Carlos Saúl Menem (1930-2021) Es imposible no acordarse de él.
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Mi padre, hombre sencillo pero pensante, laburante desde la cuna, solía decirme, como una divertida -aunque cruel- ironía: "Este es un país para tirarle las cartas". Con esta frase redondeaba el concepto que ha venido dirigiendo el sentido del voto popular desde que se reinstauró la Republica.
Todos los gobiernos elegidos por el pueblo (y antes de que algún reaccionario salga a tildarme de facho, aclaro que soy enemigo acérrimo de cualquier dictadura, de cualquier ideología), sin distinción de partidos o facciones, han accedido al poder a través de discursos que solo expresaban lo que la gente quiere oír, no lo que verdaderamente había que hacer para salir adelante.
El famoso "¡Síganme...!". Fue presidente de Argentina entre el 8 de julio de 1989 y el 10 de diciembre de 1999, es decir por espacio de 10 años y 155 días.
En este escrito solo me referiré a los que ocuparon el sillón de Rivadavia desde 1983 hasta ahora, porque desde 1900 hasta 1982 ya se ha escrito mucho, y la mayoría de los testigos presenciales de esas épocas están muertos.
Soy un veterano que tuvo la suerte de votar desde 1983 hasta ahora. Nos hemos caracterizado por elegir conducciones personalistas, individuales, lideres que se presentan ante la gente como iluminados que lo saben todo, y a quien todos pueden recurrir en busca de auxilio, porque jamás lo dejará en banda.
Con un tono paternalista y protector, promete que el pueblo no sufrirá, mientras le venden a la gente programas de gobierno que son nada mas ni nada menos que espejitos de colores. Y se los siguen comprando. Nunca en nuestro país podría haber ganado un político como Winston Churchill, que solo prometió "sangre, sudor y lágrimas".
Hubiera sido derrotado ignominiosamente por cualquier hijo de vecino que prometiera cajas pan, bono solidario, plan trabajar, plan jefe y jefa de hogar, argentina trabaja, y otros nombres igualmente conmovedores.
En ese sendero, no podemos dejar de mencionar los brillantes slogans y frases célebres que han jalonado la vida política argentina, comenzando con el querido líder radical que en 1983 bramaba en las tribunas "..se acaba la Argentina de las fabricas muertas, se acaba la 1050 en la Argentina…", sin decir cómo -obviamente -; pasando luego al pintoresco y maquiavélico (como pocos) riojano que tronaba "¡Síganme, no los voy a defraudar!", para después dar una voltereta digna de un trompo y confesar: "Si ió decía lo que iba hacer, yealmente, no me votaba nadie". O sea.
Y una vez que la gente vio lo que hizo, en mayor o menor medida lo eligió otra vez en 1995. Pero Menem no estuvo solo. Contó con la ayuda inestimable de otros, como alguna famosa lugarteniente suya que prometía que en "en 1.000 días" íbamos a poder "tomar agua del Riachuelo". ¿La recuerdan?
¿Y recuerdan la venta de empresas del Estado a precios y condiciones viles, el "uno a uno", la libre importación indiscriminada, todas medidas que trajeron cierre de fábricas, gente en la calle, quiebra de comercios? ¿Lo recuerdan? ¡Menem lo hizo! Que nadie se haga el "boludo", esquivando el bulto y nuestra responsabilidad como ciudadanos, diciendo "yo no lo voté". Porque ahora parece que nadie -pero nadie, nadie, eh- lo votó.
Después vendría la experiencia por demás incongruente de Fernando de la Rúa, que presumía de aburrido -como un mérito- porque no manejaba Ferraris, y declaraba que se había venido preparando toda su vida para ser presidente. Y con esos argumentos, ganó la elección.
A la luz de los resultados, se me ocurre pensar que en su carrera de preparación para ser Primer Magistrado le quedaron varias bolillas colgadas. Su ministro de Economía -el inefable Mingo Cavallo- alumbró un dispositivo que resultó ser una exacta alegoría de lo que los políticos creen que somos, o cómo nos ven a la gente común: como borregos que hay que arrear. ¿A dónde? Al corralito.
El diccionario define "alegoría" como: "relato, imagen que usa símbolos para expresar un significado oculto o escondido, típicamente moral o político".
Luego de batir el récord de tres presidentes en un año, asumió el "Padrino" de Lomas de Zamora, que lanzó otra frase inmortal: "El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares".
Y la gente se quedó -una vez más- con la billetera vacía en la mano. Para evitar la posibilidad -probable, aunque no lo crean- de que Menem ganara nuevamente, Duhalde (de él estamos hablando) acordó con el inefable Néstor Kirchner, que se preocupaba por averiguar si Clarín estaba nervioso, dando paso luego a "Cris", que sugería delicadamente "solo se le debe tener temor a Dios... Y un poquito a mí". Luego siguió Mauricio, que como nene enojado cuando perdió las Paso mandó a la gente a dormir.
Más tarde vino la pandemia y, qué decir, tuvimos un presidente que amenazaba con encarcelar a todos los que hicieran caso omiso del ASPO (Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio), mientras él festejaba el cumpleaños de su señora esposa -de la que hoy está distanciado- en la Quinta de Olivos, mientras que su ministro de Salud montaba en su lugar de trabajo un verdadero "Vacunatorio VIP".
Es un mero "detalle", como dijo el entonces señor presidente: "En el Código Penal no hay un artículo que diga 'será castigado el que vacuna a otro que se adelantó en la fila' (…)"
Y, last but not least (último pero no menos importante) llega ahora Javier, que ganó con la motosierra, y tildando a los políticos de "casta de privilegiados y chorros", que prendió en la gente.
Pero esa misma gente olvidó que eligió durante años a políticos que maniobraron en el Congreso para sancionar leyes "light" que no permiten encarcelarlos cuando hay evidencias de que metieron la mano en la lata. Entonces me pregunto, tal vez ingenuamente: ¿De dónde creen que salen los políticos? ¿De un repollo? No, de la gente. Del mismo pueblo.
Es decir, quienes hoy los insultan, los vieron gestarse, ejercer cargos indefinidamente sin retirarse nunca de la arena política, los vieron no cumplir con lo que prometían, y aun así los siguió -y sigue- eligiendo.
Y cuando ya no pueden ser elegidos porque perdieron el favor de la gente, se dedican a trabajar detrás de escena, armando plataformas políticas y ungiendo candidatos que todo el mundo sabe que son puestos por ese tipo que está maniobrando desde atrás -de lo cual nada bueno puede salir, según la teoría del fruto del árbol envenenado- y los vota igual.
Señores, hagámonos cargo de nuestras macanas cívicas. Solo admitiendo nuestras responsabilidades, como ocurre en la propia casa, podremos empezar a reconstruir la Casa Grande de todos los argentinos. Y, por si no lo saben, nuestra Casa Grande es, justamente, nuestra querida -por lo menos eso es lo que declamamos todos- República Argentina.
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