Si el pueblo camina mal, desorientado, perdido, no es pura casualidad.
Si el pueblo camina mal, desorientado, perdido, no es pura casualidad.
Queridos Amigos. Muy buenos días. ¿Cómo están? En el octavo domingo del año, La Liturgia de la Palabra de Dios pone en el centro el tema de la coherencia. Se nos ofrecen varios criterios para saber cómo distinguir la conducta falsa de la verdadera.
Y en tal sentido, las tres comparaciones del evangelio tomadas de la vida cotidiana, que son "la del ciego", "la de la mota y la viga" y "la de los frutos", constituyen una perla preciosa. A continuación vamos a reflexionar sobre cada una de ellas.
Primero. Jesús pregunta a su audiencia: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Evidentemente que no, es obvio. Pero Jesús no se refiere a la ceguera física, le interesa otra clase de ciegos: apunta a aquellos que tienen buena vista pero no ven, no comprenden los acontecimientos diarios, no saben discernir los tiempos, no entienden lo que pasa en la sociedad… y sin embargo pretenden guiar y gobernar a otros.
Sin lugar a dudas hay muchas personas de nuestra sociedad que no están preparadas para realizar tareas de gran responsabilidad, ocupar cargos en el gobierno y sin embargo deciden sobre la vida y el destino de muchas personas. Si el pueblo camina mal, desorientado, perdido, no es pura casualidad. Es así, porque lo guían los "líderes ciegos". En nuestra historia argentina abundan los ejemplos.
¿Cómo se explica, entonces, que un país tan bello y tan bendecido por Dios, como es Argentina, hoy se parezca en muchos ámbitos a un verdadero "paciente en terapia intensiva"?
Lamentablemente, la ceguera de muchos, unida a la avaricia y el robo de otros, va logrando lo que parecía imposible. ¿Qué tema para reflexionar, no? En el tiempo de Jesús, los guías ciegos tenían su nombre.
Y Jesús los tenía bien identificados: eran los fariseos, los escribas y doctores de la ley. Hoy, en nuestra Patria, hay otros actores, que también tienen su nombre, su identidad, y pueden ser nuestros jueces y legisladores, intendentes y gobernadores con títulos.
Sí, con títulos pero realmente ciegos, incapaces de ver y hacer "el bien común"; incapaces de mirar más allá de sus intereses particulares; incapaces de pensar más en el pueblo que en sí mismos.
¡Qué ceguera! El 24 de febrero se cumplieron tres años de la invasión de Rusia a Ucrania. Y yo pregunto: ¿El que desató el conflicto bélico que devora miles de personas cada día, es una persona normal, se trata de un visionario, o más bien de un ciego?
¿Los que lo siguen, los que lo apoyan viendo cómo se asesina a las personas inocentes, cómo se mutila a los niños, cómo se deja a millones de seres humanos huérfanos, sin casas, sin escuelas y sin hospitales, ven bien?
En la segunda comparación, Jesús pregunta: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano".
Lo que denuncia Jesús es algo común al género humano. Todos tenemos el riesgo de usar dos medidas: una muy tolerante y permisiva para nosotros mismos; otra exigente, rigurosa y elevada para los demás. Nos dejamos llevar frecuentemente por los prejuicios, sospechas, comentarios sin fundamento. ¿Cuántas veces hablamos de lo que no sabemos, o simplemente sospechamos?
En tal sentido, hay una historia bella que me gusta contar: "Un hombre perdió su hacha. Sospechaba del hijo de su vecino. Al observar su forma de caminar, le parecía que era la propia de un ladrón de hachas; su fisonomía, la de un ladrón de hachas; todos sus movimientos y gestos, eran, sin excepción, los propios de un ladrón de hachas. Al poco tiempo, el hombre fue al valle a cortar leña y se encontró con su hacha".
Qué fácil es desparramar las plumas en el pueblo; sopla el viento, se las lleva y… ¿quién las recoge? Por eso mismo, tenemos que tener cuidado con lo que decimos de los demás.
En la tercera comparación Jesús nos da una norma infalible para distinguir a los verdaderos hombres de los falsos, cuando afirma: "Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto".
Se trata de un criterio maravilloso para todos nuestros actos, actitudes y comportamientos. Jesús nos invita a no valorarnos por las apariencias, que son engañosas, sino por los actos, actitudes, por lo que hacemos.
Si vemos que una persona es agresiva, violenta, abrupta, rencorosa, es porque lo es también por dentro.
El hombre pacífico transmite la paz; el hombre violento, todo lo contrario, transmite violencia y otras cosas también. Por eso, mis queridos amigos, pensemos unos minutos sobre estos temas de hoy. A lo mejor ustedes y yo estemos afectados por la ceguera, la incoherencia y otros males también.
Que Dios nos bendiga
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