Promediaba el mes de octubre de 1992. Tras décadas de ausencia, Raúl Bianco regresaba a Ceres. En el Renault 12 rojo lo acompañaban Guadalupe y los tres hijos. Él quería que los chicos conocieran su pueblo; caminar por la Avenida de Mayo; detenerse en la confitería de la Funcha; esquivar las mesas del Gran Hotel Italia; pisar la vereda de la escuela donde la nonna había terminado la primaria… y subir el puente ferroviario para descender hacia el otro lado, el del barrio Paraíso Florido. El lado de la infancia.
Postal de la siesta ceresina.
Al mediodía, por la ruta 34, cuando el auto ya había superado Hersilia y solo faltaban unos pocos kilómetros para llegar, una nube de tierra tapó el R12. El vehículo, ahora "gris", se detuvo para cargar nafta en la estación del Automóvil Club Argentino, la entrada de Ceres; después avanzó por la avenida principal, rodeando el reloj que señala a los habitantes a qué hora deben portarse bien.
Antes de alcanzar la esquina del Banco de la Nación, Raúl estacionó frente al negocio que fue de Ampelópulos. Ahí donde el griego todos los abriles exhibía medallitas de plata con formas de corazón, hígado, riñones, útero y pulmones, que los promesantes compraban para ofrecer al Señor de Mailín. Presurosos, abrieron las puertas del R12 y una bocanada de polvo caliente les dio la bienvenida.
Los niños, con los ojos entrecerrados, comprobaron junto a Raúl que el tiempo pasa y las cosas cambian, siempre cambian. En el lugar donde el padre les señalaba la confitería, había un negocio de venta de motos. Y frente al edificio del que fuera el Gran Hotel Italia, en vez de mesas con parroquianos tomando vermut se amontonaban carritos para las compras porque allí funcionaba un supermercado.
Envuelta en la polvareda (*), la familia subió los escalones del puente de hierro que, si bien continuaba en pie, a los chicos les pareció bastante menos imponente de lo que el padre recordaba. Descendieron hacia la plaza San Martín mientras Guadalupe, en voz alta, enumeraba las desiguales batallas libradas por su suegra contra la tierra que oscurecía vajillas, muebles, sábanas, malvones y los pelos del Bobby.
Puente escocés centenario de Ceres. Gentileza
En octubre de 2022, al viejo Raúl Bianco le propusieron redactar unos versos que mencionen su lugar natal. Él quiso evitar palabras como pueblito, amado, corazón, querido, añorado… y terminó escribiendo "Niebla de octubre".
¿Por qué "Niebla de Octubre", le preguntaron? Raúl explicó: "En Ceres la tierra es plana y en leguas a la redonda no hay ríos ni lagunas. Cuando después de un invierno muy seco sopla el viento del norte, se levantan nubes de tierra. Un polvo gris inunda las anchas diagonales para terminar cayendo sobre techos, personas, animales y plantas". Luego recitó aquellos versos, inspirados durante una primavera polvorienta, en la que un hombre regresa al pueblo en busca de una mujer que conoció cuando eran adolescentes (**):
"Sopla el viento del norte/ y hace meses que no llueve/ La tierra todo lo cubre./ Sobre seres. Sobre Ceres// Polvo gris que se pega/ a los platos de loza/ a paraísos floridos/ y al ajuar de las mozas.// Tiñe la ropa colgada,/ a perros que duermen la siesta,/ a la iglesia sin campanas// y a las casas modestas.// Soplo ardiente que sofoca/ y que turba a los hombres./ Que sala y seca la boca/ Impide gritar tu nombre (…)"
"(…) Te busco por calles anchas/ la razón no te descubre./ Regreso sin revancha,/ entre la niebla de octubre.// Pero no sólo en Mailín/ suceden los milagros/ De pronto a las seis/ de esa tarde de hollín,/ pasó el camión regando/ agüita luminosa,/ mágicos chorros magros.// Te vi bajando del puente./ Pollerita de los sesenta/ Ojazos rasgadores/ de nieblas cenicientas.// Sopla el viento del norte/ y hace meses que no llueve./ La tierra sigue envolviendo/ a los seres; todo Ceres/ A los seres; todo Ceres/ A los seres; todo Ceres".
Apuntes para forasteros
Ceres es una pujante ciudad argentina, en el noroeste de la provincia de Santa Fe, a poca distancia del límite con Santiago del Estero. Su traza es un cuadrado, cruzado por amplias avenidas y diagonales. Las vías del ferrocarril separan dos lados, unidos por un puente que hace cien años llegó desde Glasgow. En Ceres viven alrededor de diecisiete mil almas, a las que se deberían sumar aquellas que emigraron.
El viento norte es ardiente y salitroso; arrastra un polvo que termina cubriendo todo, incluso a los árboles del Paraíso florido. Las casas de ese barrio eran sencillas, cercanas a la vieja iglesia, la que hace tiempo perdió su campanario de metal. Mailín, es un pueblo de la provincia de Santiago del Estero donde se encuentra el Santuario de Nuestro Señor de los Milagros, lugar de una de las celebraciones religiosas más convocantes del norte. Muchos ceresinos recorrían los 200 kilómetros que los separaban de Mailín, para ofrendar pequeñas artesanías de plata con la forma del órgano que tenían enfermo.
El reloj descripto en los versos se erige sobre la Avenida de Mayo. En la columna que lo sostiene, se lee: "Esta es la hora de hacer el bien". Estuvo mucho tiempo con sus agujas detenidas a las 7 y 10, por lo que, salvo a esa hora de la mañana y de la tarde, los ceresinos contaban con veintidós horas para portarse mal. El camión tanque regando las calles sin asfaltar, a las 6 de la tarde, es una imagen atada a la infancia. Cuando el sol de la tardecita pegaba sobre los chorros de agua, se formaba un arco iris resplandeciente y fugaz.
Al pasar el camión regador, el hombre, en su recuerdo, creyó ver bajar del puente a una adolescente de grandes ojos, vistiendo minifalda. Pero luego, aquella "niebla de octubre", regresó para empañarlo todo. Cuando en 1964, la diseñadora inglesa Mary Quant presentó por primera vez una pollera de treinta y cinco centímetros, revolucionó al mundo. Junto con los Beatles, la minifalda es uno de los símbolos de esa época.
(*) La RAE considera dos acepciones para el vocablo polvareda: 1) Cantidad de polvo que se levanta de la tierra agitada por el viento o por otra causa cualquiera; 2) Efecto causado entre las gentes por hechos que las apasionan (significado figurativo).
(**) Benicio Martínez Beltramino, 14 años entonces, creó la música.
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