El presidente Javier Milei viaja a Estados Unidos para presenciar la ceremonia de asunción de Donald Trump. No solo a "presenciar" viaja el mandatario argentino. Llega a Estados Unidos el sábado y a partir de allí se sucederá una maratón de ceremonias con entregas de premios. Acerca de los premios no se conocen muy bien los motivos, pero los títulos parecen escritos para honor y gloria de Milei: "Titán", "Campeón", "Héroe". Narciso satisfecho. También habrá una reunión con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, quien en sintonía con las exaltaciones verbales de hace unos días, calificó a la gestión de Milei como "impresionante". Estos floripondios verbales... ¿anticipan el préstamo del FMI? Es posible, pero acerca de los muchachos del Fondo nunca es aconsejable creer en sus arrullos. Lo seguro es que el FMI está contento con Milei. Como para no estarlo. No solo hizo buena letra, sino caligrafía. No obstante, Kristalina, entre sonrisas y caída de ojos, le advirtió acerca del cepo y el actual modelo cambiario. Una cosa es la amistad y los coqueteos, y otra cosa son los negocios. A Milei no es necesario recordarle ese principio sagrado de la economía de mercado.
El lunes el presidente argentino estará presente en todas las ceremonias programadas para habilitar el ingreso de Trump a la Casa Blanca. Milei está anotado en todas. También en este caso se habla de la amistad entre ambos presidentes. Por eso advierto que la política no cree demasiado en la palabra "amistad". "Amistad" no es una categoría política, es un valor privado que los políticos emplean con frecuencia porque saben que es un término prestigiado. En los funerales de Jimmy Carter se los vio al propio Trump y a Barack Obama conversar como si fueran dos amigotes de toda la vida. La política en ese sentido ejerce sus propios protocolos. Importa saber ejercer esa puesta en escena, pero también importa advertir a la opinión pública que no es necesario creer en ella. En política, reitero, la palabra "amigo" es empleada con frecuencia para distinguir una relación afectiva que al único que afecta es a quien cree en este antiguo juego de espejos y sombras, de crepúsculos y garúas.
Los argentinos tenemos presente el instante en que Ricardo Balbín pronuncia un discurso en los funerales de Juan Domingo Perón. La frase: "El adversario de ayer despide a un amigo", llenó los ojos de lágrimas de muchos. Todo bien, todo correcto en un país en el que nadie ignoraba que se precipitaban tormentas devastadoras y eran necesarias palabras conciliadoras. Todos emocionados por esta inesperada y cálida confesión de amistad, salvo el hecho real e incontrastable de que si a la palabra "amigo" le damos la dimensión afectiva que importa, Balbín no era amigo de Perón, salvo que se crea que compartir dos cafés y alguna foto, se llame amistad. Perón y Balbín conversaron correctamente, lo que no es poca cosa cuando se sabía que veinte años antes Perón era presidente y Balbín, además de ser desaforado, había ido a dar con sus huesos a la cárcel de Olmos. Entonces, las palabras de Balbín fueron proféticas: "No me detendré en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de nadie, pero estaré sentado en la vereda de mi casa para ver pasar los funerales (¿de la dictadura?) del dictador". Digamos que atendiendo a esas palabras, Balbín en 1974 se dio el gusto en vida. Y no solo se dio el gusto, sino que lo hizo con el aplauso de los peronistas que ignoran que los radicales, además de disponer de virtudes y defectos como todos, son invencibles a la hora de hablar en un velorio para despedir a un correligionario o a un adversario.
Después de la ceremonia en la Casa Blanca y de alguna cena a la que la única condición para asistir es la de ser multimillonario, Milei viajará a Davos, el centro del capitalismo mundial. Milei justifica tantos viajes por el mundo en nombre de la necesidad de tejer relaciones que favorezcan a la Argentina. No me queda claro cómo se logra que los capitalistas inviertan en un país, contraten mano de obra, paguen buenos salarios y alienten el desarrollo. Sé que es posible, sé que es necesario, pero no me queda claro cómo se hace. Y me da la impresión que mi confusión es compartida por muchos políticos, incluidos los que hoy ejercen la responsabilidad de ser oficialistas. No sé si Milei aún sigue creyendo que Davos es una cueva de comunistas o un territorio donde la prédica comunista ha hecho estragos. Espero que haya corregido sus diagnósticos, porque por ese camino no solo se corre el riesgo de ganar adversarios innecesarios sino, caer en el ridículo.
Mientras tanto, en la política criolla ya está lanzada la carrera electoral y la disputa por cargos. Las riñas, chicanas y admoniciones que se cruzan entre el PRO y La Libertad Avanza (LLA) es una espléndida comedia de enredos donde nada falta: los villanos, las zancadillas, los monólogos sentimentales y cursis, las promesas que nunca se van a cumplir y las deserciones precipitadas por personajes diestros en el arte de ejercer la condición de tránsfugas y que han hecho del oportunismo una singular obra de arte. En el peronismo, lo único que se sabe es que hasta la fecha persiste en adherir al liderazgo de Cristina que, como bien se sabe, es un viaje sin retorno al pasado. Los peronistas hasta el momento se distinguen porque no se les ha caído una sola idea para ejercer una oposición práctica e inteligente. El kirchnerismo insiste con su Pachamama; los peronistas históricos cuidan su feudo y esperan que Milei choque la calesita; los sindicalistas, siguen engordando en sus poltronas y sus privilegios, mientras existe un bloque de peronistas que se salen de la vaina para pasarse con armas y bagajes a las filas de LLA. Nada nuevo bajo el sol. No olvidar que la campaña electoral de Milei fue financiada con rupias peronistas y fiscales peronistas.
¿Paz entre Israel y Hamás? Apenas una tregua. Ojalá se avance en esta negociación arbitrada por los presidentes de Estados Unidos (Joe Biden y Donald Trump), y el emir de Qatar. Ojalá se recuperen los rehenes y cese el fuego. Ojalá. Pero a decir verdad, yo no estoy seguro de estos propagandizados acuerdos. Israel no va aceptar que Hamás gobierne otra vez en la Franja de Gaza, pero la dificultad que se le presenta es que, a pesar de las toneladas de bombas lanzadas y de los terroristas muertos, hasta la fecha la única fuerza con capacidad para controlar dicho lugar es Hamás, porque la Autoridad Nacional Palestina está muy desprestigiada y sus dirigentes repudiados por los propios palestinos debido a la corrupción escandalosa que han practicado. Hamás festeja con anticipación lo que considera una victoria política, pero habría que preguntarles qué motivos de festejos hay cuando el escenario en el que viven es hoy en día un territorio con sus viviendas destruidas y sembrado con más de cuarenta mil muertos, según sus propias informaciones. Es verdad que los integristas islámicos han sobrevivido a duras penas al ataque impiadoso de Israel, pero en el camino han perdido a sus principales jefes y sus alianzas con Hezbolá e Irán se han debilitado (fundamentalmente porque ni Hezbolá ni Irán están en condiciones de bancar a nadie). Puede que Israel recupere sus rehenes. Y digo "puede", porque hay serias sospechas que de los 94 secuestrados que restan recuperar, por lo menos un tercio están muertos. Puede que recuperen a cuentagotas a sus paisanos, pero a cambio deberán liberar por lo menos un millar de terroristas condenados por los tribunales de Israel. Así es la cosa. Una vez más son los integristas los que admiten que un prisionero judío vale más que un prisionero islámico. Y son los propios judíos los que dicen que no resulta conveniente un acuerdo en donde recuperan a un viejo -así dijeron- por cien o mil jóvenes terroristas decididos a seguir matando. Y aquí es donde se hacen presentes otras contradicciones para Israel. Por un lado, está la decisión de liquidar a Hamás sabiendo que en la Franja de Gaza siempre habrá nuevos brazos decididos a empuñar el fusil o arrojar la bomba para liquidar a los "perros sionistas"; por otro lado, está la contradicción que nace de liquidar a los terroristas pagando el costo de una campaña internacional abiertamente desfavorable, más una presión interna de los familiares de los secuestrados y de los cientos de miles de judíos que creen que ya no hay espacio ni recursos para continuar una guerra cuyos costos los están sufriendo ya los propios judíos.
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