Nos escribe Patricio (35 años, Sauce Viejo): "Hola Luciano, te escribo porque te quiero preguntar cómo se hace para saber si estamos enamorados y cómo se distingue este sentimiento del amor. A mí me pasa que muchas veces tengo citas y al principio me re copo, pero después como la que cosa decae y pierdo el interés, entonces me pregunto si tengo un problema o si pasa que me enamoro y después no puedo pasar al amor, algo así, gracias por lo que me puedas decir".
Querido Patricio, qué sincero tu mensaje y qué directo va a una cuestión que es de sumo interés para muchas personas. El tema de hoy es, entonces, el comienzo de una relación.
En primer lugar, lo que quisiera decirte es que tenemos que distinguir entre el acto de enamorarse y otras pasiones semejantes, pero diferentes, como la fascinación y la idealización. Hoy es muy común que para varias personas, en el inicio de una cita, se trate de buscar fascinarse con el otro, como si fuera una especie de objeto perfecto, al estilo de un talismán, que nos podría hacer tener una imagen fantástica de nosotros mismos, por su sola cercanía; pero claro, nada de esto tiene que ver con conocer a una persona real, a partir de sus rasgos propios.
Por otro lado, es cierto que en el enamoramiento hay cierta idealización, es decir, una exaltación del otro, pero esto es un efecto; algo muy distinto es que idealizar al otro sea necesario para que nos interese. Aquí no hay enamoramiento, sino buscar en el otro una forma de continuidad de nuestra vida, como si quisiéramos vivir a partir de lo que el otro hace, proyectándonos en sus actos.
Tanto la fascinación como la idealización son problemáticas, porque producen un tipo de vínculo dependiente, que ata a la presencia del otro. Mientras que enamorarse es estar dispuesto a vivir también con la ausencia del otro. Quién está enamorado, piensa qué estará haciendo el otro cuando está en otra parte, pero no con ansiedad, sino porque puede extrañar. Pienso en cuántas personas hoy no pueden extrañar, ya sea porque viven la ausencia del otro como un desvalimiento, o bien porque no pueden tolerar esa pasión por la ausencia. Es como si necesitaran "matar" (psíquicamente) al otro cuando no está, para no sentirse vulnerables.
Una canción de Daniel Melero –que suelo recordar– dice: "Enamorarse es fácil, más complejo es vivir en amor". Sin embargo, por lo anterior puede verse que no es tan sencillo. Enamorarse es estar dispuesto a conectar con la propia fragilidad, sobre todo si entendemos que esta experiencia implica recibir del otro una mirada inédita, algo que no sabíamos de nosotros mismos. Se me ocurre que hay otra canción que ilustra esto de la manera más perfecta. La de Jorge Drexler que dice: "Hay algo de mí/ que no pude ver/ hasta que no me lo mostró/ algo de ti que quiero creer/ que no vio nadie/ antes que yo". Esta canción se llama "Antes" y expone bien cómo en el enamoramiento se trata siempre de un antes y un después. Quizá por eso da tanto miedo.
Aquí podría surgir la pregunta: ¿puede surgir el amor entre dos personas, sin pasar por el enamoramiento? Desde ya, por supuesto que sí. En efecto, el enamoramiento es un acto psíquico que suele ser más común en la adolescencia y en el modo juvenil del amor, sin importar la edad; pero también es perfectamente posible que dos personas desarrollen una relación amorosa sin haberse enamorado previamente, o que se enamoren con el tiempo.
Lo que sí es claro es que cuando dos personas se enamoran, surge la sensación de un encuentro. El tiempo cambia, se vive en otra dimensión, se tiene la impresión de que ocurrió algo maravilloso, sobre todo porque es algo que podría no haber sido. Por eso el enamorado a veces sufre, sí, pero si es tal, también siente una enorme gratitud y esto nos lleva a otra pregunta asociada al tema: la correspondencia.
Un amor correspondido no es aquel en que el otro siente lo mismo que nosotros –porque es imposible– porque, además, en el enamoramiento solemos sentir que nosotros amamos más que el otro. Entonces, cuando se trata de la correspondencia, la cuestión es situar más bien que en el enamoramiento hay un tipo de atención constante a los signos del amor del otro. ¿Qué hacemos con una atención que, si pasa de cierto límite, se puede volver una señal de inseguridad?
Primero, el enamoramiento no es para confirmarlo. El pensamiento confirmatorio suele llevar a decepciones, porque nunca el signo que esperamos es tan explícito como quisiéramos; es decir, sin darnos cuenta podemos estar poniendo a prueba al otro y eso, tarde o temprano, se empieza a notar y produce efectos… no tan buenos. Segundo, si un gesto o situación produce la ilusión de que el otro también siente lo mismo, la cuestión es entender que será transitoria.
Hay otra canción, un clásico del jazz, cuyo título lo dice a la perfección: "No puedo creer que estés enamorada de mí". El enamoramiento no se puede creer. No es para creerlo. Ni para creérsela. Eso es lo que tiene de maravilloso. Es un juego al que nos prestamos y quizá sea el inicio de la manera en que conocemos a alguien.
Enamorarse es un modo de conocer a otro y también de conocernos a nosotros en esa situación tan artificial, la de repentinamente maravillarnos por la aparición de varias coincidencias (desde signos convergentes hasta lugares de infancia, pasando por gustos como el cine o libros), o diferencias que nos resultan desafiantes y entusiasman. Es un modo de conocer a través de cierto engaño, porque muchas de estas coincidencias, o las diferencias, se basan en proyecciones personales. Aquí es donde mejor cabe recordar la idea de que el amor es ciego. Vale mejor para el enamoramiento.
Ahora bien, si enamorarse es una manera de conocer a otro, pero supone también cierta ilusión (de encuentro inédito), que no implica dejarse llevar por la expectativa de que el otro sienta lo mismo, ¿cómo podemos avanzar en ese conocimiento para que sea más profundo, es decir, para que implique una entrega alegre?
En los últimos años, noto que las personas tienen mucho temor a enamorarse, que si no se fascinan e idealizan, permanecen en una actitud defensiva y temerosa, como si quisieran garantías de antemano, seguridades, anticipaciones de qué siente el otro. Creo que este puede deberse a que todos arrastramos muchas decepciones y sufrimiento, pero también es un trabajo personal no resentirse y no pedirle a quien no conocemos que se haga cargo de nuestro pasado. Si estamos ahí es porque tenemos la responsabilidad de conocernos al otro y ser honestos.
Pero, ¿qué significa ser honesto? Podemos creer que es decirle de manera directa a alguien quienes somos, en una especie de "sincericidio" –como se dice hoy–, para que decida si nos acepta.
Sin embargo, este ir de frente solo busca el rechazo y tiene dos problemas: supone que nosotros sabríamos quiénes somos y más bien proyecta ansiedad en la expectativa. Mientras que conocer a alguien, empezar a salir con otro, no es contarle quienes somos –porque solo podríamos darle información– sino darnos a conocer y esto quiere decir: recibir del otro una imagen de nosotros que quizá no conocíamos.
Esto último, querido Patricio, es lo que nos angustia en serio y por eso a veces buscamos ansiosamente el rechazo, o también puede ser la causa de que decaiga nuestro interés después de las primeras citas. Este puede ser un tipo de miedo a enamorarse, no es que el enamoramiento se fue. Es que nunca estuvo y tal vez lo que hubo previamente fue una experiencia de fascinación o idealización.
Para enamorarse, es preciso darse tiempo. No es una pasión tan espontánea ni tan fugaz como se cree. Enamorarse no es algo que pasa o no pasa, sin que tengamos algún tipo de implicación personal. Es cierto que no podemos elegir enamorarnos, menos de quién, pero sí estar abiertos a la disposición de que algo así nos pase.
Espero que esta respuesta te sirva, a vos y a los lectores de esta columna, en la que la voz de uno vale para los demás. Como siempre, un abrazo grande. Luciano.
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