El gobierno inicia el año 2025 manteniendo la iniciativa política, una condición decisiva para asegurar la gobernabilidad. En estos días se aprobaron en la Cámara de Diputados leyes promovidas por el oficialismo: suspensión de las Paso y las leyes de reiterancia y ausencia. Veremos qué piensan y deciden los senadores, pero, más allá de los resultados, lo que parece evidente es la capacidad e incluso la eficacia del gobierno para instalar la agenda política y obtener resultados favorables con una estructura de poder débil. No deja de asombrar a los analistas una gestión cuyo liderazgo pareciera no estar demasiado interesado en construir consensos y, sin embargo, logra sus objetivos a través de una suerte de consenso tácito en la mayoría de los casos con el PRO, pero también con sectores del radicalismo y las diferentes variables provinciales del peronismo. Estos logros no provienen exclusivamente del talento para lidiar en los laberintos del Congreso o ganar pulseadas con los gobernadores. Al respecto estimo que el poder político de Javier Milei proviene de la adhesión ganada en una año de gestión; una adhesión que proviene en términos prácticos del hecho efectivo de reconocerle que está cumpliendo con las expectativas de los que lo votaron. Temas como la inflación, el déficit fiscal, el control de la calle, no hace mucho tiempo controlada por los jefes piqueteros, son un capital político ganado. Milei puede decir torpezas y groserías; sus trolls pueden desatarse diciendo peligrosas barbaridades, pero es necesario insistir una vez el más que el sostén del gobierno no reside en los sonidos y las furias de Milei, ni en las diatribas del Gordo Dan o las indigencias teóricas de Nicolás Márquez y Agustín Laje.
Milei no va a perder las elecciones o a debilitar su gobierno por las torpezas que diga acerca de los homosexuales o sus promesas de una revolución cultural que no es más que una delirante utopía de ultraderecha. Al poder Milei lo va a perder cuando sus divulgados logros se evaporen o cuando la sociedad decida priorizar reclamos más consistentes para su vida cotidiana que las cifras de la macroeconomía. El gobierno publicita sus logros pero por supuesto no cuenta las perdidas. Y las perdidas están en la calle, en la vida cotidiana de la gente, en sus visitas a los supermercados donde los precios suben todas las semanas. En tiempos de Carlos Menem sus opositores suponían que sus reiterados episodios de corrupción, algunos más cercanos a la pornografía que a la política, erosionarían su representatividad. Sin embargo, desde el momento de la Convertibilidad en adelante Menem se cansó de ganar elecciones. La reelección de 1995 coincidió con los episodios más escandalosos de corrupción. Fue allí cuando se empezó a hablar de algo así como "el voto vergonzante". Gente que se escandalizaba por la corrupción, pero llegada la hora de la verdad, la hora de las urnas, votaba por Menem. Las explicaciones acerca de esta conducta son diversas, pero a modo de ajustada síntesis podría decirse que mientras el "uno a uno" funcionó y un sector importante de la sociedad disfrutaba de esa situación, la corrupción era un insumo para ocupar la primera plana de los diarios y las pantallas de los canales de televisión o las charlas de café, pero no afectaba ni alteraba el voto a favor del caudillo riojano. Las condiciones de 1995 no son las de 2025, Milei no es Menem, más allá de las manifiestas simpatías del actual presidente por el caudillo peronista, pero sin duda que es posible establecer algunas afinidades en la relación de "la gente" con sus gobernantes. Insisto por lo tanto que mientras Milei sostenga logros como el control de la inflación o el control de la calle, un porcentaje importante de la sociedad le continuará dando su apoyo.
El campo de disputa política hoy se resuelve a favor del oficialismo, entre otras cosas porque en realidad la oposición está debilitada, fragmentada y sin posibilidades por el momento de presentar alternativas superadoras. Dicho de una manera simple, al frente de Milei no hay nada, o lo que hay no le hace sombra. Ojo. La ausencia de una propuesta política opositora no quiere decir que millones de argentinos no se sientan representados por Milei. No olvidar que Sergio Massa sacó once millones de votos y no hay motivos para suponer que esos once millones no sigan siendo opositores a Milei e incluso aguerridos opositores. El que suponga que el peronismo está muerto se equivoca fiero, como también se equivoca el que cree que la única oposición posible a Milei debe ser de signo peronista, aunque en todos los casos esas oposiciones no hayan logrado hasta la fecha articular una estrategia política de poder. Ojo otra vez. Que no lo hayan hecho hasta ahora, no quiere decir que en el futuro no lo hagan. Asimismo, se sabe que las gestiones presidenciales tienen su momento de popularidad, algo así como un romance, una luna de miel con la sociedad, romance que como toda relación emotiva en algún momento se debilita y es allí entonces donde se pone a prueba las agallas políticas de un estadista. El presidente, mientras tanto, no vacila en decir que está realizando la mejor gestión de la historia argentina y, si lo apuran, del mundo. Ni la modestia ni la mesura son sus rasgos distintivos. Su imagen es consistente, se expresa con seguridad, con un estilo propio, con una estética propia y exhibiendo un saber económico que muchos de sus colegas lo objetan con buenos argumentos, pero para la sociedad Milei sigue transmitiendo cierta confianza y una cuota importante de esa confianza proviene de su condición de "sabedor". La gente cree en él, y ese lazo va más allá de la relación verdad-mentira. Milei exagera, caricaturiza la realidad, miente, y, además se le nota, pero misteriosamente a la gente esas faltas no le importan. Por lo menos por ahora no le importan.
¿Es Milei la encarnación de un nuevo ciclo histórico? No lo sé y creo que nadie lo sabe. Sus simpatizantes aseguran que sí, sus opositores aseguran que no. Cada uno dispone de sus razones, pero ya se sabe que al futuro podemos describirlo en sus trazos más gruesos, pero nunca en los detalles. Sabemos que el mundo está cambiando, pero eso no quiere decir que Milei sea la encarnación histórica de esos cambios. El mundo cambia, pero para contradecir a los feligreses de esos cambios les recuerdo que desde la modernidad, por lo menos, cada generación supuso que era testigo, víctima y protagonista de cambios formidables. Desde la controvertida y resignada sabiduría de los años, me animo a decir que puede que Milei gane estas elecciones intermedias, pero al mismo tiempo no creo ser testigo del mejor gobierno de la historia o del mundo. Tampoco le creo cuando dice que recibió a un país con 17.000 puntos de inflación, y con el 98 por ciento de pobreza, y que en 2024 diez millones de personas dejaron de ser pobres. La otra pregunta del millón es si "el modelo Milei" goza de buena salud y dispone por lo tanto de un futuro confortable. Por ahora me resigno a vivir en tiempo presente y admitir que, efectivamente, el modelo funciona. A partir de allí todas son dudas. Escucho a muchos economistas y cada uno posee su propia interpretación, pero lo que más me inquieta no son las opiniones de aquellos economistas de izquierda o "nacionales y populares" que previsiblemente discrepan con Milei, sino también a los que pertenecen a la más genuina cepa liberal del país. Leo a economistas como Domingo Cavallo, Ricardo López Murphy, Miguel Ángel Broda, Roberto Cachanosky, Carlos Rodríguez, Carlos Melconian, por mencionar a los más conocidos, y sus opiniones acerca de la economía nacional van del pesimismo a la negatividad. Milei los ha tratado de burros, chantas, envidiosos y otras lindezas por el estilo, pero si bien el tiempo presente parece darle la razón, las expectativas hacia el futuro están signadas por un gran interrogante. Puede que Milei sea capaz de dar respuestas satisfactorias a ese interrogante, pero eso no depende de las fuerzas del cielo, de los consejos de sus perros o de su decisión de declararse amigo incondicional de Trump. Que a Milei le vaya bien dependerá de varias variables, además de la necesidad de ponernos de acuerdo acerca de qué quiere decir "que le vaya bien".
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