A pesar de autoproclamarse como la especie más inteligente del planeta, para el Homo sapiens ("hombre sabio") no es tan sencillo desembarazarse de las torpezas del pensamiento. Por ejemplo, fue necesario mucho tiempo para asimilar que la tierra no es el centro del universo, e incluso hoy hay quienes arrojan firmes sospechas sobre su condición esférica.
Del mismo modo, fue difícil comprender que las órbitas de los cuerpos celestes describen movimientos elípticos. Tiempo atrás, en el campo de las ideas, intuitivamente se decidió que el círculo era la forma geométrica perfecta, por tanto, las órbitas planetarias debían responder a ese orden idealista.
También, en lo que atañe a la psicología de las masas, el "efecto contagio" es un problema cuyas consecuencias oscilan entre lo cómico y lo trágico. Es cómico cuando toma la forma de un afán de novedades, y entonces todos corremos a comprar el último objeto que ofrece el mercado, sean las figuritas de un álbum, el libro más vendido del mes o un dispositivo tecnológico.
Es trágico cuando ese empuje imitativo culmina en conductas violentas, sean dirigidas hacia un exterior (fenómenos grupales de linchamiento) o hacia uno mismo (prácticas autolesivas o incluso el suicidio).
En conocimiento del efecto contagio, en las recomendaciones para el tratamiento mediático de dichos acontecimientos, se indica que deben difundirse sin ahondar en detalles ni interpretaciones causales apresuradas.
Hasta nuevo aviso, solo disponemos de "categorías de pensamiento" para abordar la complejidad del mundo. Entre ellas, por ejemplo, el pensar en contrarios, es decir, oponiendo parejas de términos: día/noche, invierno/verano, malo/bueno, vida/muerte, hombre/mujer y un largo etcétera.
Al menos en el registro simbólico, desde la antigüedad los filósofos dicen que los opuestos se necesitan para existir, lo cual es congruente con las teorías clásicas de los lingüistas.
Según Ferdinand de Saussure, el signo lingüístico se define "no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del sistema". En su formulación mínima: una palabra es lo que las otras no son.
Así, la oscuridad se explica como la ausencia de luz. En el mismo sentido, Juan Pablo II llegó a describir el infierno moderno como la ausencia de Dios para cada quien.
Cuando se desconoce el significado de un término, lo usual es dirigirse a un diccionario de la lengua. Allí, luego de la definición consensuada por los entendidos, ¿acaso no se especifican los sinónimos y antónimos del término consultado?
Ahora bien, no se trata simplemente de oposiciones que nos ayudan a delimitar los sentidos de las palabras, el construir términos contrarios es un modo de aprehensión del mundo que tiene consecuencias, incluso a nivel de la identidad de un sujeto.
Quien simpatiza con el Club Unión, no lo hace con el Club Colón y viceversa. Quien porta en su brazo un pañuelo verde, no porta uno celeste. Quien posee una guitarra Fender, es probable que no posea una Gibson, aunque no siempre ni necesariamente, dado que aquí hablamos solo de tendencias.
Puede agregarse que en nuestro tiempo dichas elecciones se ostentan en la esfera pública, funcionando como orgullosas insignias de pertenencia a tal o cual grupo o sistema de creencias.
En el campo de los lazos, a la hora de vincularse con un otro, prima una exigencia de coincidencias en cuestiones de pensamiento, excluyéndose así la posibilidad de construir a partir de las diferencias.
El filósofo Georg Hegel describía una articulación entre tres términos: tesis, antítesis y síntesis. La tesis es la afirmación inicial, la antítesis es la idea contraria que responde a la primera. En tercer lugar, la síntesis es el resultado superador de la contradicción inicial.
En la época del reinado del yo, dicho movimiento es obturado bajo dos fórmulas equivalentes: "El otro tiene que pensar como yo", "Yo soy así, lo toman o lo dejan".
En tanto construcciones, los opuestos están enlazados a las coordenadas simbólicas de la cultura.
Por eso en el siglo pasado tenían consistencia las oposiciones entre peronistas y radicales, entre fanáticos de la marca Ford o Chevrolet, y en nuestra época los jugadores de videojuegos discuten sobre la supremacía de la consola PlayStation o la Xbox, y otros buscan dirimir quienes han de ser considerados casta o argentinos de bien.
Se comprenderá que estos contrarios son ficciones que implican un forzamiento y solo se sostienen en forma ideal.
De cerca, siempre se encontrará aquella operación discursiva denominada "maniqueísmo", es decir, la tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno y lo malo.
Por supuesto, no es una operación plenamente consciente, sino un automatismo del pensamiento que intenta hacer comprensible una realidad cuya complejidad abruma desde el comienzo.
Además, los opuestos permiten la expresión de nuestras pasiones íntimas, entre ellas, el amor, el odio y la ignorancia, según las contribuciones del psicoanalista Jacques Lacan.
En cuanto a lo amoroso, ¿acaso un sujeto, que ya ha realizado su elección, no destina tiempo y esfuerzos a argumentar las razones que justifican su pasión?
Sobre el odio, en una escena de la serie animada "Los Simpson", Homero golpea su puño diciendo que odia profundamente a un equipo de fútbol americano, mientras su hija Lisa le recuerda que en realidad él es un simpatizante que odia al otro equipo de la ciudad.
El efecto cómico no radica en la confusión inicial del personaje, sino en la imperiosa necesidad de ejercitar una tendencia agresiva que vuelve indiferente al equipo en cuestión. Se ama y se odia a través de los opuestos, no a causa de ellos.
¿Qué hay de la pasión de la ignorancia? Cuando consentimos al uso de términos contrarios, necesariamente se introduce una dimensión de pérdida. Las opciones binarias esconden la riqueza y las sutilezas de la vida.
A su vez, la sensibilidad se adormece y los oídos se cierran detrás de argumentos necios. Por definición, un sujeto necio es aquel que no puede ver más allá de la interpretación de su propia experiencia, quien cree que ya ha descifrado los enigmas y el orden supuesto del mundo.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.
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