El presidente Javier Milei regresó de Estados Unidos y su primera decisión fue la de designar por decreto y en comisión a Ariel Lijo y a Manuel García Mansilla como jueces de la Corte Suprema de Justicia, una decisión controvertida, polémica, que seguramente abogados, legisladores y juristas debatirán porque sobre este tema, como se dice en estos casos, la biblioteca está dividida. En principio pareciera que el presidente estaría autorizado por la Constitución Nacional para designar jueces en comisión. El artículo que lo habilita es de 1860 y dice expresamente que puede hacerlo en tiempos de receso parlamentario, una "licencia" que a mediados del siglo XIX se justificaba atendiendo, entre otras consideraciones, la demora de los traslados de los senadores desde sus aldeas, pueblos o ciudades del interior. Lo cierto es que Lijo y García Mansilla serán por lo pronto jueces de la Corte por lo menos durante un año, aunque otro debate abierto es si el Senado, una vez iniciadas las sesiones ordinarias, es decir, dentro de una semana, puede rechazar estos pliegos. Al respecto, no está de más recordar que en 1860 Domingo Sarmiento dijo que a la hora de las designaciones de altos cargos, el presidente necesita sí o sí del acuerdo del Senado; ese acuerdo que, por lo menos hasta la fecha, el Senado no le ha dado a los flamantes cortesanos, una omisión que hoy el oficialismo le reprocha a la oposición, ya que resulta difícil de entender por qué durante casi un año la Cámara no ha podido, o no ha querido, aprobar o rechazar los pliegos, un "ni" que el gobierno ha sabido aprovechar muy bien. También en homenaje a la historia, no deja de ser sintomático que los antecedentes más inmediatos de designación de cortesanos en comisión nos remontan a las presidencias de Nicolás Avellaneda, Miguel Juárez Celman y Carlos Pellegrini.
La designación es controvertida, pero más allá de los aspectos rigurosamente jurídicos, lo cierto es que el problema político real lo presenta Ariel Lijo, porque García Mansilla no ha generado rechazos, aunque conviene advertir que este respetado constitucionalista conservador dijo en algún momento que no aceptaría ser juez en comisión, palabras que pareciera que se las llevó el viento; palabras, que habilitan pensar que a la hora del poder García Mansilla contradice sus propias declaraciones en el mejor estilo del político chapucero o del protagonista de la dichosa "casta". El otro tema polémico, es si la licencia que habría pedido Lijo para ser cortesano es legítima, en tanto la opinión de calificados juristas es que debería renunciar a su cargo de juez federal; un riesgo que Lijo, conociendo su personalidad y los privilegios que supo obtener de su cargo, no estaría dispuesto a correr. Otra observación, digna de tenerse en cuenta, es que entre la multitud de rechazos a Lijo se destacan las personalidades de Victoria Villarruel, Mauricio Macri, Elisa Carrió, Luis Juez, Cristina Kirchner y, quiero creer, los principales dirigentes de la UCR y el socialismo. Digamos que cuesta imaginar la designación de un juez de la Corte con objetores tan reconocidos, aunque, importa advertir que la candidatura de Lijo no es una reliquia solitaria, en tanto es un secreto a voces que hay muchos referentes del poder que lo apoyan con discreción pero realizando gestiones eficaces en el corazón mismo del poder. A la hora de las objeciones a quienes se empeñan en criticar la designación de Lijo, el oficialismo recuerda que Macri en 2015 hizo algo parecido con Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, pero en este caso importa advertir que en pocas semanas el Senado los confirmó como jueces, para no mencionar el hecho de que el propio Macri admitió que su decisión fue un error, "detalle" que se ocupó de mencionar expresamente en algunas de las reuniones sostenidas con Milei.
Conviene insistir: la piedra de la discordia sigue siendo Lijo. Y sobran los motivos para justificar estas discordias. Se trata de un juez cuyos antecedentes jurídicos son más bien modestos, aunque no son modestos sus ingresos y su ostentosa riqueza. La de él y la de su hermano, su principal operador, su habilidoso asistente y socio en gestiones y enredos que poco y nada tienen que ver con lo jurídico, con la ley y, sobre todo, con la justicia en el sentido más alto y noble de la palabra. El presidente Milei en algún momento justificó la designación de Lijo por ser un juez que conoce como la palma de su mano los laberintos kafkianos de la Justicia. Curioso razonamiento para legitimar una decisión; curiosa reflexión de alguien que se reconoce como liberal. De hecho, para bien o para mal, Lijo bien podría ser algo así como el Hugo Moyano de la Justicia. Lo es por el descaro y la prepotencia con que ejerce el poder, por las relaciones que ha tejido, por los acuerdos a la luz del sol y en la penumbra del crepúsculo que ha forjado y cincelado con el talento de un artista; por sus relaciones con políticos, gobernadores, jueces, empresarios y, como para que ninguna asignatura quede pendiente, sus viajes al Vaticano para reunirse con el papa Francisco que en estos temas, en el de otorgar audiencias, pareciera que nunca se equivoca. El presidente se jacta diciendo que la designación de Lijo es una conquista de la libertad. No lo sé, no estoy para nada seguro, pero hay motivos para suponer que la única relación de Lijo con la libertad es la libertad de enriquecerse. Él y su hermano. Asistido en más de un caso por parientes de primer grado. Su biografía en este campo nos recuerda a la de un corrupto dirigente sindical, a la de un empresario tramposo o a la de un político camandulero, "virtudes" que, por ejemplo, a Rosatti o a Rosenkrantz no se les puede atribuir.
Lijo es un juez habilidoso, diestro en el manejo de maniobras, habilidoso a la hora de dormir causas y despertarlas en el momento oportuno, dueño del desparpajo y la prepotencia que la picaresca criolla atribuye a los personajes que "tienen calle", titular de una agenda que incluye a los principales referentes del poder económico y político, con una fortuna personal que resulta difícil, muy difícil de justificar, y con impugnaciones en algún punto frontales de sus colegas. Como para que nada falte a su currículum, hay que sumar las relaciones escabrosas con el fútbol, vía barras bravas y negociados. Digamos que en estos temas el juez es una "pinturita". En el campo del poder todos lo conocen, todos le deben favores, todos alguna vez se conectaron con él. En esa red de relaciones no falta nadie: radicales, peronistas, macristas y, por supuesto, mileístas de paladar negro. Digamos, a modo de conclusión, que los motivos ausentes en la designación de Lijo son, desde el punto de vista de la legitimidad, la virtud republicana y la honorabilidad profesional.
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