La talla global de Francisco no estuvo exenta de embestidas durante estos 12 años de pontificado. Cuanto más se acercaban sus opciones, palabras y gestos al Evangelio, más negatividad absorbían: descalificación, insultos, linchamiento verbal. Con Francisco, muchas veces no fue sólo oposición o incomprensión: hubo saña explícita.
Francisco no gobernaba para las encuestas, ni para colmar expectativas. Ayudó a la Iglesia a seguir de cerca el Evangelio.
Al principio, todo parecía color de rosas: el primer Papa no europeo y jesuita, reformador, rupturista, carismático, ejemplar, dialogante. Hasta que la tendencia no menguó, se profundizó. Francisco no gobernaba para las encuestas, ni para colmar expectativas. Ayudó a la Iglesia a seguir de cerca el Evangelio.
Entonces se produjo el efecto inverso: todo lo que inicialmente atraía comenzó a retraer y a incomodar. Ahí dejó de ser popular para los poderosos, para los que se creen moralmente superiores a los demás, para los que se benefician de un status quo que desplaza, descarta o margina. Dentro y fuera de la Iglesia Católica. Tal como le pasa a Jesús en los evangelios: al principio todo es asombro y algarabía hasta que su mensaje va en serio, comienza a molestar y lo matan.
En su papado no hay nada que no estuviera dicho de alguna manera en su primer texto Evangelii Gaudium (2013). Y los criterios con los que miraba el mundo y la Iglesia fueron los mismos que mamó desde su formación como jesuita y su posterior trabajo como arzobispo de Buenos Aires. Lo que sucede es que no lo conocimos del todo, muchas veces preferimos diseccionarlo.
REUTERS/ Nadja Wohlleben
Para conocerlo mejor hay que ir a los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, ahí está la matriz. Dicho método abre, inspira, conecta, redirecciona y calibra la propia vida hacia la opción por Cristo relatada en los evangelios: dar la vida por amor a todos, incluso por los enemigos. Son ejercicios para que el espíritu, la mente y el corazón no se corroan, se cierren, se dogmaticen y terminen haciendo daño a los demás.
Francisco impresionó por su tesón, su insistencia, su resiliencia, su capacidad de continuar, de rectificar si hacía falta y seguir adelante, su autoconciencia de pecador, frágil, humanamente limitado.
¿De dónde vino su aguante, de dónde brotaba su sostén, qué lo hizo dolerse sin quebrarse y tirar la toalla, cómo soportaba tanto desprecio social, incluso de los “suyos”?
En los Ejercicios San Ignacio ha diseñado oraciones de petición a Dios que son muy difíciles de entender sin la fe desde donde nacen. Veamos. En la oración que surge luego de sentir el deseo de seguir a Jesús, Ignacio propone ofrecerse a Dios diciendo: “yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, imitarte en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza”.
A continuación, el método propone observar la vida de Jesús a través del Evangelio. En el nacimiento, Ignacio hace poner la mirada sobre el modo en que Dios se encarna: “en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí”.
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El proceso continúa buscando configurarse con Jesús, pero san Ignacio sabe que la única forma de asemejarnos hasta ser como él, brota de vencer aquello que opone mayor resistencia en nosotros: la riqueza (material y simbólica), la fama (el prestigio y honores), el ego (la omnipotencia). Por eso, propone pedir todo lo contrario: seguir a Cristo pobre, deseando oprobios, injurias y menosprecios “que de estas cosas sigue la humildad”, agrega san Ignacio.
Francisco desde siempre, aunque vaya en contra de lo más natural, rezó: “por imitar y parecerse más a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo.” Y hay que reconocer que se le dio bastante bien.
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