Jorge Pavia
Las mamás son esas heroínas que esperaron a sus hijos en la incertidumbre y la angustia de no saber nada de ellos. Historia de dos mamás de ex combatientes de Malvinas, que reflejan la angustia de toda una generación. Un pequeño homenaje a ellas y a los papás, cuyos hijos fueron enviados a la guerra.
Jorge Pavia
La Guerra de Malvinas significó un antes y un después en la vida de esos jóvenes que debieron ir a pelear, sin entender muy bien lo que estaba pasando.
La muerte, el frío, el hambre; duros recuerdos que quedarán marcados a fuego en sus memorias y por lo que, año tras año, reivindican la causa de la lucha.
Y así como se convirtieron en un orgullo de los argentinos, hay personas para quienes siempre lo fueron, personas que esperaron día y noche, entre lágrimas, y que sufrieron sus ausencias, muchas de ellas, nunca dejarán de esperarlos. Ellas son madres, los padres, los hermanos, los que entregaron un ser amado a una guerra sin sentido, una lucha desigual sin saber nada de ellos.
"Yo no sabía nada de él, nada", repite varias veces a Sur24 Angelita Alfonso, de 86 años, mamá del ex combatiente Rubén Cormick.
Cormick es venadense y formó parte del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes, Corrientes. Lentamente, tanto Angelita como Rubén, se van relajando y comparten sus recuerdos, que a veces, de tan crudos, cuesta repreguntar.
"Yo me acuerdo cuando él lloraba porque no se quería ir al servicio militar", dice Angelita, que aún mira a Rubén como ese joven de 18 años que se iba con el uniforme militar, aunque hoy tiene 60. "Yo trabajaba en el Sanatorio Sur; iba y venía de trabajar llorando, porque no sabía nada de él y nadie me decía nada", cuenta.
"La mamá de Alejandro Videla venía todos los días a casa, pero nunca traía noticias. Hasta los doctores de donde yo trabajaba intentaron comunicarse, pero no pudieron averiguar nada", recuerda Angelita.
En su defensa, y frente a su mamá, Rubén Cormick aclaró: "Yo mandaba cartas e intentaba comunicarme, pero no llegaban. Muchas de esas notas llegaron cuando yo ya estaba acá".
"Mi marido andaba todo el día con la radio para ver si se sabía algo e iba todas las noches a la Terminal a ver si nuestro hijo volvía, fue horrible", sentencia la mamá del soldado Cormick.
Al rememorar el momento del reencuentro, Angelita sonríe y cuenta: "Una señora me dijo que vaya a la Terminal, que había llegado mi hijo. Salí corriendo y lo vi venir; estaba muy flaquito y tenía un zapato de cada color. Yo lo pellizcaba, porque me habían dicho que le faltaba un brazo y una pierna. Fue un día en la tienda Baravalle; en el momento que escuché eso me desmayé. Por suerte, no era verdad", agregando que "esa noche se llenó la calle de gente y cada vecino traía un pedazo de carne y se armó un gran asado para recibir a Rubén".
"Cuando volvió era otro chico. Andaba con un palo y decía que esa noche iba a matar cinco o seis. Se levantaba de noche, caminaba, lloraba. Se encerró mucho tiempo y no quería ver a nadie y después se le dio por el alcohol; tomaba mucho, pero por suerte se recuperó", recuerda Angelita.
“Hasta el día de hoy lo escucho soñar que pelea con alguien”, cierra.
Rubén Cormick estuvo en uno de los episodios más cruentos de Malvinas: la batalla de Darwin. El relato de ese momento, contado por él mismo, genera estupor: "La batalla de Darwin fue muy sangrienta", dice. "Ver a tus compañeros al lado tuyo muriendo, destrozados y sin poder ayudarlos porque si no te mataban a vos, son cosas que te quedan para toda la vida".
“Nosotros nos quedamos en el pozo y que sea lo que Dios quiera, pero muchos de nuestros compañeros se replegaron, e intentaron cruzar un campo minado; fue terrible”, relata el ex combatiente.
"Uno no está preparado para eso. Yo fui al servicio militar porque era obligatorio, no a matar a alguien que se para enfrente, porque es él o vos", resume.
"Cuando volví no tenía ganas de vivir, cualquier ruido que hacían quería romper todo", evoca Rubén. "Yo estoy orgullosa de él", interrumpe su mamá Angelita.
"Fue todo muy triste", recuerda Martha Galaret, de 78 años, mamá del ex combatiente Alejandro Videla, agregando: "Alejandro tenía 18 años, había empezado la carrera de Ingeniería, pero tuvo que dejar".
"No sabía nada de él", repite como común denominador de la angustia que vivían en aquellas épocas. "La gente me traía cosas para mandarle y preparamos un montón de paquetes y se los enviamos, pero nada llegó", cuenta Martha.
"Yo estaba con mi mamá internada en el Hospital Italiano y no veía la hora de llegar a casa para ver si había llegado alguna noticia, pero nunca llegaba nada", recuerda con tristeza la mamá de Alejandro Videla.
Cuando volvió, al igual que Rubén Cormick, Videla estuvo en Campo de Mayo. "Nos fuimos para allá con un hombre de acá que nos llevó. Cuando llegamos había muchas mamás que lloraban, pero yo ya sabía, porque Alejandro me había podido mandar una notita, que estaba ahí; teníamos una alegría bárbara", rememora Martha, aunque también recuerda que "a mí me habían dicho que le habían tenido que cortar los pies por el frío. Apenas salió lo toqué para ver si estaba entero", dice entre sonrisas.
"Por suerte él pudo volver", se consuela, pensando en "cuántas mamás habían ido ahí desesperadas y sus hijos no estaban; gritaban desesperadas, pobres madres".
"Cuando volvió, Alejandro era distinto, andaba siempre enojado. Estos días a mí me ponen muy mal", se desahoga, en referencia a los aniversarios del 2 de abril del '82.
A su lado está su hija Gabi, hermana de Alejandro, quien también recuerda esos tiempos, aunque solo tenía unos 11 años. “Era terrible ver a la familia así, no saber nada de tu hermano. Mi mamá bajó 20 kilos en ese momento; la recuerdo muy flaca”, rememora.