Yo solía salir de la facultad derecho y esperaba el colectivo en Rivadavia y Obispo Gelabert.
Pasó, pasaba, hace exactamente 24 años
Yo solía salir de la facultad derecho y esperaba el colectivo en Rivadavia y Obispo Gelabert.
El, ya desaparecido, Servitur, me devolvía a Rincón. Esperaba la llegada de una niña que hoy, precisamente, dio 24 vueltas al sol y transcurrió 97 estaciones de esos giros.
Todos los días, a las 20:30, compartía la espera con una persona. Un muchacho voy a decir, porque no estaba vestido de mujer. Muy femenino en sus formas y gestos, su pelo rubio – con un notable toque de tintura- desafiaba, con su estética “border”, la aceptación cultural del fin de un milenio que comenzaba a llevarse, pacientemente, la intolerancia que ya venía en decadencia en cuanto a la diversidad sexual y la discriminación homofóbica que era la regla que cumplía la excepción
Eran los albores de la gran crisis y los servicios públicos eran tan deficitarios como imprevisibles. Las esperas del transporte público generaban, de hecho, grupos de referencia con la que cada uno compartía una parte importante de su día.
Mi ocasional e involuntario compañero de espera, salía de trabajar – por lo que después supe- y me hizo testigo involuntario de la violencia que, seguramente, padecía en su vida simplemente por Ser.
Asomados por la ventanilla, desaforados y como si fuesen acusaciones marciales, proferían todo tipo de insultos y amenazas absurdas a un muchacho que parecía divertirse con la estupidez de los agresores, como quien observa a un primate en su jaula de, zoológico, haciendo piruetas para recibir maníes o galletitas de los visitantes. El, le lanzaba miradas lascivas, como para excitar el lado más grotesco de los violentos de verba soez.
Los burlones, esperaban que el semáforo se ponga en verde para lanzar su vómito de odio sobre aquel muchacho que le devolvía sonrisas, saludos y hasta le lanzaba besos como respuesta amorosa a una acción, hoy, inexplicable. Se enardecían, aún más, los cobardes con cada devolución de mi ocasional compañero.
Pasaron meses, con sus días hábiles, para que – finalmente- me atreva a decirle lo que me provocaba su posición, pose y postura. Su inagotable paciencia ante la bestialidad injustificada y ya aburrida, en todo sentido, fue enseñándome la coherencia inalterable de quien, realmente, sabe lo que quiere y quiere a lo que sabe.
Una noche, con algo de cobardía y temor, también, esperé que sea su momento para descender y dos paradas antes me acerqué y le agradecí. Le conté que iba a ser padre de una niña, que estaba sensibilizado por la expectativa. Sentía que él, queriéndolo o no, hacía muchísimo para que esa personita, presta a conocer el exterior del vientre materno, crezca en un mundo más vivible, respetuoso y evolucionado.
El reconocimiento de la diversidad sexual podía ser una lucha, pero tenía sus formas, la de respuestas pacíficas y tiernas a lenguas y pensamientos horriblemente fanáticos y peligrosos en su faz de miedo al distinto.
No tenía yo más de 22, 23 años. Y sentía que esa persona, en su impecabilidad y templanza, hacia más por el futuro y ese presente, que cientos de “revolucionarios” que la iban de transformadores sin poner el cuerpo y, mucho menos, la vida.
Había que tener los testículos bien puestos para oponer, diariamente, amor incondicional a tamaño odio condicionado.
No recuerdo porque fue, pero él o yo, dejamos esa espera.
No lo vi más, ni en el colectivo, ni en la parada, ni en la vida.
Alguien me dijo que esa persona, que yo describía, había sido víctima de un crimen horrible. No quise saber de eso. La curiosidad periodística tuvo su límite en lo que, realmente, no quería confirmar. Había conocido y vivenciado a un verdadero revolucionario que no se andaba con armas ni proclamas de “tomas de poder”.
Mientras escribo, hoy, 28 de junio de 2023, llega a su fin un día más del Orgullo LGTBI+.
Llegó el momento de agradecer a todos aquellos que en la diaria y doméstica se enfrentaron a la violencia de los golpes ofreciendo una caricia en la otra mejilla del violento.
Esperábamos el Servitur, seguro vos sabías los enormes cambios que nos deparaban las décadas por venir. Mi niña, nació y crece en un mundo mucho más libre del que esperábamos en esa esquina de Obispo y Rivadavia.
Si la libertad de amar, de desear, puesto en la sexualidad, hoy aparece como “derecho adquirido”, de ahí para adelante, para atrás y el costado, todo es posible.
A tanto escepticismo patológico, muchos como vos, como ustedes, que hoy gritan su orgullo, ofrendan – a quien quiera recibirlo- una dosis de esperanza del presente.
“No todo pasado, por pasado es mejor”, cantaba Spinetta. El presente hoy se ve más claro, aclarado y transparente. “Mañana es mejor”
Sentite orgulloso de eso, no te lo pude explicar mejor, por eso decirlo hoy es una forma de saldar deudas con quienes pusieron su cuerpo a esta libertad que hoy vivimos sin disfrutar lo suficiente por desconocer el costo que lo parió.
Como padre, hijo, hermano y humano, solo tres cosas me quedaron por decirte:
Gracias, gracias, gracias.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.