A cinco o seis días de iniciado el "Criptogate", el gobierno nacional continúa sin dar una explicación convincente sobre lo sucedido, tal vez porque a esa explicación no la tenga, tal vez porque sea imposible justificar lo injustificable, tal vez porque Javier Milei, su hermana y Santiago Caputo, el denominado "triángulo de hierro", no sea tan sólido como se dijo en su momento. Por lo pronto, y a catorce meses de iniciado su mandato, Milei se inflige un certero tiro en el pie y, por primera vez, esa seguridad que el presidente exhibía, en más de un caso con una desmesura arrogante, muestra sus primeras grietas. Balbuceos, contradicciones, agresividad, silencios estruendosos y torpezas impropias por parte de quien se ha autocalificado como el mejor presidente de la historia nacional y el economista candidato indiscutido al Premio Nobel.
No se sabe cuál será el desenlace de esta crisis, pero hay buenas razones para suponer que lo sucedido marca un antes y un después en la gestión presidencial. En principio, valga la ironía, el "criptogate" demostró que el presidente no está en condiciones de aspirar al Premio Nobel en Economía porque se comportó como un aprendiz en el tema en el que se presentaba como un eximio maestro. Conocido el escándalo, a Milei no le quedó otra alternativa, por primera vez en su breve carrera política, de guardar silencio, aunque previo al repliegue no se privó de proferir contra la oposición su insulto preferido: "Ratas inmundas". Acto seguido advirtió, o le advirtieron, que estaba corriendo el riesgo de ser imputado como el titular de una estafa, motivo por el cual durante casi 48 horas se vio obligado a guardar un silencio hermético, justamente él, que siempre se distinguió por sus excesos oratorios y sus adjetivaciones escatológicas.
No era para menos. El mejor presidente de la historia estaba colocado ante un doloroso dilema: o admitía que era un estafador o admitía que era tonto. Descartada la posibilidad de hacerse cargo de una estafa, solo quedaba apelar a la ingenuidad, al recurso de haber sido engañado en su buena fe y no mucho más, porque atendiendo las rígidas y estrechas bases de poder de este gobierno, tampoco había margen para sacrificar, por ejemplo, a un chivo expiatorio, porque ese rol le hubiera correspondido a Karina y ya se sabe que "al Jefe" no se la toca. En el camino Milei balbuceó excusas, algunas ridículas y en todos los casos, torpes. La última torpeza se produjo durante la entrevista con el periodista Jonatan Viale, ocasión en la que el inefable Santiago Caputo intervino para corregir al presidente y presionar al periodista, presión que el periodista concedió sin demasiados reparos, aunque horas después dijo estar arrepentido por haber cedido a una interferencia incompatible con la profesión de periodista. Pregunto: ¿Alguien los imagina a Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Arturo Fronizi, Arturo Illia o Raúl Alfonsín, auxiliados en una entrevista por un asesor?
Pasando en limpio las diversas peripecias de este escándalo, lo que queda claro es que el presidente de la nación promocionó un negocio privado del cual además hay serias sospechas de que se trata de una estafa. Esto ocurre en un negocio del que se supone que Milei es un experto, con un conocimiento del que siempre se jactó con su habitual humildad, y que, previo a este escándalo, ya había tenido la oportunidad de poner a prueba sus habilidades en varias ocasiones: la primera vez como panelista, la segunda cuando fue diputado y la tercera ejerciendo la presidencia de la nación. En todos los casos recomendó, dejó el tendal de sacrificados y, por supuesto, él nunca invirtió donde dijo que había que invertir. En los dos primeros casos, se jactó de haber cobrado por los asesoramientos brindados, por lo que como ciudadanos nos asiste el derecho de preguntar si en el reciente affaire LIBRA también cobró honorarios por arriba o por debajo de la mesa, pregunta legítima a un Milei que daría la impresión que persiste en no entender la diferencia entre negocios públicos y negocios privados, y los límites institucionales y éticos del presidente de una república democrática.
Remember. Milei instala un tuit el viernes a favor de LIBRA. La hora y la fecha no son casuales, como tampoco el objetivo, sus consecuencias . Su argumento legal fue que la promoción apuntaba a fomentar la inversión y el desarrollo económico. Apretado por las circunstancias, dijo después que los apostadores en un casino, o los jugadores a la ruleta rusa, no tenían derecho a quejarse por sus pérdidas. ¿Perdón? ¿Desarrollo económico para alentar a las pymes o timba con croupier tramposo y cartas marcadas? En esta sucesión de torpezas y actos fallidos el presidente dijo que su "consejo" lo publicó en su Twitter privado, especulando con que los argentinos somos tontos o algo peor y desconocemos la "eficacia" que puede tener la recomendación de un presidente para invertir en el campo en el que se considera un eximio conocedor. En la misma línea de subestimar a los ciudadanos, dijeron los asesores oficialistas que Milei no "promocionó" sino que "difundió". Exquisita sutileza retórica por parte de un presidente que minutos antes había calificado a los opositores de "ratas inmundas", además de la generosa promesa de "echarlos a patadas en el culo". Sutil, delicado y elegante.
Entre el sábado y el domingo se conocieron los nombres de los protagonistas de esta hazaña especulativa. Todos jóvenes, todos dedicados al oficio de enriquecerse rápido en la mejor tradición yuppie, todos conocidos del presidente y su hermana, y la mayoría de ellos visitantes asiduos a la Casa Rosada. Y como para que nada falte a esta serpentina de felicidad y riqueza, algunos de estos encantadores muchachitos no vacilaron en reconocerse asesores del presidente. Bingo. Cartón lleno. Ahora sí, las pymes argentinas están bien protegidas y disponen de un futuro promisorio. Mientras tanto, Milei sigue sin saber si es un operador financiero que cobra por sus asesoramientos o el presidente de todos los argentinos. Una lectura ligera de la Constitución Nacional le permitiría establecer esa diferencia, pero me temo que esa tarea para el hogar el presidente no está dispuesta a cumplirla porque no tiene tiempo o porque no tiene ganas.
No todas fueron malas noticias para el gobierno. Apenas desatada la crisis y con muchos mileístas maltrechos en su credibilidad y en sus bolsillos porque apostaron sus dólares a la promoción avalada por Milei y se clavaron mal, salieron a la cancha Juan Grabois, Guillermo Moreno y la propia Cristina, reclamando sanciones y juicio político. Por fin una buena después de tantas desgracias, deben de haber exclamado desde Casa de Gobierno, sabiendo que con la crítica de semejantes luminarias políticas, Milei empezaba a pisar tierra firme. O sea que la tranquilidad que no supo transmitir Milei y sus asesores, la lograron establecer a favor del gobierno las palabras de Grabois y Cristina. Milei, agradecido.
De todos modos, en esta refriega el presidente no sale bien parado y con el jopo intacto. Por primera vez acusó el recibo, y, como Carlos Monzón en la célebre pelea con Bennie Briscoe, empezó a mirar el reloj para que suene el gong salvador. El match va a continuar. En los próximos rounds está prevista la designación del juez Ariel Lijo a la Corte y la suspensión de las Paso, porque con respecto a la Ficha Limpia todo parece indicar que su destino son los cuarteles de invierno. No hay manera de saber si Milei y su triángulo de hierro aprendieron algo de esta experiencia. Yo, por el momento, me voy a permitir ejercer mi derecho a la duda. La biografía de Milei, su soberbia intelectual, su convicción de que como presidente dispone de un espacio privado que lo habilita a ejercer sus habilidades financieras, son muy fuertes. Provocada la crisis, el señor Milei deberá decidir, le guste o no, si su tarea es ser el jefe de una pandilla de yuppies versión siglo XXI o el presidente de todos los argentinos.
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