I
I
Puede que los próximos sesenta días sean los más largos de nuestra historia; puede que sean los más livianos. Puede que Javier Milei sea presidente; puede que la presidente sea Patricia Bullrich. La carta más difícil en todos los casos la tiene Sergio Massa. Su condición de ministro y candidato promete dar como resultado a un mal ministro y a un pésimo candidato. Massa está aprendiendo que no se puede en un partido de truco cantar falta envido todas las manos. Pero en estos temas no es aconsejable ser tan categórico. Mucho menos en la Argentina donde Milei es el candidato más votado gracias a los asesoramientos de un perro que, según se dice, le habla del más allá. Con perro o sin perro, el hombre dispone de muchas posibilidades de ser presidente. Si este domingo se votara, es presidente de orejita parada; no puedo asegurar lo mismo para dentro de dos meses. El tiempo le puede jugar en contra. Su verborragia, su capacidad de sintetizar consignas eficaces, sus saberes, reales o imaginarios pero muy bien comunicados, su capacidad para transmitir la convicción de que él sabe cómo se arreglan los problemas argentinos, le han permitido ser el candidato más votado. Ahora hay que explicar un poquito más cómo se arreglan los problemas argentinos. En estos sesenta días a Milei lo van a estudiar con las mejores lupas. Por el momento no le entran balas porque lo protege el aura del éxito, pero no estoy seguro de que cuando los mastines de los periodistas y políticos se lancen con sus dientes afilados pueda sortearlos con tanta facilidad.
II
En los próximos días, o semanas, sabremos si una mayoría de los argentinos votó a un "loquito" o a un salvador de la patria. En cualquiera de los casos, la opción a mí no me gusta. No me gustan los loquitos, claro está, pero tampoco los salvadores de la patria. Concibo a la política como un saber laico y una práctica social humana. Por lo tanto, no creo en milagros y en santones, sino en dirigentes lúcidos, instituciones forjadas por políticos experimentados y sociedades integradas por ciudadanos que prefieren vivir bajo el imperio de la ley. Milei por el momento no satisface mis expectativas. Para caudillos y líderes cesaristas y faraones me alcanza y me sobra con el peronismo, como para que a la vuelta del camino se me presente un mesías que en vez de corear "Perón o muerte", vocifere "Viva la libertad, carajo". Milei no dice nada que sea muy diferente a lo que proclamaron, con otro estilo y otra estética, Álvaro Alsogaray, José Alfredo Martínez de Hoz, Federico Pinedo, Adalbert Krieger Vasena o Roberto Aleman. Lo que ha sumado de su propio coleto es una estética singular en la que el discurso liberal libertario se explicita con tonos sacados de cierta cultura rockera y cierto desparpajo de hincha de fútbol. A algunos esa estética los satisface. A mí no. Es más, me suscita mucha desconfianza; la misma que me despierta el vendedor de baratijas o el charlatán de feria.
III
Soy una persona mayor que creo haber vivido lo suficiente como para que me engatusen con tanta ligereza. O como para que me fascinen con relatos de platos voladores, comunicaciones con el más allá y hechicerías tropicales. Admito que Milei sostiene un discurso anclado en una teoría económica, lo que lo distingue de alguno de sus pares, estilo Jair Bolsonaro o Donald Trump, que solo saben del ejercicio duro del poder. Admito que algunas de las transformaciones que promete me resultan interesantes. Pero la pregunta que le hago al economista y al político, y no al saltimbanqui, es cómo las va a hacer. ¿Cómo va a demoler el Banco Central, o cerrar ministerios, o dolarizar la economía, o reducir a su mínima expresión el rol de las corporaciones? Pregunto, porque a esa tarea ni los militares pudieron realizarla. Militares que dispusieron de poderes dictatoriales, pero sin embargo debieron resignarse a negociar o a hacer la plancha hasta que llegara el próximo gobierno civil. Observo estas circunstancias históricas, porque para hacer lo que promete Milei necesita de una dictadura, o de algo más que una dictadura. Y, tal como se presentan los hechos en la Argentina de 2023, todo parece indicar que esos "beneficios" le serán negados. Tampoco me gusta lo que dice del Conicet o de la escuela pública. Bernardo Houssay y Sarmiento no eran "zurdos", como le gusta calificar con tanta ligereza, aunque después se fastidia porque lo acusan de loco. En la Argentina hay muchas cosas que andan mal, pero hay otras que andan y algunas andan muy bien. Hay que reformar lo que se pueda, cambiar lo que haya que cambiar y fortalecer lo que necesite fortalecerse. El agua sucia hay que tirarla de la bañadera, pero no hay que tirar al chico. No sé si ese pequeño detalle Milei lo tiene presente.
IV
No creo en revoluciones de izquierda y tampoco en revoluciones de derecha. Mucho menos en revolucionarios que además no van a disponer de los recursos que en sus buenos tiempos disponían los revolucionarios. La Argentina necesita reformas, transformaciones, pero hay que hacerlas combinando sabiamente la iniciativa, la decisión, con el consenso y el respeto a las libertades. Esa combinación no es fácil pero es inevitable. Lo otro, es dictadura y partido único. Stalin y Hitler. La otra posibilidad es la "peruanización de la política". Presidentes corruptos y desequilibrados que duran meses, o presidentes que amenazan clausurar el Congreso y suprimir libertades, y que terminan entre rejas. No quiero esas vicisitudes para mi patria. No quiero, como en Ecuador, un presidente al que lo terminen sacando de la Casa Rosada con un chaleco de fuerza. Patricia Bullrich en ese sentido me parece más confiable, más experimentada, con más equipos de trabajo. Más jugada. Fue el halcón que derrotó a Horacio Rodríguez Larreta; pero ahora el azaroso destino de la política la obliga a ser la paloma que derrote a Milei. ¿Es solo un problema de estilo? Creo que no. Al político de garra se lo conoce por su talento para ser halcón cuando es necesario, y ser paloma cuando así lo exigen las circunstancias. Patricia también será sometida a los rigores de la política. Por lo pronto, nos tiene que probar a los argentinos, y a ella misma, que es la verdadera jefa de la campaña. No nos ha ido bien con la solución Alberto-Cristina, para ahora ensayar la solución Patricia-Mauricio. El sillón de Rivadavia tiene lugar para una sola persona. A no olvidarlo. El liberalismo de Bullrich y Milei tiene algunos puntos en común, pero también muchas diferencias, en algunos casos, decisivas. No son lo mismo, por más que ambos se digan o los consideren liberales. Y no lo son, porque en principio no hay una sola manera de ser liberal, como no hay una sola manera de ser socialista. Alfredo Palacios y Del Caño proclaman con sinceridad su fe en el socialismo, pero nosotros sabemos que están pensando en sociedades distintas y en sistemas políticos distintos. Creer en la propiedad privada, la economía de mercado y las libertades económicas, son condiciones necesarias para un liberal, pero no exclusivas.
V
La noticia importante de estas elecciones es que más del sesenta por ciento de la población optó por soluciones no peronistas. Esto ya se veía venir, pero ahora es una realidad. Nobleza obliga: importa decir que los kirchneristas hicieron posible empezar a sacar a la Argentina del cepo populista. El crepúsculo peronista es sombrío, penoso y patético. Un presidente invisible; una vicepresidente escondida en El Calafate con una condena de siete años por corrupta y un vendedor de humo que es al mismo tiempo ministro de un país administrado calamitosamente y candidato de un partido que se degrada en la impotencia, la frustración y el anacronismo.
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