"Una inversión en conocimiento paga el mejor interés". Benjamin Franklin
"Una inversión en conocimiento paga el mejor interés". Benjamin Franklin
"Yo posteé un meme y tuvo un millón de likes". Javier Milei
Voy a autorreferenciarme. Como padre de un hijo de 19 años, que estudia en una facultad, me veo en la obligación de analizar las diferentes realidades que nos alejan de nuestros hijos a la hora de reformular su futura vida profesional, tal como lo hicimos nosotros o nuestros padres.
La juventud de ahora, en edad de estudiar, se presenta ante un escenario totalmente diferente al de al menos unos quince años atrás. Entre la marea de píxeles y la promesa de riquezas instantáneas, la juventud contemporánea ha decidido dar un giro de ciento ochenta grados a la tradicional senda del estudio universitario, carreras humanísticas o exactas.
¿Para qué afanarse en carreras clásicas cuando se puede ganar miles y millones de pesos o dólares desde la comodidad de un sofá, entre memes y notificaciones de youtubers, e influencers millonarios?
Esos que muestran desde su pantallita de celular la última pilcha exclusiva, la que hace juego con el último Porsche tuneado con las exclusivas zapatillas, desde un lugar paradisíaco al que tan solo algunos pueden llegar ni siquiera en sueños.
En esta era digital, la sabiduría que antes se buscaba en libros polvorientos en las abarrotadas y antiguas bibliotecas, ahora se encuentra en streamings y en chats de influencers, donde cada clic es una posible epifanía económica,...
O al menos eso nos dicen en sus videos pomposos y con efectos de iluminación dignos de una sala de cine, donde todos son bellos y ricos, y llevan una vida descuidada con tan solo 18 años.
Olvidémonos de las espaciosas aulas. ¿Para qué estar perdiendo horas frente a un profesor o una profesora cinco horas por día si con pinchar en la publicidad que me sale desde mi teléfono o tablet me adentro en el colorido y maravilloso mundo del casino online?
Con la sencillez de un toque en la pantalla y la magia de algoritmos caprichosos, estos modernos "sacerdotes del juego" prometen transformar a cualquiera en el próximo magnate de la suerte.
La clave, según la doctrina digital, es dejarse guiar por traders, algo así como los actuales gurús de la riqueza digital, donde aportan con su gran masa de seguidores los pergaminos necesarios para que su palabra sea verdad de fe, y los ahorritos de plata digital pase a las manos de otros inescrupulosos traders.
La revolución no se limita solamente a los fríos números. Nuestra gran aldea, esa dominada por la internet como herramienta que, dejando la espiritualidad de lado, tiene los atributos de Dios, es la supremacía omnipotente, omnisciente y omnipresente de la modernidad.
Seamos realistas y miremos a nuestro alrededor, se ha instaurado un culto a la inmediatez, donde la tecnología se erige como un nuevo dios digital, salvando a los pecadores de la tediosa eternidad de los estudios universitarios.
En las redes sociales, la figura del salvador se reencarna en cada streamer o influencer o especialista en bitcoins que, con voz de mando y sonrisa de confianza, nos aseguran que el camino al paraíso financiero es tan sencillo como presionar "jugar".
Los algoritmos, esos seres etéreos que no duermen, han decidido premiar a la audacia de quienes se atreven a apostar todo en un solo click, relegando la constancia y el esfuerzo a un olvidado relicario del pasado, algo pasado de moda. ¿Estudiar? Ya fue.
Quienes han decidido abandonar la tradicional senda del conocimiento académico, se lanzan a un océano de bits y bytes, convencidos de que cada número aleatorio es la clave del éxito.
Es muy vintage eso de sumergirse en las ideas del pasado que labraron el presente, en las teorías dictadas por viejos barbudos de toga o traje cuyo conocimiento ha sido difundido a través de libros y académicos, todo tan retro, que para ellos, atrasa.
Que además, es un lastre de años de inversión, de años de estar con los ojos en papeles y prácticas aburridas. Y mientras el mundo observa, entre incrédulo y divertido, a estos nuevos emprendedores del ciberespacio, las redes se inundan de testimonios de éxito y abundancia. Y claro, de la tan mencionada rapidez: la instantaneidad como mayor virtud y el menor esfuerzo como principal característica.
Ya no pensemos en Diógenes el filósofo, porque si tuviéramos que pensarlo en la actualidad, sería algo así como el primer "hater" de la historia, seguramente con millones de seguidores en Twitter, despreciando las normas sociales desde su barril-casa, farfullando desde las redes que la vida es una mentira y bloqueando a diestra y siniestra. Pero de algo así se trata.
Ser joven es ser rebelde por antonomasia, y para lo que todo tiempo pasado es eso, pasado, viejo, inútil. Aparentemente, nuestros hijos, hijos de la tecnología y de las redes sociales, están aprendiendo el secreto que desafía la lógica y la razón: hacer plata sin esfuerzo. ¿De qué sirven las horas invertidas en esfuerzo intelectual y en horas perdidas en el estudio?
En la práctica, están creando un nuevo paradigma, donde lo único que importa es la capacidad de navegar por el ciberespacio con la destreza de un trader experimentado y la fe ciega en los algoritmos, donde no solo se busca la riqueza instantánea sin esfuerzo, sino también ver y escuchar lo que cada uno quiere ver y escuchar.
En ese conocimiento previo al desconocimiento, se erigen como cultores y popes máximos de esta nueva cultura cibernética, los influencers, augures del futuro económico, oráculo y entes viralizadores de la instantaneidad automática que va a enriquecer a los pobres púberes cansados de la nada misma.
Y en medio de esta revolución, la educación tradicional se queda mirando, estupefacta y resignada, de cómo el futuro se escribe en código binario y se imprime en pantallas luminosas.
Es la actualidad, la era en que las tecnologías no solo están facilitando el acceso ilimitado al conocimiento, sino que también están reinventando las fórmulas de la riqueza.
Tejiendo en su devenir una nueva crónica de un viejo tiempo en donde estudiar es verdaderamente una cuestión opcional de segunda clase. Ante este nuevo paradigma, los viejos paradigmas académicos se difuminan.
No se puede negar que la era digital abrió una caja de pandora y un universo de oportunidades nunca antes pensadas; así, las nuevas generaciones ven como extravagante eso de aferrarse a las carreras tradicionales teniendo en sus dedos la posibilidad de la riqueza y el éxito instantáneo.
Esta tendencia, nos hace reflexionar sobre el valor real del conocimiento y el desafío de adaptarse a una nueva realidad.
¿Estamos en presencia del colapso de una estructura educativa que ya no tiene cabida en la era de la inmediatez? Quizás no lo sepamos nunca, pero una cosa es cierta, la actualidad nos exhibe una generación que entre la desidia, el sarcasmo y la comodidad, va redefiniendo las características pasadas de los límites del éxito, del conocimiento y de la tradición humana.
Esta disrupción entre la tecnología y la tradición nos obliga a cuestionarnos el lugar que antes era el lugar seguro: estudiar para triunfar. Conocer es saber. Pero no tanto, hoy el gran salto puede estar a tan solo un click de distancia. Donde el éxito económico e intelectual es medido por la gran cantidad de likes y retuits.
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