? ¿Quiénes se verán más afectados? Todas estas cuestiones tienen más que ver con la Política y la idea que se tiene de lo que es una Nación, que con la Economía y como escribió Paul Verlaine "todo el resto es literatura".
Matías Aníbal Rossi
Nuestra sociedad vivió años dividida por los K sometiendo instituciones, apretando a la prensa, intentando dogmatizar la educación, impidiendo la libre circulación de los ciudadanos, todo bajo la soberbia del poder encarnado en la figura de la ex presidenta.
Creí que por fin a partir de 2024 el orden constitucional y la unión nacional marcarían el nuevo camino del país. Me equivoqué. Reconozco la mejora inflacionaria, terminamos el año pasado con el 117,8% y para 2025 se pronostica entre el 20 y el 30%. Cifras todavía altas para un absurdo autoelogio del gobierno afirmando "pulverizamos la inflación".
Claro que siempre hay muchos que compran las buenas noticias, aun las exageradas. Mientras los países hermanos del continente no llegan siquiera al 5% anual sin hacer propaganda de gira por el mundo.
Lo que importa de verdad es que hoy se sigue incentivando la ruptura social, ofendiendo periodistas, insultando a los que piensan diferente, discriminando grupos sociales o a los pobres jubilados. Otra vez la soberbia, encarnada en una única verdad y un solo sacerdote, el presidente.
Que nadie crea que entronizar un poder como infalible es liberalismo porque nada tiene que ver con la esencia de nuestra constitución liberal, resumida en las breves líneas del preámbulo: "(…) constituir la unión nacional, afianzar la justicia, promover el bienestar general".
Gobernar un país para el futuro no se reduce a bajar la inflación mientras los líderes se insultan, nos insultan y aumenta la grieta social que comenzó allá por los 50. Sin discutir y aprobar políticas de Estado ningún país progresa. Recordemos los años sin inflación de Domingo Cavallo y miren cómo terminó todo.
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