Minutos interminables, quinientas casas destruídas, más de sesenta personas muertas, cientos de heridos y miles de sanjustinos que se quedaron sin nada por el tornado del 73.
La refrigeración del auto del doctor Raúl Bianco no alcanzaba a mitigar el calor santafesino, y las tres jóvenes que lo acompañaban ya no disimulaban los bostezos. La noche había sido brava en las salas de internación, y esa mañana ellas debían continuar con la tarea. A la altura de El Pozo, el médico finalmente interrumpió el monólogo sobre la catástrofe de San Justo. Lo que las residentes más necesitaban era aprovechar los ocho kilómetros restantes para descansar antes de llegar al dispensario de Colastiné.
Allí esperaban muchos chicos para que les controlaran su desarrollo o solucionaran algún problema de salud. Por eso, Bianco no llegó a contarles cómo, durante el tornado del 73, los sanjustinos vieron un camión arenero elevarse para caer sobre los cinco miembros de una familia. Tampoco les explicó el espanto que causaban los cadáveres desnudos, porque la ropa fue lo primero que les había arrancado el viento...
A la altura de la pescadería "El Lele", el Citröen salió de la ruta hacia el lado de la laguna Setúbal, recorrió cien metros para girar a la derecha por la arenosa calle Las Guindas y, enseguida, estacionó frente al pequeño Centro de Atención de la Salud de Colastiné Norte. Antes de comenzar a llamar a los pacientes, Bianco sugirió a las médicas: "Si quieren conocer detalles sobre el tornado, lean 'Viento asesino', de Diego Sonsogni, periodista de San Justo".
El equipo de pediatras examinó primero al bebé que el ojo experto de la enfermera señaló como el más grave. Al niño lo llamaron por su nombre y apellido; por supuesto. Al mediodía regresaron al Hospital de Niños. Ahora eran las médicas las que conversaban entre ellas sobre sus planes para un fin de semana libre; mientras tanto, Bianco, ensimismado, recordaba aquel regreso desde San Justo, treinta y cinco años atrás:
"(...) Durante la vuelta a Ceres, con Abel Baroni conversamos de perdices y sobre mi futuro, pero no hablamos de lo vivido en San Justo. Por entonces, el maestro tenía unos cincuenta años y fama de tipo duro; como corresponde a todo profesor de matemáticas. Sus alumnos eran los bravos muchachos de la 'Escuela Fábrica' y los veteranos de 'La Nocturna'; ningún tierno podría imponer orden en esos lugares. Por eso sorprendió cuando, después de decir: 'Todos mis parientes estaban bien…', no terminó la frase. Apenas un instante; pareció lagrimear y seguro no fue a consecuencia de aquel sol rojizo que entraba por el parabrisas de la camioneta Chevrolet del 67".
Los aniversarios que terminan en cero suelen recibir mayor atención. Por eso hoy, en El Litoral y en muchos de los medios nacionales, se publicaron imágenes y extensos reportajes sobre el tornado más grande registrado en América del Sur.
Hace cincuenta años, en el centro de la bota santafesina, durante una siesta agobiante, el viento norte paró de golpe. El cielo primero se tiñó de anaranjado, luego de gris oscuro. Dos gigantescos trompos de nubes se unieron para generar un soplo incontenible que devastó el oeste de la ciudad de San Justo. En solo dos interminables minutos, un viento de más de trescientos kilómetros por hora destruyó quinientas casas, causó la muerte de más de sesenta personas y dejó malheridas a más de doscientas. Casi dos mil habitantes lo perdieron todo.
Pasaron décadas hasta que los relatos de los sobrevivientes de la tragedia fueron publicados en la web. Por iniciativa de los docentes sanjustinos, los escolares preguntaron a sus abuelos: "¿Qué recuerdan del tornado?" En muchas de las dramáticas historias, los entrevistados repitieron: "Es la primera vez que lo cuento".
Pasaron cincuenta y dos años del tornado. El Servicio Meteorológico brinda su pronóstico del día para la ciudad de Santa Fe: "La temperatura alcanzará 35 grados; cielo parcialmente nublado y vientos del sudeste con velocidades de hasta 31 kilómetro por hora". A media mañana, en el Barrio Sur, en la casa de una amiga ceresina, el viejo Raúl Bianco se encuentra con Liliana Ayala.
Liliana es una sobreviviente de la tragedia. A los 13 años, en la siesta del 10 de enero de 1973, ella estaba en San Justo, en una casa próxima a la ruta 11, en compañía de su hermana de 6 años, su mamá y su padrastro. Su memoria se enfoca en evocar aquel episodio, con una sucesión de recuerdos e imágenes fugaces:
"¡Escuchamos un ruido extraordinario! Como si cientos de trenes arribaran a la estación. Mi mamá y su marido hacen fuerza para cerrar la puerta mientras me piden algo imposible: '¡Encendé ramitas de olivo debajo de las estampitas de los santos pegadas en la mesa!'
Desde un colchón tirado en el piso, levanto a mi hermanita para agarrarnos del ropero con desesperación. El techo se mueve y el ruido ya es ensordecedor; cerramos los ojos y, cuando los abrimos, el techo no está más; tampoco el ropero. Con mi hermana seguimos abrazadas, inmóviles por los escombros que me llegan hasta las rodillas.
Una viga cae sobre don Serrudo, mi padrastro, mientras un pedazo de ladrillo se incrusta en el brazo de mi mamá. ¡Todos gritamos! Unos cinco minutos después, cuando el ruido cesó y las paredes terminaron de derrumbarse, corremos con mi hermanita hasta la ruta 11, buscando amparo bajo la alcantarilla que nos señaló mi mamá, pues ella teme que el viento maldito retorne.
Luego cae una lluvia torrencial que, cuando termina, deja lugar a un luminoso cielo todo celeste y calmo. A las cinco de la tarde salimos del refugio bajo la ruta para regresar al sitio en donde estaba la casa. Con una mano abrazo a mi hermana, mientras con la otra todavía aprieto una cajita de fósforos. Nos reencontramos con mi mamá y don Serrudo; ellos tienen heridas que sangran… ¡Pero están vivos! Vemos salir de los escombros a nuestras mascotas: el perro, el gato y un loro.
Nos sumamos a las víctimas que caminan hasta la Jefatura de Policía, donde ya hay mucha gente que llora y busca respuestas imposibles. Las heridas de mi madre y de Serrudo necesitan atención. Antes de marcharnos al hospital, alcanzo a ver cómo los policías depositan cuerpos inertes contra la pared en donde está el mural del general San Martín".
Durante el verano de 1973, mientras la atención de los argentinos estaba enfocada en las elecciones nacionales de marzo, Liliana y su familia fueron alojadas en precarios vagones ferroviarios, a la espera de una ayuda prometida que nunca terminaba de llegar. Bianco recogió de la mesa los apuntes; se despidió con un beso de su amiga y de Liliana.
Antes de regresar a su casa, se detuvo en la Plaza España para refugiarse en la penumbra serena del café Tokio Norte. Un cortado siempre ayuda para procesar emociones y ordenar ideas. El médico aprovechó para agregar nuevos comentarios en aquellos papeles pajizos escritos con letra azul, por mucho tiempo escondidos entre las páginas de un texto de pediatría.
El celular del veterano rompió el silencio del bar centenario. La voz de su nieta irrumpió: ¡"Nonno", dice la "nonna" que vengas! ¡Ya están por salir las pizzas del horno!" Raúl Bianco apuró el cortado, añadió los últimos tres puntos en su escrito y se apresuró a regresar a casa. Guadalupe lo espera, como siempre…
(*) El autor agradece a Liliana Ayala y Alicia Bruno por su colaboración.
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