La arquitectura es una presencia constante en nuestra vida. Desde la casa en la que despertamos hasta la oficina donde trabajamos, pasando por la plaza que cruzamos camino a casa, todo ha sido diseñado con una intención. Sin embargo, a pesar de su omnipresencia, la labor del arquitecto suele ser subestimada. Como ocurre con el fútbol y la selección argentina, todos creen tener la respuesta correcta cuando se trata de diseñar un espacio. ¿Pero es realmente así?
En la mesa del domingo, entre el asado y la sobremesa, aparecen conversaciones sobre remodelaciones y tendencia. "Le pondría una ventana más grande", dice alguien. "No me gustan los departamentos en altura", agrega otro. "El arquitecto hizo todo mal, porque la cocina debería estar del otro lado", sentencia Doña Rosa convencida de su argumento. Como si el diseño de un espacio fuera una cuestión de gustos y no el resultado de un complejo equilibrio entre funcionalidad, estructura, iluminación y normativas.
Pero no ocurre lo mismo con otras disciplinas. Nadie discute con un médico sobre cómo hacer una cirugía. Nadie le dice a un ingeniero cómo construir un puente. Sin embargo, con la arquitectura sucede lo contrario: pareciera que todos tienen una opinión y que diseñar espacios es algo intuitivo. Esto ocurre porque la arquitectura, a diferencia de otras profesiones, es vivida y experimentada por todos. Es fácil opinar sobre aquello con lo que interactuamos a diario, pero eso no significa que cualquiera pueda diseñarlo bien.
¿Todos podemos hacer arquitectura?
En la película "Ratatouille", el crítico gastronómico Anton Ego reflexiona sobre la famosa frase: "No cualquiera puede cocinar". Pero luego aclara que, aunque el talento puede venir de cualquier lado, no todos tienen la capacidad de hacerlo bien. Lo mismo ocurre con la arquitectura. Todos podemos tener ideas sobre cómo nos gustaría que sea un espacio, pero eso no significa que todos podamos diseñarlo correctamente. Pensar que cualquiera puede hacer arquitectura es como creer que cualquiera puede dirigir una orquesta solo porque disfruta de la música.
Si la arquitectura solo tratara de poner paredes y elegir colores, la tarea sería sencilla. Pero diseñar un hogar implica entender cómo circula el aire, cómo entra la luz, qué materiales garantizan confort y durabilidad. Implica prever cómo se moverán las personas dentro del espacio y cómo ese espacio dialoga con su entorno. También requiere comprender el contexto socioeconómico y cultural en el que se inserta la obra, adaptándose a las necesidades de quienes la habitarán.
Es aquí donde la comparación con la medicina cobra fuerza. ¿Le preguntamos a un médico dónde debe hacer la incisión antes de una operación? No. Confiamos en su conocimiento. Pero cuando alguien construye su casa, cree que puede hacerlo sin la ayuda de un arquitecto. Y cuando la casa tiene problemas de humedad, mala ventilación o una disposición incómoda, la culpa siempre es del clima o del albañil, nunca de la falta de planificación. Lo que muchas veces se ignora es que un buen diseño no solo es estético, sino que impacta directamente en la calidad de vida de quienes lo habitan. Aquí es donde la arquitectura se cruza con el Wellness.
Wellness y Arquitectura
Llegó el turno de observar el impacto en nuestra calidad de vida. El Wellness no es solo una moda, es la búsqueda de un bienestar integral que abarque cada aspecto de la vida. Y la arquitectura juega un papel clave en esto. Vivir en una casa con buena iluminación natural mejora el estado de ánimo y reduce el consumo de energía. Una correcta ventilación evita la proliferación de hongos y enfermedades respiratorias. La elección de materiales no tóxicos disminuye la exposición a sustancias dañinas. Todo esto es arquitectura bien pensada. No es casualidad que los espacios diseñados con estos principios generen mayor satisfacción y bienestar.
Las oficinas bien diseñadas aumentan la productividad. Los hospitales con espacios abiertos y luz natural favorecen la recuperación de los pacientes. Las escuelas con buena acústica y ventilación mejoran el aprendizaje. Cada espacio que habitamos tiene un impacto directo en nuestro cuerpo y nuestra mente. Un entorno arquitectónico bien planificado embellece el paisaje urbano y contribuye a la salud física y mental de sus habitantes.
La relación entre arquitectura y bienestar también se refleja en la planificación de las ciudades. No es lo mismo vivir en un barrio con espacios verdes accesibles, transporte eficiente y servicios cercanos, que en una urbanización desconectada y con pocos recursos. El diseño de las ciudades impacta en la calidad de vida tanto como el diseño de una vivienda.
Del hogar a la ciudad
Aquí analizamos el arquitecto como artífice del entorno. Las ciudades que habitamos son el reflejo de décadas de decisiones arquitectónicas y urbanísticas. Algunas han sabido crecer de manera ordenada, integrando espacios verdes, zonas peatonales y una correcta planificación del transporte. Otras han cedido a la improvisación, generando barrios desconectados, calles colapsadas y una calidad de vida deficiente.
La arquitectura y el urbanismo no solo definen cómo lucen las ciudades, sino cómo se viven. Un buen diseño urbano puede fomentar la integración social, reducir la desigualdad y mejorar la movilidad. En cambio, una mala planificación genera segregación, inseguridad y problemas ambientales. Las decisiones arquitectónicas pueden marcar la diferencia entre una ciudad inclusiva y una fragmentada.
Algunos creen que construir torres es un error, sin analizar los beneficios de la densificación bien planificada. Otros piensan que expandir la ciudad es la solución, sin considerar el impacto ambiental y los costos de infraestructura. Como en el fútbol, cada uno tiene su propia táctica urbanística, aunque pocas veces se fundamentan en datos reales. Pero la experiencia y el conocimiento de los arquitectos son claves para definir modelos de crecimiento más sostenibles y equitativos.
Reivindicar el rol del arquitecto
En una sociedad donde la opinión parece tener el mismo valor que el conocimiento, el rol del arquitecto se ha visto desdibujado. Pero si realmente queremos mejorar nuestra calidad de vida, necesitamos entender la importancia de esta profesión. Un buen diseño arquitectónico no es un lujo, sino una necesidad. No solo define cómo vivimos dentro de nuestras casas, sino cómo nos relacionamos con el entorno. No es solo una cuestión estética, sino una herramienta para el bienestar y la equidad.
La arquitectura no es solo una profesión, es una responsabilidad. Diseñar espacios es moldear la forma en que vivimos y experimentamos el mundo. No podemos seguir creyendo que cualquiera puede hacerlo, porque la diferencia entre una ciudad bien diseñada y una caótica es la diferencia entre una vida plena y una llena de dificultades. Como dijo Frank Lloyd Wright: "La arquitectura es vida o al menos lo es para mí. Es el reflejo directo de cómo vivimos y cómo pensamos".
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