Nos escribe Lourdes (34 años, Olavarría): "Hola Luciano. ¿Cómo estás? Te escribo ya que hace tiempo de que sufro de insomnio. Estoy en tratamiento psiquiátrico desde hace unos meses, con medicación leve, pero me pregunto si voy a poder volver a dormir por mí misma. ¿Cómo piensan esta cuestión desde el psicoanálisis?".
Querida Lourdes, muchas gracias por tu mensaje, que apunta a un tema muy complejo; no sé si sabías, pero son muchas las personas que tienen dificultades para dormir. Si no toman una medicación, lo hacen cuando ya están agotados, por ejemplo, mirando la tele. Otras personas necesitan dejar una luz prendida. A otras se les da vuelta el sueño y se van a la cama con el sol. También hay quienes, ya de grandes, todavía conservan los miedos de la infancia.
Dormir es algo muy complicado, es una actividad psíquica específica y que no se realiza solo por agotamiento. Cuando somos niños, alguien tiene que introducirnos en el hábito y comenzamos durmiendo con otro que, despierto, oficia de sostén. Dormir es contar con otro. Cuando no podemos contar con ese otro (introyectado) nos despertamos en diferentes momentos; es lo que le ocurre al niño que se despierta en distintos momentos de la noche. A veces alcanza con ir a taparlo de nuevo y listo, ya se durmió de nuevo; es decir, solo necesitaba que hubiera otro despierto para volver a dormir.
Si todo va bien, de a poco el niño duerme de corrido; pero tampoco es grave o patológico dormir irregularmente. En todo caso esto muestra cuán frágil es esta función psíquica. Esto incumbe a la infancia. Pero lo que me interesa situar es cómo durante la adolescencia es preciso aprender a dormir de nuevo. Y ya no puede ser en las mismas condiciones de la infancia. A veces el trastorno del dormir se anticipa a la pubertad, pero ya no tiene la forma de los típicos miedos de la niñez, aunque quizás los recree. Me interesa esa hermosa relación que hay entre el dormir y la producción de síntomas. Hay quienes también resuelven el problema con formaciones reactivas, ceremoniales, etc.
En la adolescencia el trabajo propio es poder dormir solo. El niño aprende a dormirse solo, pero contando con el otro presente interiorizado. El púber-adolescente arranca en este punto: "No se duerman hasta que yo me quede dormido", pero sabe que un día ocurrirá, que esuchará el click del velador -que palabra preciosa- en la habitación de los padres y ahí comenzará la noche.
Sintomáticamente puede ser que haga ruidos para despertar a los otros -como cuando va a buscar agua a la cocina o prende la tele a un volumen alto-, pero esta es una etapa transitoria. La noche es el momento en que se escucha el silencio de las pulsiones. Quizá el adolescente ya no cree en monstruos -no puede proyectar la pulsión en esas entidades imaginarias- pero igual sufre lo monstruoso: a veces con formas parecidas al pánico o la ansiedad.
¿Notaron alguna vez que lo niños no tienen síntomas de pánico? Si son sanos, ellos tienen los miedos y las pesadillas. También es cierto que una persona más grande siga con miedos infantiles. Mejor así el pánico y la ansiedad, pero como primera estación hacia un síntoma más elaborado. Es un camino, no una enfermedad, no poder dormir. El síntoma es una brújula en ese trayecto.
Un chico sintomático es un chico en crecimiento. Aprender a dormir sin otro, para luego dormir con otro, es un trabajo extenso. El niño no duerme con otro, sino en otro. Por lo tanto, para descansar alcanza con dormir unas pocas horas. Después ya se vuelve un trabajo e incluso puede ser cansador. No me refiero al hecho de que después de dormir varias horas alguien pueda levantarse agotado por el esfuerzo que implicó dormir de más; sino al trabajo psíquico que implica seguir durmiendo porque se sueña.
Con el sueño, se duerme y también se piensa, se hacen cálculos, cuentas. En la experiencia más sencilla de todas alguien se despierta con una idea fresca, por eso existe la expresión "meditar con la almohada". Pero hay otra situación, cada vez más corriente, que es la que me llama la atención; la de quienes dicen tener insomnio y, en realidad, no pueden dormir más que para descansar -tres o cuatro horas- porque -esto no lo saben- le temen al pensamiento del sueño, o bien la antesala de ese insomnio fue un tiempo de pesadillas.
El repliegue del dormir que se prepara para el sueño los hace sufrir mucho. A veces dicen que tienen sueño liviano, también puede ocurrir que sus sueños se parezcan a los de los niños, que es común que hacia los 4 años tengan sueños de muertes y accidentes. Antes de cierta edad, soñar es algo que asusta. Después y en ciertas condiciones, también. El mayor indicador de salud es poder dormir, no para soñar, sino como vivencia del dormir que no requiere el descanso. Dormir por placer, como si fuera un juego, sin que los pensamientos del sueño interrumpan esa tarea sagrada a la que saben dedicarse los animales que no necesitan estar cansados para dormir.
Quizá por eso en la antesala de la muerte muchas personas dicen querer dormir. El deseo de dormir seguramente sea la única forma de asumir la muerte que tenemos los humanos. Por eso también a algunos les pasa que los aterroriza ese acto; "es como morirse", dicen y tienen razón. Solo que la mayoría nos olvidamos de eso, como cuando viajamos en avión: el miedo a volar es el más justificado de todos, aunque nos digan que es el modo de transporte más seguro.
Para concluir, querida Lourdes, te diría que en la vida psíquica la continuidad no está asegurada. Hay que dedicar una gran cantidad de energía psíquica para no fragmentarse, para que la angustia u otros afectos pongan en cuestión el sentimiento de sí. En términos generales, los afectos fragmentan; por eso las personas con patologías graves suelen vivir desafectivizadas; mejor dicho, se desafectivizan para no romperse. El punto es que también es necesaria una gran cantidad de energía psíquica para tolerar la discontinuidad sin ceder a la fragmentación.
Hay dos experiencias básicas para situar cómo alguien se relaciona con la continuidad psíquica y sus pausas: el dormir y el orgasmo. En estas dos experiencias, alguien tiene que suspender su continuidad psíquica, para desarrollar un proceso inasimilable al cabo del cual tiene que re-encontrarse, volver a ser sí mismo, pero ya no quien era, sino un nuevo Yo. Es como cuando alguien mete la cabeza debajo del agua para nadar y se sale para tomar aire. Por eso a muchos niños esta situación les da mucho temor y hasta lo viven como una aniquilación.
De la misma manera, los síntomas que se producen alrededor del sueño (desde el insomnio hasta el dormir leve) y el goce sexual (desde la frigidez hasta la eyaculación precoz) son indicadores del funcionamiento del yo de una persona. Este es un tema sobre el que vamos a volver. Querida Lourdes, te agradezco mucho por el mensaje, que nos ayudó (a mí y espero que también a los lectores) para pasar en limpio algunas ideas importantes. Dicho esto, te deseo que descanses en el dormir y tengas dulces sueños.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
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